Desde el punto de vista mitológico,cuando los tres hijos de Cronos se dividieron el universo, a Plutón le tocó el reino subterráneo, convirtiéndose en el siniestro Rey de los Muertos, cuyo solo nombre infundía espanto y cuya inexorable justicia hacía temblar a los hombres. Siempre ocupado en recibir las almas que Mercurio conducía hasta su puerta, sólo subió una vez a la superficie de la Tierra, y fue el día en que quiso que a su trono sin luz descendiese también una reina.
La hermosa ninfa Proserpina, hija de Ceres, se hallaba con sus hermanas en una pradera de violetas. De pronto, la tierra se abrió en una vorágine y por su inmensa boca surgió el carro de Plutón tirado por cuatro caballos negros. Saltó de él el dios de los muertos, atrapó por la fuerza a la doncella, la subió al carro y lanzó veloz la cuádriga hacia el reino de los infiernos. Antes de desaparecer en el abismo, la ninfa lanzó un grito de terror que fue oído por su madre, diosa de las mieses, que corrió a la Tierra a prestarle su ayuda. Durante nueve días y noches, recorrió Ceres inutilmente montes y valles, sin encontrar a su hija por parte alguna.
Gracias a la ayuda de la diosa Diana, que ilumina las noches, el dios Apolo, divino testigo de todas las cosas, reveló a Ceres que Proserpina se hallaba en el reino de los muertos. Entonces Ceres, rota por el dolor, se recluyó en una solitaria cabaña de la campiña de Eleusis. Inmediatamente, las semillas dejaron de germinar, los árboles dejaron de dar frutos, los campos se volvieron estériles y una tremenda sequía destruyó las mieses.
El dios Júpiter, preocupado, envió a Iris, la mensajera divina, para que convenciera a Ceres de que debía devolver, con su presencia, la fecundidad a la Tierra. Sin embargo, la diosa aseveró afligida que la Tierra no daría ni una espiga hasta que no volviera a ver a su hija. Entonces, Júpiter no tuvo más remedio que conjurar al rey de los negros cabellos y la mirada sombría para que accediera a que Proserpina volviese a la Tierra durante dos terceras partes del año junto a su madre. Plutón consintió y la ninfa subió a reencontrarse con Ceres. Inmediatamente, toda la tierra floreció de nuevo y se cubrió de mieses y de frutos.
Desde entonces, todos los años, al volver las brumas, Proserpina desciende al tenebroso Tártaro y, durante una tercera parte del año, vuelve a ocupar su puesto en el trono de ébano y oro, al lado de Plutón.
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