Louis Marie de Schryver, quien se encontraba en París cuando la ciudad ya estaba consolidada como la ‘capital de Europa’ y sería de interés no solamente para cientos de viajeros, sino motivo de inspiración para poetas, literatos y pintores nativos y extranjeros.
A finales del siglo XIX, París brindaba a los visitantes poder transitar por una ciudad cuyo embellecimiento (iniciado a partir del Segundo Imperio, entre 1852 y 1870), había sido concluido. De la mano Napoleón III y el barón Haussmann, se crearon nuevas avenidas y calles, se restauraron las fachadas, se remodelaron los espacios verdes, el mobiliario urbano, y se efectuaron trabajos de conservación en monumentos públicos. Con estas grandes obras, la ciudad se promovió por todo el mundo, sustituyéndose los estrechos callejones del viejo París por los anchos bulevares y las grandes plazas.
Poco después de haber nacido Louis de Schryver, los pintores impresionistas comenzaron a utilizar la vida de París para sus creaciones. Cada aspecto de la cotidianidad de la ciudad constituyó tema de interés para estos y otros artistas que descubrieron una actividad inusual hasta el momento: el movimiento de una urbe que iría en ascenso. Los cafés de moda, las tiendas -tanto de los grandes modistos de alta costura como los ya construidos grandes almacenes-, alentaban a la población a salir a la calle y poder pasear por las amplias avenidas o disfrutar de los parques o monumentos. Y parte de esas actividades fueron retratadas por pintores como Louis Marie de Schryver.
Nacido en París, en 1862, el padre de Louis de Schyrver era periodista de cierto renombre, pero su hijo desde pequeño demostró poseer vocación y aptitudes para la pintura. A los 12 años realizó su primera exposición de dos obras (bodegones), aún sin haber recibido instrucción académica como pintor. A partir de entonces comenzó a estudiar bajo la tutela de Philippe Rousseau, hasta que se instaló por su cuenta, obteniendo a la edad de 17 años una medalla de bronce en la Feria Internacional de Sydney.
Louis de Schyrver continuó pintando bodegones hasta que comenzó a realizar retratos y escenas callejeras. Hacia 1886 se centró en la temática de la vida diaria en París, a la par que recibiera encargos de retratos de familias de la alta sociedad francesa. Especialmente famosas se hicieron sus obras de la serie “Le Premier Jour de Printemps” (‘El primer día de primavera’), por la que recibió un premio en el Salón de París de 1886.
Continuó cosechando éxitos y hasta 1900 mantuvo su estudio en el centro de París, por lo que le resultaba muy fácil salir y encontrar inspiración en cualquiera de las calles o los parques, visualizando el movimiento de los transeúntes, de los vendedores callejeros, del paseo de mujeres y niños. En la Exposición Universal de 1900 obtuvo una medalla de oro por una de sus obras.
La mirada de Schryver sobre París se destacaba de la de sus contemporáneos por la espontaneidad que reflejaba en las escenas retratadas. Trasmitía un especial sentimiento en cada obra. Su serie sobre las vendedoras de flores (algunas de las cuales ilustran esta publicación) poseen la cualidad de reflejar los estados de ánimo de compradora y vendedora…
Con cierto aire de ingenuidad, los representantes de las clases más acomodadas entran en perfecta armonía con las de las clases humildes. Los rostros así lo demuestran, como también las miradas de los niños, muchas veces retratados en compañía de sus madres o cuidadoras.
No queda duda que el artista quería reflejar, sobre todo, a los miembros de la alta sociedad parisina. Por ello, en sus obras ocupa un lugar destacado la apariencia de estos. Sus cuadros recorren varias de los estilos del vestir femenino entre 1980 y 1900. Con una pincelada suelta, de Schryver describe la silueta de las damas de los últimos años de la moda del polisón, pasa por la típica de los años 1890’s (silueta ‘reloj de arena’), hasta apuntar el inicio de la ‘sylphide’, propia del nuevo siglo XX.
Dedica el pintor un especial cuidado para reproducir los tejidos, las sedas estampadas, las finas organzas y los encajes de las blusas, tímidamente asomadas por las chaquetas de los vestidos ‘trotteur’. Detalla asimismo los complementos y accesorios: tocados (con sus correspondientes cintas, flores, plumas y lazos), guantes, parasoles…
Todo ello dentro de escenarios privilegiados: la avenida de los Campos Eliseos, frente al Arco de Triunfo, la Rue Royale, cerca del Obelisco, delante del ‘Hôtel National des Invalides… destacando en los fondos los ricos carruajes, las fachadas monumentales y, en algunos casos, la entrada a tiendas de moda. Así, Louis de Schyrver llama la atención sobre una ciudad que marcaría la modernidad europea, por su bullicio y movimiento, pero recordando siempre la presencia del patrimonio cultural que la sustenta como legado del pasado.
El final de la carrera
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