Simplemente perfecto, ¿verdad?… Es de mármol, pero parece que realmente está cubierto por un fino velo…, un sudario de seda…
Giuseppe Sanmartino , está considerado como uno de las más grandes personalidades artísticas de la escultura italiana del setecientos italiano, por la escultura de “Cristo velado” (“Cristo velato”), realizada en mármol el año 1753, cuando contaba con 33 años, para la capilla príncipesca de Santa Maria della Pietà, conocida como Capilla Sansevero o Pietatella, situada en Sangro di Sansevero en Nápoles.
Una escultura hecha de una sola pieza de mármol que nos muestra a un Jesús yacente es la causa de nuestro asombro, el cadáver reposa sobre un catafalco y dos cojines sostienen la cabeza de Cristo, cuyo cuerpo aparece enteramente cubierto por un fino sudario, desde la cabeza a los pies, junto a los cuales encontramos esculpidos la corona de espinas, los clavos y unas tenazas.
A esta obra se la conoce como “El Cristo Velado”, y eso es lo que más nos sorprende, el velo, esa transparencia etérea que cubriendo todo el cuerpo nos permite verlo al detalle como si una liviana seda se hubiera posado casi ingrávida sobre el desnudo cuerpo. Lo asombroso, lo extraordinario, es que el velo etéreo, ingrávido, sutil ¡es mármol!, duro mármol blanco, y es cuando nos preguntamos ¿Cómo es posible? ¿Cómo una estatua de mármol puede concebirse y realizarse con transparencias?
El velo confiere a la estatua un extraordinario dramatismo: la cabeza caída hacia el lado derecho, el cuerpo exánime, las piernas ligeramente arqueadas y ese rostro sin vida que el velo transparente deja ver, pese a su consistencia marmórea. La muerte humana, en definitiva, extraordinariamente representada de la mano de una artista.
Sanmartino, que contaba 33 años cuando esculpió esta escultura tan asombrosa, se inspiró en un modelo anterior hecho en terracota por otro autor italiano. El contrato por el que se encargaba la obra exigía al escultor que la finura de la capa de mármol que representase velo fuese tal que pudiese apreciarse de manera completa el semblante de Cristo. Así que el artista se pone a la tarea y emplea par ello, en un momento determinado un velo que le sirva de orientación en el delicado encargo que ha recibido. Lo resuelve de forma magistral, con esa tércnica que recuerda tan de cerca los paños mojados de Fidias y confiere a la estatua un acentuado dramatismo: la cabeza caída hacia el laldo derecho, el cuerpo exánime, las piernas ligeramente arquedas y ese rostro sin vida que el velo transparente deja ver, pese a su consistencia marmórea. La muerte humana, en definitiva, extraordinariamente representada de la mano de una artista a los que nuestros apresurados temarios no permiten prestar atención.
Que maravilla!!
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