La incredulidad de Santo Tomás es una obra pictórica realizada por
Caravaggio en óleo sobre lienzo. Michelangelo Merisi da Caravaggio . Su personal estilo pictórico conjuga la belleza de los personajes con un desgarrado realismo
que en más de una ocasión le causó algún problema. Pero sin duda alguna
la principal innovación del artista en el campo de pintura fue la
introducción de un nuevo tratamiento lumínico, el tenebrismo. Esta
técnica consistía en destacar al personaje o escena principal mediante
un potente foco de luz dejando el resto de la escena en penumbra u
oscuridad.
La obra de la incredulidad de Santo Tomás fue realizada por el artista barroco en 1602 como parte de un encargo de la familia Giustiniani;
los Giustiniani eran una familia de aristócratas y banqueros romanos
que patrocinaron bajo su mecenazgo a un buen número de artistas barrocos
entre los que destaca especialmente Caravaggio y posteriormente sus
seguidores.
El óleo tiene unas dimensiones de 107 x 146 cm y representa una
escena bíblica tomada del Evangelio de San Juan por lo que se trata de
un tema religioso: Jesús aparece resucitado entre sus
discípulos pero Santo Tomás se muestra reacio a creer en la aparición de
su Maestro por lo que éste le induce a tocar las heridas que le
causaron la muerte.
La escena se desarrolla en un espacio interior del que el artista no
nos proporciona ningún dato más, con un fondo neutro los personajes son
la escena única y principal del lienzo. A la derecha aparece Jesucristo
resucitado con una encarnación blanquecina que remite a su estado post
mortem, aparece ataviado con una especie de túnica o girón blanco que en
realidad es el mismo sudario con el que fue enterrado y que él mismo
abre en el costado para guiar el dedo de su incrédulo discípulo. De
hecho el cuerpo de Jesús aún presenta signos de su muerte y desde luego
que Caravaggio no representa al típico Cristo triunfante ante la muerte.
El conjunto se completa con dos apóstoles más que observan la escena.
El punto focal hacia donde el propio cuadro nos remite es el dedo de
Santo Tomás introduciéndose en la herida de Cristo, es una escena
hiriente y realista, que casi resulta desagradable. Los dedos del
discípulo se adentran en la carne de Jesús mientras éste aguanta
estoicamente la prueba de su resurrección.
La obra de Caravaggio resultaba naturalista hasta el punto de ser desgarradora,
no sólo por la prueba de Santo Tomás sino porque el pintor representa
la escena y los personajes lo más realista posible, son hombres humildes
con rostros realistas curtidos por el trabajo y ropajes humildes.
La luz persigue los efectos tenebristas
característicos de las obras caravaggiescas, es proveniente de un foco
exterior que el espectador no puede identificar pero que está
perfectamente guiado para dirigirse con fuerza hacia los personajes
principales de la escena dejando el resto en tinieblas.
Tomás aún no cree en la identidad de Cristo, por lo que Cristo mete uno de sus dedos en la llaga del costado. Este hecho, que podría parecer exageradamente prosaico, es la mayor prueba física del reconocimiento , la definitiva demostración de su regreso desde el reino de los muertos. Caravaggio ha ejecutado una composición que converge completamente en el punto de la llaga con el dedo metido, de tal modo que la atención de los personajes del lienzo y la de los espectadores contemporáneos se ve irremisiblemente atraída por esta "prueba" física. El habitual naturalismo descarnado de Caravaggio se vuelve aquí casi de sentido científico: la luz fría cae en fogonazos irregulares sobre las figuras, iluminando el cuerpo de Cristo con un tono amarillento, que le hace aparecer como un cadáver, envuelto aún en el sudario (no es una túnica). El pecho todavía está hundido y pareciera que la muerte se resiste a dejarlo marchar al mundo de los vivos, manteniendo sus huellas en el cuerpo de Jesús.
Tomás aún no cree en la identidad de Cristo, por lo que Cristo mete uno de sus dedos en la llaga del costado. Este hecho, que podría parecer exageradamente prosaico, es la mayor prueba física del reconocimiento , la definitiva demostración de su regreso desde el reino de los muertos. Caravaggio ha ejecutado una composición que converge completamente en el punto de la llaga con el dedo metido, de tal modo que la atención de los personajes del lienzo y la de los espectadores contemporáneos se ve irremisiblemente atraída por esta "prueba" física. El habitual naturalismo descarnado de Caravaggio se vuelve aquí casi de sentido científico: la luz fría cae en fogonazos irregulares sobre las figuras, iluminando el cuerpo de Cristo con un tono amarillento, que le hace aparecer como un cadáver, envuelto aún en el sudario (no es una túnica). El pecho todavía está hundido y pareciera que la muerte se resiste a dejarlo marchar al mundo de los vivos, manteniendo sus huellas en el cuerpo de Jesús.
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