Con la Hégira de Mahoma en 622 surgió una nueva religión, el islamismo, que tuvo una rápida difusión desde el Próximo Oriente por el norte de África, llegando a Europa con la conquista de la Península Ibérica y con la zona de los Balcanes tras la caída del Imperio Bizantino. Su principal medio de expresión fue la arquitectura, pues la prohibición religiosa de representar imágenes figurativas supuso una seria traba para la pintura y escultura, que era únicamente de tipo ornamental, con motivos abstractos o geométricos. Así, la pintura islámica se ha utilizado sobre todo como elemento decorativo en las edificaciones, normalmente a través de la escritura (decoración caligráfica mediante versículos del Corán), dibujos geométricos o vegetales y, más raramente, mediante la representación figurativa de personas y animales. La actividad pictórica se vio así reducida a los arabescos, principalmente abstractos, con configuraciones geométricas o pautas florales o vegetales, generalmente en azulejos en las mezquitas. También se desarrolló la iluminación en libros sagrados y profanos, destacando la escuela de Bagdad y la miniatura persa. Dentro de la pintura mural destacan, en un primer momento, las pinturas de los palacios sirios, como el de Qusair Amra, en el que se narra la historia del rey visigodo don Rodrigo, y contiene escenas íntimas del baño de las mujeres. En el Egipto fatimí (909-1171) se constata la existencia de una rica iconografía, con representaciones animales y humanas, siendo palpable la influencia técnica y estilística de las culturas de la cuenca mediterránea, sobre todo Bizancio. En España, hay pinturas genuinamente islámicas en la Alhambra de Granada, aunque las que pueden verse en la Sala de los Reyes son realizadas por artistas cristianos, siendo más propias del arte occidental que del islámico.
El arte de la India tiene un carácter principalmente religioso, sirviendo como vehículo de transmisión de las distintas religiones que han jalonado la India: hinduismo, budismo, islamismo, cristianismo, etc. También hay que destacar como rasgo distintivo del arte indio su afán de integración con la naturaleza, como adaptación al orden universal, teniendo en cuenta que la mayor parte de elementos naturales (montañas, ríos, árboles) tienen para los indios un carácter sagrado. La pintura ha tenido en la India menos representación que la arquitectura o la escultura, pero ha estado presente en diversos periodos históricos: de época prehistórica destacan los abrigos rupestres de Bhimbetka (Bhopāl), donde se ha encontrado un conjunto de más de mil cuevas con pinturas rupestres (7000 a.C.). De época gupta (siglos IV-VIII) destaca el templo de Ajaṇṭā, con un conjunto de treinta cuevas excavadas en la roca, de las que dieciséis están decoradas con magníficas pinturas murales sobre la vida de Buda y los cuentos populares budistasjataka, aunque también hay escenas cotidianas y de la naturaleza. De época islámica (siglos XIII-XVIII) destacó la pintura mogol, desarrollada preferentemente en miniatura, en libros lujosamente decorados, generalmente de temática histórica, biográfica y cortesana, destacando artistas como Basawan, Abu’l Hasan, Sahifa Banu y Sewa. También destacó la pintura rajputa, generalmente en miniatura, género que adoptaron del arte islámico, con dos principales escuelas: la rājasthāni, desarrollada en regiones como Mewar, Mālwa, Bundi, Jaipur y Kishangarh; y la pahari, surgida en el siglo XVIII en el Punjāb, en pequeños reinos como Guler y Kangra. En época colonial (siglos XVIII-XX) surgió un estilo denominado «arte de la Compañía» (por la Compañía Británica de las Indias Orientales), caracterizado por la técnica occidental aplicada a representaciones de diversos elementos de la cultura hindú; paralelamente, nació un estilo conocido como kalighat pat, desarrollado en Calcuta, que mezclaba el arte popular indio con el realismo del arte occidental.
El arte chino ha tenido una evolución más uniforme que la occidental, con un trasfondo cultural y estético común a las sucesivas etapas artísticas, marcadas por sus dinastías reinantes. Como la mayoría del arte oriental tiene una importante carga religiosa (principalmente taoísmo, confucianismo y budismo) y de comunión con la naturaleza. Dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.): época de paz y prosperidad, se introdujo el budismo, que tuvo una implantación lenta pero progresiva. Destacó por sus capillas funerarias, con estatuas aladas de leones, tigres y caballos. La pintura se centró en temas de la corte imperial, nobles y funcionarios, con un sentido confucianista de la solemnidad y la virtud moral. Periodo de las Seis dinastías (220-618): se difundió más ampliamente el budismo, y gracias a la ruta de la seda se recibieron diversas influencias procedentes del oeste asiático. En pintura se formularon los seis principios, enunciados por Xie He a principios del siglo VI, y comenzó la caligrafía artística con la figura legendaria de Wang Xianzhi. La Dinastía Tang (618-907): este fue uno de los periodos más florecientes del arte chino. En pintura apareció el paisaje, género inicialmente de signo elitista, destinado a reducidos círculos culturales. Desafortunadamente, los paisajes Tang no han llegado hasta nuestros días, y sólo se conocen por copias, como Templo budista en las colinas después de la lluvia, de Li Cheng (siglo X). La Dinastía Song (960-1279) fue época de gran florecimiento de las artes y se alcanzó un nivel de elevada cultura que sería recordado con gran admiración en posteriores etapas. Continuó el paisaje, con dos estilos: el septentrional, de dibujo preciso y colores nítidos, con figuras de monjes o filósofos, flores e insectos; y el meridional, de pinceladas rápidas, colores ligeros y diluidos, con especial representación de paisajes nublados. La Dinastía Yuan (1280-1368): dinastía de origen mongol (su primer emperador fue Kublai, nieto de Gengis Khan), China se abrió más hacia Occidente, como queda patente en el famoso viaje de Marco Polo. En pintura proliferaron los temas religiosos, especialmente los taoístas y budistas, destacando las pinturas murales del templo de Yonglegong (Shanxi), y artistas como Huang Gongwang, Wang Meng y Ni Zan. La Dinastía Ming (1368-1644): supuso la restauración de una dinastía autóctona tras el periodo mongol, retornando a las antiguas tradiciones chinas. La pintura de esta época era tradicional, de signo naturalista y cierta opulencia, como en la obra de Lü Ji, Shen Zhou, Wen Zhengming, etc. La Dinastía Qing (1644-1911): dinastía de origen manchú, en el arte supuso la continuidad de las formas tradicionales. La pintura era bastante ecléctica, dedicada a temas florales (Yun Shouping), religiosos (Wu Li), paisajes (Gai Qi)...
El arte japonés ha estado marcado por su insularidad, aunque a intervalos ha ido recibiendo la influencia de las civilizaciones continentales, sobre todo de China y Corea. Gran parte del arte producido en Japón ha sido de tipo religioso: a la religión sintoísta, la más típicamente japonesa, formada alrededor del siglo I, se añadió el budismo en torno al siglo V, forjando un sincretismo religioso que aún hoy perdura. Período Kofun (200-600): en este período encontramos las primeras muestras de pintura, como en el enterramiento real de Ōtsuka y las tumbas en forma de dolmen de Kyūshū (siglos V-VI), decoradas con escenas de caza, guerra, caballos, pájaros y barcos, o bien con espirales y círculos concéntricos. Período Asuka (552-646): la llegada del budismo produjo en Japón un gran impacto a nivel artístico y estético, con fuerte influencia del arte chino. La pintura seguía los patrones chinos, en tinta o pigmentos minerales sobre seda o papel, en rollos de pergamino o colgando de la pared. Denota un gran sentido del dibujo, con obras de gran originalidad, como el relicario de Tamamushi (Hōryū-ji). Período Nara (646-794): en esta época tuvo su apogeo el arte budista, continuando con gran intensidad la influencia china. La pintura está representada por la decoración mural de Hōryū-ji (finales del siglo VII) y por kakemonos y makimonos, historias pintadas en un largo rollo de papel o seda, con textos relatando las diversas escenas o sūtras. A mediados del período se puso de moda el estilo pictórico de la dinastía Tang, como se vislumbra en los murales de la tumba Takamatsuzuka, de alrededor del año 700. Período Heian (794-1185): la iconografía budista tuvo un nuevo desarrollo con la importación de dos nuevas sectas del continente: Tendai y Shingon. En pintura, la aparición de la escuela deyamato-e («pintura japonesa») supuso la independencia de la pintura japonesa de la influencia china. Se caracteriza por su armonía y su concepción diáfana y luminosa, con colores vivos y brillantes, líneas simples y decoración geométrica. Las obras principales se encuentran en los monasterios budistas (Byōdō-in, Kongōbu-ji), y en los rollos manuscritos emaki, como la Historia de Genji. Pese a ello, la influencia china (pintura kara-e) continuó en edificios públicos y oficiales, ya que estaba ligada al prestigio funcionarial.
Período Kamakura (1185-1333): en esta época se introdujo en Japón la secta zen, que influyó poderosamente en el arte figurativo. La pintura se caracterizó por un mayor realismo y por su introspección psicológica, desarrollándose principalmente el retratismo y el paisajismo. Continuó el estilo yamato-e y la pintura narrativa en rollos, algunos de hasta 9 metros de longitud. La pintura relacionada con la secta zen era de influencia más directamente china, trazada en sencillas líneas de tinta china siguiendo la máxima zen de que «demasiados colores ciegan la visión». Período Muromachi(1333-1573): en este período floreció notablemente la pintura, enmarcada dentro de la estética zen. Predominó la técnica de la aguada (sumi-e), perfecta transcripción de la doctrina zen, que pretendía reflejar en los paisajes lo que significan, más que lo que representan, destacando Sesshū Tōyō, autor de retratos y paisajes. Cabe mencionar también la Escuela Kanō, fundada por Kanō Masanobu, que aplicó la técnica de la aguada a temas tradicionales. Período Momoyama(1573-1615): el arte de esta época se alejó de la estética budista, remarcando los valores tradicionales japoneses, aunque durante este período se recibieron las primeras influencias de Occidente. En pintura, la escuela Kanō recibió la mayoría de encargos oficiales, desarrollando la pintura mural de los principales castillos japoneses (Kanō Eitoku, Kanō Sanraku). Continuó el estilo yamato-e principalmente entre la clase burguesa, representada por la escuela Tosa, que continuó la tradición épica japonesa de escenas históricas y paisajes, destacando las figuras de Tosa Mitsuyoshi y Tosa Mitsunori. Período Edo(1615-1868): este período artístico se corresponde con el histórico de Tokugawa, en el que Japón se cerró a todo contacto exterior. Se desarrolló notablemente la pintura, que adquirió gran vitalidad, destacando Maruyama Ōkyo, Tawaraya Sōtatsu y Ōgata Kōrin, así como el género ukiyo-e («estampas del mundo flotante»), desarrollada alrededor de la técnica del grabado —principalmente xilografía—, que destacó por la representación de tipos y escenas populares (Hishikawa Moronobu, Kitagawa Utamaro, Katsushika Hokusai, Utagawa Hiroshige).
En América, la pintura precolombina no se desarrolló tanto como la arquitectura y la escultura, pero existen numerosos vestigios arqueológicos de pintura mural, especialmente en México: en Teotihuacán las paredes de los edificios solían cubrirse con una capa de estuco pintada con escenas narrativas o diseños decorativos; en Bonampak y Chichén Itzá los mayas decoraban sus templos con frescos de estilo realista que narraban acontecimientos históricos; en Cacaxtla(Tlaxcala) se han descubierto recientemente pinturas murales con representaciones de dioses, sacerdotes y guerreros. También se han encontrado pinturas murales en Mesoamérica, generalmente con diseños geométricos, como en Tierradentro (Colombia), o de tema mitológico, como en Panamarca(Perú). También hay que remarcar la extraordinaria habilidad mostrada por numerosos pueblos (mayas, mixtecas y aztecas) en la escritura pictográfica, especialmente en códices ilustrados, que solían contar con figuras y símbolos de esmerado dibujo e intensidad cromática, narrando hechos históricos o mitológicos, como el Códice Nuttall de los mixtecas (British Museum, Londres). Otras muestras de pintura precolombina se hallan en la decoración cerámica, especialmente las vasijas mayas, las moches y de la cultura peruana de Nazca. Desde el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 hasta la independencia de los diversos países americanos a lo largo del siglo XIX (los últimos Cuba Puerto Rico en 1898) se dio el denominado arte colonial, que fue un fiel reflejo del arte efectuado en Europa. Las primeras muestras de pintura colonial fueron las de escenas religiosas elaboradas por maestros anónimos, como las imágenes de la Virgen con el Niño. La producción artística hecha en Nueva España por indígenas en el siglo XVI es denominada arte indocristiano. La pintura barroca recibió la influencia del tenebrismo sevillano, principalmente de Zurbarán, como se puede apreciar en la obra de los mexicanos José Juárez y Sebastián López de Arteaga, y del boliviano Melchor Pérez de Holguín. A finales del siglo XVI destacó la Escuela cuzqueña de pintura, representada principalmente por Luis de Riaño y Marcos Zapata. En el siglo XVIII la principal influencia sería la de Murillo, y en algún caso —como en Cristóbal de Villalpando— la de Valdés Leal. Destacan Gregorio Vázquez de Arce en Colombia y Juan Rodríguez Juárez y Miguel Cabrera en México.
Los indios Hopi afirman que sus antepasados fueron visitados por seres procedentes de las estrellas que se desplazaban en escudos volantes o pájaros tronantes y dominaban el arte de cortar y transportar enormes bloques de piedra, así como de construir túneles e instalaciones subterráneas. Estos salvadores eran los “katchinas”, que significa “sabios, ilustres y respetados”. Para los Hopi losKatchinas no son dioses, son seres visibles, de apariencia humana, con conocimientos y potencial superiores a los del ser humano. Las ceremonias religiosas más notables son los misterios ‘kachina’ de la fertilidad (el kachina es el espíritu de un antepasado, que generalmente representa un clan, simbolizado en las ceremonias por un danzante enmascarado y maquillado), y los rituales del solsticio de verano y de invierno con la adoración al Sol y al fuego. La famosa danza de la serpiente, en realidad una danza de invocación a la lluvia, es considerada una de las más espectaculares. Se ejecuta con carácter bianual hacia el día 20 de agosto y atrae a miles de visitantes. De acuerdo con la tradición hopi, la historia de la humanidad está dividida en períodos que ellos denominan “mundos”, los cuales están separados entre sí por terribles catástrofes naturales: el primer mundo sucumbió por el fuego, el segundo por el hielo y el tercero por el agua. Nuestro actual mundo, que es el cuarto según sus profecías, está tocando a su fin, y dará paso a un nuevo mundo en un futuro no muy lejano. En total, la humanidad deberá recorrer siete periodos.
Los Hopi tienen lápidas de piedra.En ellas hay inscripciones alusivas a todo cuanto ocurrirá después de la próxima depuración. Esas lápidas anunciaron a los Hopi que primero llegarían gentes acompañadas de extraños animales tirando de cajas (vagonetas) y que más tarde las cajas se moverían por sí solas (trenes y automóviles). Les dijeron también que se extendería un hilo plateado a través de la tierra. Leyeron también que verían telas de araña en el cielo a través de los cuales la gente podría hablar (líneas telefónicas), y que llegaría el momento en que el águila caminaría sobre la luna. Cuando el astronauta americano Neil Amstrong bajó de su nave espacial al suelo lunar y dijo: “El águila ha tomado tierra”, se cumplió la profecía Hopi. Averiguaron así mismo que llegaría la hora en que dos potencias sacudirían la Tierra por dos veces. El símbolo de una de ellas sería el Sol naciente (Japón), y el de la otra sería el signo de las cuatro direcciones (Alemania). En los dibujos rupestres de Oraibi, la colonia más antigua de los hopi en Arizona, se ve una mujer sentada en un escudo abombado hacia arriba, y debajo una flecha con plumas que significa “velocidad”. Al llegar al nuevo continente, los indios se multiplicaron, formaron tribus y se separaron en clanes. Algunos emigraron hacia el norte, entre ellos los antepasados de los hopi, quienes recibieron este nombre al llegar a Oraibi y ser aceptados allí. A su vez los hopi formaron nuevas tribus que se establecieron en la alta montaña y la selva virgen, de forma semejante a los aztecas e incas. La tradición hopi habla de la ciudad Palátquapi (tierra roja) que sus antepasados erigieron en Centroamérica y que figura como centro de las ciencias.Palátquapi tiene un edificio de tres plantas que servía para la enseñanza. Se llega a él por una escalinata en la que cada peldaño equivale a un grado más alto del saber. En la planta baja se aprende la historia de su pueblo, en la primera Historia Natural, incluida la composición de las materias (química) y el respeto a la naturaleza, reverenciada en las ceremonias hopi junto con el poder del ser deifico.
El arte africano ha tenido siempre un marcado carácter mágico-religioso, destinado más a ritos y ceremonias de las diversas creencias animistas y politeístas africanas que no a fines estéticos, aunque también hay producciones de signo ornamental. Sin embargo, la pintura ha tenido escasa representación frente a otros tipo de artes, especialmente la escultura, cumpliendo por lo general un carácter accesorio, en decoración de máscaras y estatuas, frecuentemente con motivos geométricos o abstractos. En las montañasDrakensberg (Sudáfrica), los San (o bosquimanos) realizaron miles de pinturas rupestres entre los siglos XVIII y XIX, relacionadas con rituales chamánicos. Pero prácticamente hasta el siglo XX no se ha empezado a producir pintura de forma autónoma, especialmente tras la independencia de los países africanos, surgiendo entonces diversas escuelas como la Poto-Poto en Brazzaville, el movimiento Set Setal en Senegal, Rorke’s Drift en Sudáfrica, Oshogbo en Nigeria, Cyrene en Bulawayo, y otras ciudades como Lubumbashi, Dakar, Maputo, Harare, etc.). Tassili n’Ajjer (en bereber: Tasili n Ajjer) es un Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en Argelia. Fue inscrita como Patrimonio en 1982. Hace ocho mil años, cuando los vestigios de la época glacial enfriaban a Europa, el Sahara, que actualmente conocemos como un desierto árido y vacío, era una región fértil cuyos fluentes ríos y herbosos valles rebosaban de peces y animales salvajes. Durante los 6.000 años siguientes, diversas oleadas de emigrantes desarrollaron en estas tierras una serie de sociedades cada vez más avanzadas, de las que dejaron constancia en una colección de escenas labradas y pintadas en rocas que constituyen el documento más completo de las primeras civilizaciones africanas de la Edad de Piedra.
Hacia el año 2000 a.C., como consecuencia de la disminución de la corriente de aire húmedo procedente de la Europa meridional, o de algún otro cambio de clima, el Sahara comenzó a secarse. Los animales y los humanos iniciaron la dispersión, más las pinturas permanecieron protegidas por el aire seco y por nidos de víboras. En 1956, el explorador y etnólogo francés Henri Lhote comenzó un estudio intensivo de los olvidados frescos de Tassili. Después de 16 meses regresaron con un desconcertante cuadro del que en otros tiempos fue un verde Sahara así como de las primicias culturales de África. La meseta de Tassili, erosionada por el viento y el agua, forma gargantas y barrancos polifacéticos que hacían de ella un lugar ideal para los artistas primitivos. Sobre las protegidas paredes pétreas de sus nichos y refugios, dibujaron lo que veían a su alrededor. En ocasiones, también pintaron vistas contempladas durante sus viajes orientales a Egipto y al norte de Libia, pero en general retrataron animales. Entre estas reproducciones se encuentran retratos de tamaños exagerados, de rinocerontes de 7,50 metros de longitud y elefantes de 4,50 metros de altura, los dibujos prehistóricos más grandes que se conocen. Las pinturas sobre roca de Tassili reproducen las idas y venida de muchos pueblos y animales. Algunos especialistas las han clasificado en unos cuatro grupos, denominados según su figura dominante: el Cazador(6000 a 4000 a.C); el Pastor (4000 a 1500 a.C); el Caballo (1500 a 600 a.C.); y el Camello (a partir del 600 a.C.).
El Cazador es el hombre de mediados de la Edad de Piedra, consumado individualista que vagaba con palos arrojadizos y garrotes y vivía de los animales salvajes que mataba. El Pastor, que pertenece al final de la Edad de Piedra, sin embargo, practicaba la agricultura de azadón y domesticaba ganado, cabras y corderos. Las pinturas murales del pastor, que son las ejecutadas más diestramente de la colección de Tassili, muestran al hombre como a un ser sociable, tomando parte en ritos, cuidando de sus rebaños y realizando quehaceres domésticos. Sin embargo, este placentero periodo pastoral realmente marcó el principio del fin. A medida que pasaban los siglos, el Sahara comenzó a secarse; en los tiempos en que se trajeron caballos domados de Egipto, hacia el 1500 a.C., la mayoría de los animales silvestres ya habían partido. Pero el caballo no pudo sobrevivir debido a la creciente dureza del clima. Había llegado el momento de otra especie más educada para las nuevas condiciones climatológicas. Antes de que comenzara la era crisitana, el camello hizo su aparición como animal de monta y carga. Para entonces, el Sahara ya era esencialmente el desierto que es hoy.
https://oldcivilizations.wordpress.com/2012/09/28/el-arte-pictorico-y-su-relacion-con-la-historia-de-la-humanidad/
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