Este cuadro realizado por un joven Francisco de Goya en
1777 forma parte de la colección de pinturas que pintó este artista
aragonés como cartones que sirvieran de imagen base para que
posteriormente fueran tejidos para ser tapices. Todos ellos formaban
parte de la colección real, y por lo tanto hoy se conservan y exponen en
el museo de El Prado de Madrid.
En realidad, obras como ésta le sirvieron a Goya para alcanzar una
enorme fama en sus primeros años de estancia en la corte real, lo que le
abrió las puertas para muchos trabajos posteriores. Para inspirarse
antes de realizar obras como El Quitasol, Goya observaba
atentamente a la sociedad aristocrática de su época, y plasma aquello
que ve con aparente ingenuidad y el resultado es un conjunto de pinturas costumbristas que nos presentan la cotidianeidad de la sociedad acaudalada de finales del siglo XVIII.
En este caso vemos una muchacha en actitud un tanto maliciosa que se
deja cortejar por un joven que galantemente sostiene la sombrilla que la
cubre del calor del sol. La imagen transmite frescura, como la sonrisa
seductora de la joven. Y en realidad, a Goya la escena le sirve como
pretexto para crear un cuadro repleto de luz. De hecho lo que más parece
interesarle es el contraste entre la luz que se refleja y la luz
directa, entre el rostro de la chica y el del muchacho, respectivamente.
La composición es claramente triangular. En este esquema compositivo
desempeñan un papel importante los matices de color: la mancha verde de
la sombrilla, los tonos entre amarillos y ocres del traje del joven, el
rojo del chaleco de él y del adorno de la cabeza en ella, el azul del
corpiño femenino y el amarillo de su falda. Mientras que el tono blanco
en la parte baja destaca aún más por la presencia de un pequeño perro
negro tumbado ante la chica.
Coloca en un primer plano a los protagonistas, y consigue
darle profundidad al paisaje mediante la silueta del árbol a la derecha
y el paisaje esquemático como fondo. Un paisaje hecho a partir de
líneas de fuga y suaves colores, casi apastelados para el cielo y la
masa arbórea, lo que le proporciona un agradable atractivo a la imagen.
Se trata de un Goya joven, formado durante la época del Neoclásico,
y sin embargo se ve claramente que las rígidas estructuras neoclásicas
no terminan de encajar con su estilo y su carácter artístico.
De entre toda su producción de cartones que realizó hasta el año 1778 para la Real Fábrica de Tapices, éste de El Quitasol
es uno de los más afamados y elegantes. Y además se puede considerar
emblemático dentro de las características de todo el conjunto. Todos
ellos muy propios del arte dieciochesco, mezclando elementos rococós y neoclásicos, y anticipando algunos más propios del arte posterior del Romanticismo.
Posiblemente sea el Quitasol uno de los cartones para tapiz más
llamativos de los pintados por Goya. En él hace un bello canto a la
juventud, centrando su atención en la sonrisa de la muchacha y en su
gesto seductor, mirando abiertamente al espectador para hacernos
partícipes del galanteo; tras ella, un joven le quita el sol con una
sombrilla de color verde, en el mandil blanco de la joven se acurruca un
perrillo negro con una cinta roja. El interés por la luz que demostró
Goya en el Bebedor,
pareja del Quitasol, vuelve a aparecer en esta escena. Aquí es la
sombrilla la que sirve precisamente para sombrear diferentes zonas,
haciendo la luz solar que se resalten los colores en los que incide. Los
tonos cálidos empleados (amarillos) otorgan una enorme alegría a la
composición, alegría reforzada por las expresiones de las dos figuras.
La pincelada utilizada es bastante disuelta, como se aprecia en el
perrillo. El Quitasol formaba parte de los cartones destinados a servir
como modelos para los tapices que decorarían el comedor de los Príncipes
de Asturias (el futuro Carlos IV y su esposa María Luisa) en el Palacio de El Pardo.
http://arte.laguia2000.com/pintura/el-quitasol-de-goya
http://www.artehistoria.com/v2/obras/937.htm
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