martes, 23 de mayo de 2017

ESTELA RAIMONDI




La Estela Raimondi es uno de los monolitos labrados más importante que ha llegado hasta nosotros procedentes de la antigua cultura Chavín. Se trata de una gran piedra con forma de paralelepípedo tallada en bajo relieve y que representa a alguna suerte de dios o figura mitológica que parece entroncar con el dios Wiracocha de la cultura Tiahuanaco.
 Entre los años 1200 y 300 a.C. se desarrolló en la zona norte de la cordillera de los Andes, una gran civilización que pasó a ser el centro político y cultural de la zona durante muchos años, la cultura Chavín. Según las fuentes documentales la cultura Chavín se encontraría en el origen de muchas de las culturas pre-hispanas que poblaron los Andes hasta la llegada de los colonizadores españoles. El pequeño poblado de Chavín de Huantar sería la cuna de algunas de las manifestaciones artísticas más destacadas que han llegado hasta nosotros, la mayoría de ellas son representaciones de bajo relieves inscritos en gran piedras monolíticas como la Estela Raimondi que aquí nos ocupa, o el también conocido Obelisco de Tello
Según los estudios arqueológicos realizados, parece ser que en origen la Estela Raimondi se encontraba situada a las afueras de un gran templo, en la terraza elevada de una gran montaña. La pieza fue descubierta a mediados del siglo XIX por un agricultor de la zona que debido a la belleza de sus relieves guardó la pieza para sí mismo utilizándola como mesa en su propia casa hasta que en la década de los setenta el gobierno peruano requisó la pieza y la trasladó al Museo de arqueología de Perú gracias a la iniciativa del viajante italiano Antonio Raimondi de quién la obra tomó su nombre.

Nos encontramos ante una estela de casi dos metros de altitud, más de siete metros de anchura y un metro y medio de profundidad, que se encuentra decorada con complicados relieves incisos en la piedra. En la zona del centro inferior encontramos la figura del dios al que ha sido dedicada la estela y que se conoce como <...> al estar sujetando un bastón con cada una de sus manos. En realidad, nos encontramos ante una figura antropomórfica cuyo rostro parece ser el de un dragón con grandes colmillos, cuerpo humano y garras a modo de garra. En realidad, la parte dedicada a la presencia del dios tan solo sería un poco más de un tercio de la altura total de la estela, el resto está completado por el larguísimo y enrevesado pelo del dios que se riza en numerosos bucles y en donde encontramos serpientes o incluso cabezas de jaguar. Del cinturón que lleva anudado a la cintura también aparecen pares de serpientes que miran a cada lado en busca de los grandes bastones labrados con complicadas formas geométricas que el dios sostiene a cada uno de sus lados.

Si bien es cierto que este tipo de obras de la cultura chavina muestran por lo general, una complicada iconografía, sus formas suelen repetirse llegando a ser un conjunto de piezas muy representativo y fácil de identificar.

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http://arte.laguia2000.com/escultura/estela-raimondi

miércoles, 17 de mayo de 2017

ALTAR-RELICARIO DEL MONASTERIO DE PIEDRA (ZARAGOZA)


Mueble litúrgico en forma de tríptico, ricamente dorado y policromado, dentro del estilo gótico-mudéjar, que se abre y se cierra mediante un tirador metálico hexagonal, de forma que adquiere, cuando está cerrado, el aspecto de un retablo y, cuando está abierto, la apariencia de un ostensorio expositor de reliquias. Dado su peso, las alas batientes necesitan apoyarse sobre un muro o sobre pilares de madera como los que actualmente se usan. Presenta un cuerpo central constituido por un frente rectangular de madera y dos puertas profusamente decoradas con lacería de polígonos estrellados de ocho puntas. En el frente rectangular hay siete arcos polilobulados, coronados con gabletes, pináculos floridos y toda clase de adornos a base de tallos con hojas carnosas en las enjutas, sostenidos por haces de tres columnillas con peanas en la parte inferior y capiteles vegetales a base de pencas. Cada uno de esos arcos, cuya anchura es mayor en el arco central y progresivamente menor en los laterales, estaba destinado a contener reliquias en su interior o pequeñas estatuas con ángeles adorantes. Bajo cada uno de los arcos hay tableros finamente tallados y decorados de forma independiente con roleos vegetales simétricos, inspirados en el arte de la eboraria. En el vano central se guardaba una Sagrada Forma, citada en los documentos como Sacro Dubio de Cimballa, que fue la más importante de las reliquias que tuvo en el Monasterio Cisterciense de Santa María de Piedra. La tradición local afirma que, el 12 de septiembre de 1380, un sacerdote llamado mosén Tomás, cantando misa en la iglesia de la Presentación de Cimballa (Zaragoza), dudó que la Sagrada Forma y el vino se transubstanciaran en cuerpo y sangre de Cristo y, para solventar sus dudas, la Forma empezó a sangrar milagrosamente.


La reliquia se veneró en Cimballa hasta que se hizo con ella Martín, Duque de Montblanc, segundo hijo de Pedro IV el Ceremonioso, que llegó a ser rey de Aragón y ha pasado a la historia como Martín I el Humano. El Duque Martín la llevó a Zaragoza con la excusa de que Cimballa era un lugar fronterizo con Castilla y estaba expuesta a ser profanada en caso de guerra. El Sacro Dubio se veneró en la capilla del Palacio de la Aljafería hasta 1390, fecha en que fue donada por el Duque Martín de Montblanc al Monasterio de Piedra, siendo abad del cenobio Martín Ponce Pérez, el XXVI abad del Monasterio de Piedra, una figura de relevancia en la corte de Pedro IV (1336-1387), Juan I (1387-1396) y Martín I (1396-1410), que ha sido abundantemente documentada en los años finales del siglo XIV y los primeros del siglo XV. Con motivo de tan significativo regalo se construyó un nuevo altar mayor que, al mismo tiempo, debía ser un monumental relicario donde contenerla. La reliquia, guardada dentro de una custodia expositor de plata con viril de cristal de roca, se exhibía bajo la arquería central del retablo, sobre una peana de madera donde está labrado el emblema heráldico del abad: tres peras asociadas al báculo flordelisado, acompañadas de la inscripción: DOPNUS/ MARTINUS/ PONCII/ ABBAS, que significa: donado por el Señor abad Martín Ponce. 


Cuando las puertas del tríptico están cerradas se puede leer una inscripción dividida en dos cajas horizontales, una superior y otra inferior, gracias a la cual se data la obra como ejecutada en 1390. Está escrita en letra gótica fracturada negra sobre fondo blanco y dice: 1. (parte superior): TABERNACULUM HOC VOCABITUR AULA DEI QUIA VERE / DOMINUS EST IN LOCO ISTO FUIT AUTEM CONSTRUCTUM AD / HONOREM ET REVERENTIAM SACRATISSIMI CORPORIS / DOMINI NOSTRI JHU XPI ET PASIONIS EJUSDEM / NEC NON AD HONOREM. 2. (parte inferior): ET REVERENTIAM SANCTISSIME GENITRICIS EIUSDEM / ET TOTIUS CELESTIS CURIE ET SANCTORUM (…) / AT (…) FUIT (…) DEPICTUM ANNO MCCCXC / ANIMA ORDINATORIS REQUIESCAT IN SINU SALVATORIS AMEN. Que puede traducirse como: Este tabernáculo será llamado palacio de Dios porque el señor está verdaderamente en este lugar. Fue construido para honra y reverencia de Dios del sacratísimo cuerpo de nuestro señor Jesucristo y de su pasión. 2.- Lo mismo que en honra y reverencia de su santísima madre y de toda la corte celestial y de los santos (…) fue (…) pintado en el año 1390. El alma de quien lo ordenó descanse en el seno del Salvador. Amén).


El programa iconográfico del retablo relicario se organiza, como es lo habitual en los retablos del siglo XIV, en tres grandes bloques: manifestatio, testificatio y narratio. La manifestatio es la afirmación de un principio doctrinal de la fe. En el altar relicario de Piedra la manifestatio se expresaba cuando el tríptico tenía las puertas abiertas y se mostraba el Sacro Dubio en el cuerpo central, como si fuera Jesucristo presidiendo el palacio celeste, cuya fachada se articula con una sucesión de ricas arquerías. A ambos lados, flanqueando la reliquia, estaba representada la corte celestial a través de seis ángeles adorantes, esculpidos en alabastro o plata, situados bajo las arquerías laterales (hoy perdidos) y ocho ángeles músicos, pintados en la parte interior de las puertas batientes del tríptico, inscritos cada uno dentro de arcos poli-lobulados y levemente apuntados. Los ángeles músicos visten albas y dalmáticas de diversos colores: rojo, azul, morado, verde… Una variedad cromática que debe relacionarse con los colores usados en la indumentaria religiosa durante los diferentes tiempos del año litúrgico, de modo que su presencia en el altar relicario de Piedra equivale a afirmar que la adoración de Jesucristo Sacramentado debe hacerse a lo largo de todo el año.


Las dalmáticas se enriquecen con bordados de temas geométricos y vegetales, excepto en uno de los ángeles, cuya dalmática está cuajada de letras A surmontadas de corona real, alusivas a la protección especial que Dios dispensaba a la corona de Aragón y al nombre del rey que fundó la abadía de Piedra en 1195: Alfonso II, por quien los monjes cistercienses debían rezar una misa anual. Los ángeles músicos llevan en sus manos instrumentos musicales que son un testimonio iconográfico muy valioso para los musicólogos, puesto que ayudan a conocer la organología de finales del siglo XIV y la riqueza de la música litúrgica aragonesa en la Baja Edad Media. Son: órgano portátil, vihuela frotada con arco, arpa de doble cordaje, salterio de doce órdenes, laúd, rabel, zanfoña y gitarra primitiva. Como en su mayor parte son instrumentos de cuerda, hay que pensar que la música que interpretaban era suave y delicada, muy diferente de la música apoteósica, en la que predomina la percusión y el viento. Los ángeles músicos pisan pavimentos de azulejos estrellados de variada decoración mudéjar.


La narratio es el relato en imágenes de un ciclo más o menos complejo de la Historia Sagrada, predominando en su composición los aspectos relatantes y didácticos. En el altar relicario del monasterio de Piedra la narratio se expresaba con toda claridad cuando el tríptico estaba cerrado. En el exterior de las puertas, encajadas en un marco de lacería (una orla de marquetería con motivos de lazo con estrellas de ocho puntas) y dentro de arcos de medio punto, se inscriben doce tablas con escenas pintadas al temple y retocadas al óleo, que desarrollan tres ciclos iconográficos diferentes. El primero, formado por tres tablas, está dedicado a la infancia de la Virgen e incluye los siguientes temas: el abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada, el Nacimiento de la Virgen y la Presentación de la Virgen niña en el Templo. El segundo ciclo está formado también por tres tablas, se dedica al nacimiento de Cristo e incluye los temas de: la Anunciación, la Visitación y la Natividad. La puerta derecha del tríptico acoge el tercer ciclo iconográfico, compuesto por seis tablas dedicadas al ciclo de la pasión, donde se representa: La oración en el Huerto de los Olivos y el Prendimiento, el Lavatorio de Pilatos y Cristo camino del Calvario, Cristo clavado en la cruz ante las Santas Mujeres, el Calvario y el Descendimiento. Los temas del programa iconográfico fueron seleccionados en relación estrecha con la liturgia del triduo pascual. 


La testificatio es la representación de una serie de personajes que con sus experiencias dan fe que todo lo representado en el retablo es correcto de acuerdo a la doctrina. Son dos ciclos diferentes. En las enjutas de cada uno de los arcos que acogen los ciclos narrativos se representaron ángeles y profetas con filacterias donde hay escritas profecías relativas a lo representado. En la cornisa de mocárabes, entendida como un guardapolvos para proteger el retablo, se representó la gloria celestial con Dios Padre entronizado y Jesucristo como varón de dolores, acompañado de un apostolado identificable con epígrafes y atributos comunes (San Pedro lleva las llaves, San Pablo la espada, San Andrés la cruz aspada, San Juan Evangelista, Santiago el Menor, San Bartolomé, San Simón, Santiago el Mayor, San Judas Tadeo, San Felipe, San Mateo, Santo Tomás, San Bernabé y un apóstol no identificado. Las arquerías lobuladas que marcan el desarrollo geométrico de los mocárabes, dejaron espacio suficiente para incluir una serie de escudos que simbolizan los protectores que en el siglo cuidaban de los intereses temporales de la Abadía. Entre ellos son perfectamente reconocibles los emblemas de Aragón (casco del drac pennat, palos de la señera, encina del Sobrarbe y Cruz de Arahuest), emblemas del Monasterio de Piedra (la torre puerta y el escudo del abad Ponce), emblemas de familias poderosas que se hacían enterrar en Piedra (los Fernández de Heredia y los Azagra de Albarracín).


Aunque se han elaborado muchas teorías diferentes con argumentos muy variados acerca del posible autor del altar relicario, la obra es consecuencia de la formación de un equipo en el que se reconocen cinco manos diferentes, coordinadas por un mismo maestro que les dio coherencia y unidad de estilo, razón por la cual es habitual encontrar en publicaciones la adjudicación de la obra al anónimo maestro del Monasterio de Piedra. La primera mano es la del mazonero que hizo la marquetería mudéjar, que trabajó también en la techumbre de la capilla del castillo palacio de Mesones de Isuela, cuyos ángeles portadores de velas son casi idénticos a los de Piedra, en la desaparecida techumbre del palacio arzobispal de Zaragoza, conocida sólo por escasos fragmentos, y en la techumbre del cimborrio de la Seo de San Salvador de Zaragoza. El segundo maestro es el artista que pintó los ciclos iconográficos del nacimiento de la Virgen y nacimiento de Cristo. Compone escenas líricas, de cierta quietud, inspiradas en el arte de la miniatura, no exentas de un cierto aire orientalizante-bizantino, con tres o seis figuras. Sin duda, participa de modelos trecentistas italianos de origen sienés o florentino (en especial participa de la dulzura de Cimabue) conocidos a través de la pintura catalana de los hermanos Pedro y Jaime Serra, que pintaron el retablo del Santo Sepulcro, hoy en el Museo de Zaragoza, un encargo de Fray Martín de Alpartir, comendador de Nuévalos y juez conservador de los bienes eclesiásticos del Monasterio de Piedra. 

El tercer maestro es el artista que pinta el ciclo de la Pasión de Cristo, conocedor de los logros de la pintura del estilo internacional pues compone integrando un tumulto de figuras en cada tabla, nerviosas, crispadas, con gestos violentos, dramáticos y expresivos, que elimina de las vestiduras y arquitecturas los epígrafes en árabe y hebreo habituales en el segundo maestro. El cuarto maestro es el autor que pinta los ángeles músicos, delicados y de formas suaves, casi idénticos a los que se pintaron en el techo de Mesones de Isuela. Se le identifica con Guillén de Leví gracias a haber estampado su firma encriptada en el alba del ángel que toca la viola frotada con arco. Una firma muy parecida y también encriptada puede verse en el retablo de los Santos Lorenzo, Prudencio y Catalina de la Catedral de Tarazona, obra de los hermanos Leví, que hoy se estudian como artistas judíos o judíos conversos, pintores de retablos, al servicio de los obispos Pérez Calvillo, contemporáneos del abad Ponce y colaboradores necesarios en sus proyectos artísticos (Piedra está en la diócesis de Tarazona). El quinto maestro es el autor de las pinturas de la cornisa de mocárabes, como mínimo 30 años posterior a los cuatro maestros anteriores. Esconocedor de ciertas soluciones que se dan en la pintura flamenca.


El aspecto general del altar relicario también debe ponerse en relación con los iconostasios bizantinos y con los retablos de orfebrería medieval italianos, como el altar de esmaltes, obra de Ugolino de Vieri, de 1338, que sirve para guardar el paño de la Misa de Bolsena en la Catedral de Orvieto. Frente a la persistencia en la concepción mudéjar de la ornamentación de las labores de marquetería, las pinturas, que combinan elementos realistas y fantásticos en el marco de un vivo despliegue cromático, representan el epílogo del período italogótico y el comienzo del estilo internacional en Aragón: si los ángeles del interior de las hojas son claros exponentes del estilo de los Serra, la transición se vislumbra en las escenas de exterior, claramente renovadoras por su trazo más nervioso y la combinación caprichosa de la rica gama de colores. Ornamentación y pintura se conjugan excepcionalmente en el altar relicario de Piedra, el cual constituye una obra sorprendente y singular; un testimonio histórico importante para comprender el sincretismo cultural hispano en la Baja Edad Media, donde confluye y coexiste la herencia clásica, lo gótico italianizante y lo internacional, lo hispanomusulmán, lo cristiano, lo judío y lo mudéjar. Una síntesis estética de oriente y occidente única en el panorama artístico europeo de 1390.


Después de la desamortización de 1835, la reliquia del Sacro Dubio fue llevada a Cimballa, donde hoy se conserva dentro de un relicario manierista de plata sobredorada fabricado en 1594. Desde 1851 el retablo relicario se conserva en la Real Academia de la Historia, salvado de ser destruido o robado gracias a las gestiones de Juan Federico Muntadas, Pascual de Gayangos y Arce, Luis López Ballesteros (director de la Real Academia de la Historia) y Felipe Canga Argüelles (ministro de fincas del estado).

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