lunes, 11 de noviembre de 2019

LA BRUJERIA EN GOYA Y LOS CUADROS PARA LA DUQUESA DE OSUNA


El tema de la brujería en Goya tuvo un importante desarrollo. Además de los seis cuadros de brujerías que pintó a finales del siglo XVIII para el gabinete de la duquesa de Osuna (entre los que destaca el famoso El aquelarre), el pintor español Francisco de Goya trató el tema en dos momentos: en la serie de grabados titulada Los Caprichos (su primera edición data de 1799 pero fue retirada enseguida porque Goya fue denunciado a la Inquisición española, debido a su patente hostilidad hacia el tribunal como lo muestra el último grabado que se titula Ya es hora que, según el antropólogo español Julio Caro Baroja, "parece una alusión a la hora en que inquisidores y frailes dejen de actuar en el país") y en las Pinturas Negras(cinco de ellas aluden a la creencia en brujas.
Desde su llegada a Madrid en 1774 Goya se relacionó con el grupo de ilustrados de la "villa y corte" y compartió plenamente sus ideas renovadoras. Entabló una gran amistad con Leandro Fernández de Moratín quien en la última década del siglo XVIII empezó a preparar la edición crítica de la relación del proceso de las brujas de Zugarramurdi. Según el antropólogo español Carmelo Lisón Tolosana, esa obra (que acabó publicándose en Logroño en 1811) ejerció una enorme influencia en la visión de la brujería que Goya plasmó en sus cuadros y grabados, con la finalidad de "desterrar vulgaridades perjudiciales". Así Goya "traduce al óleo y aguafuerte la satirización de brujas que sus contertulios vierten en libros, almanaques y comedias", afirma Carmelo Lisón.
Julio Caro Baroja también ha destacado la influencia que seguramente tuvo en Goya la edición crítica que hizo su amigo Moratín de la relación del proceso de Logroño, pero según este historiador y antropólogo vasco, "Goya dio un paso más adelante que Moratín" ya que "intuyó algo que hoy día vemos claro, a saber: que el problema de la Brujería no se aclara a la luz de puros análisis racionalistas... sino que hay que analizar seriamente los oscuros estados de conciencia de brujos y embrujados para llegar más allá". Así Goya "nos dejó unas imágenes de tal fuerza que en vez de producir risa nos producen terror, pánico".

El Capricho
En los cuadros para el gabinete de la duquesa de Osuna,Goya pintó a finales del siglo XVIII una serie de seis pequeños cuadros sobre brujerías para el gabinete de la duquesa de Osuna en la finca llamada El Capricho: Vuelo de brujas (Museo del Prado); El conjuro y El aquelarre (Museo Lázaro Galdiano); La cocina de los brujos (colección privada, México), El hechizado por la fuerza (National Gallery de Londres) y El convidado de piedra (hoy en paradero desconocido).



La finca de El Capricho es un parque y zona verde situado en el barrio de la Alameda de Osuna, en el distrito de Barajas, al noreste de la ciudad de Madrid, España. Fue mandado construir por la duquesa de Osuna entre 1787 y 1839. Cuenta con una superficie de 14 hectáreas.



Está considerado uno de los parques más bellos de la ciudad. De sus rincones destacan la plaza de El Capricho, el Palacio, el estanque, la plaza de los Emperadores, o la fuente de los Delfines y de las Ranas.



Se le atribuyen referencias inglesas, francesas e italianas, de la época en que fue construido, las cuales son reflejo de las influencias artísticas de los diseñadores del parque. Constituye el único jardín del Romanticismo existente en Madrid. Muestras de ello son el laberinto de arbustos, los edificios, como el palacete, la pequeña ermita, o el hermoso salón de baile, además de los riachuelos que lo recorren y estanques.




María Josefa Pimentel, duquesa de Osuna, casada con el noveno duque de Osuna, Pedro Téllez-Girón, fue una de las damas más importantes de la nobleza de la época, y mecenas de artistas.
En 1783 compró un terreno en las afueras de Madrid para construir una finca de recreo. Un año después, el arquitecto de la corte, Pablo Boutelou, expuso un proyecto inicial para el jardín. Empezó a construirse en 1787, terminándose finalmente 52 años más tarde, en 1839. La duquesa falleció sin ver completamente concluido el recinto, en 1834.
Encargó el diseño de los jardines al arquitecto Jean-Baptiste Mulot, proveniente de la corte francesa.
La duquesa ordenó construir estanques, que conectaban el canal principal que recorre el parque con el salón de baile, que es donde se llevaban a cabo las fiestas que daba. Este edificio se levanta sobre un pequeño manantial (donde se puede observar la figura de un jabalí que permanece bajo un arco mirando hacia el riachuelo), del que se surtía de agua el resto del parque.


En la invasión francesa de 1808, el recinto pasa a ser propiedad del general francés Agustín Belliard, quien parece ser que utilizó las instalaciones para sus tropas. Posteriormente, tras la retirada del ejército francés, el lugar volvió a manos de la duquesa, quien llevó a cabo una reforma del mismo. Se repoblaron arbustos, y se construyó el casino de baile o palacete mencionado (1815), obra de de Martín López Aguado. También se levantaron columnas y relieves que se consideran representación de las cuatro estaciones, primavera, verano, otoño e invierno.

Durante la República fue declarado Jardín Histórico, aunque sin muchas consecuencias. Durante la Guerra Civil, se construyeron en el Jardín varios refugios antiaéreos subterráneos, en los que se encontraba el Estado Mayor del Ejército del Centro, mandado por el general Miaja, la posición Jaca. En los alrededores del palacio emergen restos de respiraderos de los refugios.

Regresando a Francisco de Goya y nuestro tema...





Vuelo de brujas
A pesar de los desvelos de la Ilustración por eliminar la superstición de la sociedad española, lo demoniaco atraía a buena parte de los españoles sin distinción de clase social. Goya no es ajeno a este tema, ya sea para criticarlo o para reflejar sus episodios
El vuelo de brujas,forma parte de la serie de seis lienzos, de los que el Prado conserva sólo éste, que Goya vendió en junio de 1798 a los duques de Osuna, para la decoración de su casa de campo, La Alameda, a las afueras de Madrid; los tituló en la cuenta de entrega como composiciones de asuntos de Brujas. Tres personajes, vestidos con faldillas, con el torso desnudo y tocados con capirotes en forma de mitra, decorados con pequeñas serpientes, e iluminados por un foco de luz exterior al cuadro, sostienen en el aire a otro desnudo, abandonado en sus brazos, al que insuflan aire soplando sobre su cuerpo, como revelan sus hinchadas mejillas. En la parte baja, dos hombres, vestidos de campesinos, han alcanzado la cima de la montaña, cuyo camino tortuoso y ascendente se pierde en la oscuridad del fondo, mientras su asno se ha parado más abajo. Uno, caído en el suelo, se tapa los oídos para no escuchar el ruido de los seres voladores; el otro, avanza con la cabeza cubierta, protegiéndose de la luz y haciendo la higa con sus dedos, contra el mal de ojo.

La radiografía y la reflectografía de rayos infrarrojos muestran un cambio importante en la composición: la figura que ahora camina de frente, cubierta por una manta blanca, estaba originalmente de espaldas, retrocediendo por el camino por el que había subido, buscando al asno, que espera más abajo, que Goya utilizó siempre en sus obras como símbolo de la Ignorancia.


El conjuro


Escena compuesta por un grupo de viejas brujas que conducen al aquelarre a un pávido hombre en camisa, que ha sido arrancado de su lugar de descanso. Sobrevolando sus cabezas, aparece el acompañamiento de la reina del aquelarre, murciélagos, mochuelos y lechuzas, todos ellos según la tradición animales chupadores de sangre. Mientras el buen hombre es atormentado por la reina de las brujas (que a través de su manto amarillo, centra y da luz a la tétrica composición) , sus compañeras realizan diferentes acciones: la más vieja, sobre la que se posa una lechuza, lleva un cesto con niños que han sido robados de sus casas. Junto a ella otra bruja, con manto blanco, lee el conjuro alumbrada por una vela. A su lado otra bruja clava un alfiler o aguja en el espinazo de un feto para chupar la sangre, mientras dos murciélagos se agarran a su manto. Su compañera alumbra con una vela de aceite al pobre hombre aterrorizado. Desde la oscuridad del cielo emerge una figura con largos huesos en sus manos, que creemos poder identificar con el diablo. El efecto dramático de esta composición se potencia por la manera en la que Goya ha empleado el color: a partir de una capa de pintura negra, que puede ocupar la totalidad del lienzo, aplica los colores para ir consiguiendo las zonas de luz reservando el negro del fondo.

El aquelarre


El lienzo muestra un ritual de aquelarre, presidido por el Gran Cabrón, una de las formas que toma el demonio, en el centro de la composición. A su alrededor aparecen brujas ancianas y jóvenes que le dan niños con los que, según la superchería de la época, se alimentaba. En el cielo, de noche, brilla la luna y se ven animales nocturnos volando (que podrían ser murciélagos).
La escena pertenece a la estética de "lo sublime terrible", caracterizada por la preceptiva artística de la época también en el prerromanticismo literario y musical y que tiene su paralelo en el Sturm und Drang alemán. Se trataba de provocar un desasosiego en el espectador con el carácter de pesadilla. En este cuadro y en la serie a la que pertenece se acentúan los tonos oscuros, y es por ello que la ambientación se sitúa en un paisaje nocturno. En el momento de la ejecución de esta serie, Goya se encuentra trabajando en Los caprichos con los cuales guarda una estrecha relación. El tema de la brujería estaba de actualidad entre los ilustrados españoles amigos del pintor, especialmente inclinado a él estaba Leandro Fernández de Moratín.

La cocina de las brujas

Según el autor Frank Irving, esta obra conocida erróneamente con el nombre La cocina de las brujas debería llamarse Berganza y Cañizares, pues representa a estos personajes de la Novela Ejemplar de Miguel de Cervantes  "El casamiento engañoso y el coloquio de los perros". Por lo tanto este cuadro de Goya estaría basado en uno de los episodios de brujería más famosos de la literatura española que, con ligeras modificaciones, se mantiene bastante fiel a la narración cervantina.
Los protagonistas del lienzo son el perro Berganza y la bruja Cañizares, quien le explica al perro la manera de conjurar demonios y realizar ungüentos mágicos para volar. En el centro de la composición observamos a la bruja con una pierna apoyada en el suelo y la otra, con forma de pata de cabra, media extendida.
Lleva la mano izquierda hacia la olla mientras frente a ella el perro Berganza, de pie con el brazo derecho y la pierna izquierda de un ser humano, observa cómo un macho cabrío sale volando con una escoba por la chimenea de la cocina, lugar donde habitualmente se realizaban los rituales mágicos. Los dos personajes que aparecen a la izquierda de la composición han sido conjurados por la bruja y transformados en demonios. Encima de ellos cuelgan huesos, calaveras y una lámpara de aceite que ilumina la escena.
El mensaje que tanto Cervantes como Goya quieren transmitir es que la imaginación puede modificar nuestro concepto de la realidad.
La obra de Goya muestra una variada (y variopinta) tipología de la bruja. En su pintura, y en sus dibujos, podemos observar mujeres jóvenes y mujeres viejas, decrépitas, horrendas, tanto vestidas como completamente desnudas. En algunas pinturas, vemos cómo el artista elabora incluso una tipología de mujer-animal, tal como se contempla (con estupor) en la "Cocina de las brujas", donde, precisamente, se representa el proceso de transformación en animales y su salida por una chimenea, cabalgando sobre escobas hacia la reunión de brujas, el Aquelarre.
¿Por qué esa predilección de Goya por temas referidos a brujerías?
Una de las causas (a mi juicio, de bastante peso) viene referida a la crítica a la Inquisición española, que sabemos que estuvo vigente en tiempos de Goya, para pasar a ser, definitivamente, abolida en 1.834.
Otra de las posibles razones por la que el artista pintaría temas de brujería está asociada a la idea de la perversión de los jóvenes (y niños) debida a malas influencias, provocando, con ello, la pérdida de la inocencia. Este factor será, sin lugar a dudas, un lugar común en el Siglo XIX, tanto en literatura como en pintura.
Una tercera razón viene referida a la denuncia de actitudes sociales y políticas, tendencia ésta que apareció en la primera mitad del Siglo XIX, posibilitando, así, la crítica a determinadas instituciones (como la Iglesia), o a ciertos tipos de poder disimulados bajo el tapiz religioso (como el clero).

El hechizado por fuerza
El hechizado por fuerza, también llamada „“La lámpara del diablo”, es uno de los seis cuadros de brujerías de Goya que pintó a finales del siglo XVIII para el gabinete de la duquesa de Osuna. 
La organización espacial del cuadro, las sombras y gestos del personaje dan la impresión, según repiten los expertos, de que Goya quiso pintar una escena teatral, escena que reproduce hasta los asnos que aparecen en los versos de la comedia.
La pintura representa el momento en que el personaje central, Don Claudio, sacerdote supersticioso y temeroso, vestido de negro, se encuentra en la habitación de una bruja; sostiene, aterrorizado, una alcuza con la que está vertiendo aceite sobre una lámpara cuya luz ilumina el cuadro; con la mano izquierda se tapa la boca para que no le entre el diablo que, con cabeza de macho cabrío, sostiene la lámpara. Llena la lámpara porque cree que morirá tan pronto se consuma el aceite. 
Al fondo, en negro, se ven tres asnos que bailan, tal y como se describe en una escena del segundo acto de la obra. En primer plano contemplamos parte del cuaderno del apuntador en el que se lee "LAM DESCO", que formaría parte del primer verso del discurso de don Claudio que dice: ¨Lámpara descomunal/ Cuyo reflejo civil/ Me va á moco de candil/ Chupando el óleo vital...¨».de la comedia El hechizado por fuerza de Antonio de Zamora, representado con frecuencia en tiempo de Goya. 
El hechizado por la fuerza tienen una fuerte influencia teatral, Goya se inspira en una comedia del dramaturgo Antonio de Zamora, surgiendo así este lienzo que fue vendido a la Duquesa de Osuna para decorar el palaciode El Capricho a las afueras de Madrid. En ese lugar se discutía a menudo sobre brujas y demonios por lo que estas imágenes Vuelo de Brujas y El aquelarretambién forman parte de la serie.

El convidado de piedra

También llamado "Don Juan y el convidado de piedra" ó "El burlador de Sevilla "Goya ha pintado en este cuadro la escena del Acto III de la comedia de Antonio de Zamora..., "No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague", y Convidado de piedra que, con gran éxito, fue representada anualmente en Madrid entre 1784 y 1804. Moratín, que conocía esta versión de la leyenda de Don Juan de Zamora, se la pudo recomendar a Goya para la realización del cuadro. También es posible que el pintor aragonés, aficionado al teatro, la hubiese visto y hubiese decidido pintar un lienzo sobre esta parte de la obra. 
El protagonista de la comedia, Don Juan, después de matar al Comendador, Gonzalo de Ulloa, reta a su estatua y la invita a cenar a su casa. A su vez, la estatua responde a don Juan con una invitación para asistir al panteón de los Ulloa, el lugar donde se desarrolla la escena de este cuadro. 
Al fondo de la composición Goya ha pintado un arco que podría aludir a la capilla de los Ulloa y bajo el cual aparece la figura de piedra del Comendador. Se trata de una figura fantasmagórica que se acerca a don Juan sentado con las manos en jarras y en actitud desafiante. Don Juan, que no se arrepiente de sus actos, sufrirá el castigo del infierno, representado en este lienzo mediante llamas y fuego. 
Este es el cuadro que más se aleja desde un punto de vista temático del resto de las obras de la serie de pinturas de los duques de Osuna. En él no aborda el contraste de la realidad con la imaginación para criticar la superstición, sino que se muestran las consecuencias morales del pecado. Frank Irving cree que El convidado de piedra fue pintado por Goya para cerrar esta serie.  








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