El vestuario de los Tudor y Estuardo refleja la personalidad de la realeza europea de los siglos XVI y XVII a través de vestidos, casacas y calcetas que encierran secretos de sus dueños.
A lo largo de los siglos XVI y XVII cambiaron el ancho de las mangas y el relieve de los corpiños de las mujeres, que, con los años, fueron haciéndose más elaborados según el gusto personal de cada miembro de la familia real.
La preferencia de Enrique VIII por la tela lisa cambió cuando bajo su reinado (1509-1597) impulsó leyes en materia textil que establecían los colores y materiales que cada clase social debía utilizar.
El código, estricto para el resto de estratos sociales, no fue aplicado con la misma severidad dentro de su propia familia, como se aprecia en uno de los retratos que componen la muestra, en el que puede verse a Isabel I de Inglaterra, cuando era todavía princesa, con un vestido bordado en oro.
El oro, únicamente reservado para los monarcas y herederos al trono, resalta en la figura de la hija de Ana Bolena, aunque entonces aún era considerada ilegítima ante la corte inglesa frente a su hermanastra María, fruto del primer matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón.
Esa curiosidad sobre la "reina virgen" se refleja en la muestra, que aglutina 60 retratos de la Royal Collection y una decena de objetos que muestran cómo vestirse constituía todo un ritual.
Distribuida en tres grandes salas, la exposición se ocupa además del vestuario de los infantes, los atuendos para ocasiones especiales como el carnaval y también algunas manías y detalles de soberanos.
Entre ellas destacan un par de calcetas verdes utilizadas por el rey Guillermo III de Inglaterra (1672-1702), uno de los pocos descendientes de los Estuardo presente en la muestra y cuya personalidad ha sido descrita históricamente como reservada, fría y anodina.
Los detalles de la prenda, en la que están bordadas con mimo y coquetería las iniciales del soberano, desmienten que el rey no prestase atención a los detalles y es para los organizadores de la exposición una prueba de que su carácter era alegre.
Los códigos de la ropa servían para distinguir las clases sociales y también el sexo de los niños, a los que se vestía igual en sus primeros años de vida y se diferenciaba con una doble línea en el dobladillo en el caso de los varones.
No sólo cambiaron los vestidos, también la estética en peluquería e incluso las armaduras.
A mediados del siglo XVII, los hombres comenzaron a dejarse melena, y sus armaduras empezaron a imitar el corte presente en sus armarios, que una vez más habían abandonado la tela recargada por un estilo más sobrio en el bordado y recargado en el volumen de los bombachos.
Los matrimonios entre la realeza europea, el desarrollo del comercio y la supremacía política de los estados marcaron las tendencias durante esos dos siglos.
Así, la hegemonía de la España colonial está presente en retratos de príncipes portugueses y miembros de la realeza de Austria, que portaban abrigos cortos, cuello bajo en los vestidos de las mujeres y el pelo recogido hacia atrás en el llamado "estilo español".
La exposición muestra el retrato de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, hijas del rey Felipe II, como ejemplo de la moda que se expandió hasta la corte inglesa.
Ataviadas con idéntico vestido bordado en verde, ambas lucen cuello alto cerrado y un amplio dobladillo externo en el bajo, considerado aristocrático en la época porque permitía ver los lujosos zapatos.
Los vestidos servían también como método de expresión para sus portadores, muchos de ellos extranjeros que llegaban a la corte por matrimonio político y que utilizaban accesorios para reivindicar su procedencia y su carácter.
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