Pintor impresionista francés. A pesar de que inició sus
estudios de derecho, gracias a la desahogada economía familiar y al
beneplácito de su padre (cuya cultura y sensibilidad ante lo artístico
resultó fundamental en su etapa de formación), Edgar Degas se dedicó
bien pronto a la pintura. En 1853 ingresó en el taller del pintor
Barriasy y en 1854 recibió las enseñanzas de Louis Lamothe, seguidor de
Ingres.
Sin embargo, su privilegiada condición social,
que determinará toda su vida y una buena parte de su obra, le permitió
acceder a las colecciones particulares de pintura de la clase alta
parisiense y formarse en la tradición clásica como autodidacta a través
de múltiples viajes. En Florencia, conoció en casa de su tío, el barón
Bellelli, copias y originales de Rafael, Mantegna, Pollaiuolo,
Ghirlandaio y Botticelli.
Por los testimonios de la
época se sabe que Degas era un hombre tímido, sensible, algo retraído,
con una gran vida interior que a veces le dificultaba la relación con
sus semejantes, tal como puede observarse en la serie de autorretratos
que realizó entre 1854 y 1858, donde se aprecia la influencia de Ingres.
En la década de los sesenta, la posibilidad de entender la pintura como
un ejercicio artístico, ajeno a las alegorías y al trasfondo moralista
de los grandes cuadros de historia, era todavía incierta y dudosa.
Sin embargo, las recientes muertes de Vernet,
Delacroix e Ingres abrieron un hueco en el que pudo desarrollarse, de la
mano de Manet y Degas, lo que Baudelaire denominó enfáticamente el
"heroísmo de la vida moderna". La familia Bellelli (1858-1875,
Museo de Orsay, París) surge de unos retratos de sus primas que Degas
pintó durante su primera estancia en Florencia, y muestra un análisis
visual de la familia en el que los caracteres de los personajes (la
atenta e inquieta tía Laura, su esposo Genaro, las dos niñas), junto con
la verosimilitud del mobiliario y los objetos personales, constituyen
una composición realista, fiel testimonio de la vida moderna.
La familia Bellelli
La obra, sin embargo, puede entenderse también
como una alegoría de la continuidad temporal familiar, pues el dibujo
que cuelga de la pared representa al abuelo Degas, patriarca de la
familia, mientras delante de él, la propia Laura Bellelli se encuentra
embarazada; son cuatro y no dos -como parece a simple vista-, las
generaciones plasmadas en el cuadro: el pasado alimenta al presente para
proyectarse en el futuro, como ocurre en toda la obra de Degas.
De
regreso a París, tras una estancia en la villa Médicis de Roma, Degas
descubrió el fascinante mundo escénico que tanto exaltó en su pintura.
Aunque de connotaciones alegóricas, el retrato de Mademoiselle Fiocre en el ballet La Source (1868, Brooklyn Museum, Nueva York) expuesto en el Salón de 1868, representa su aparición en el panorama artístico parisiense.
Orquesta de la ópera
Orquesta de la ópera
Su obra Orquesta de la ópera (1868-1869,
Museo de Orsay, París), debía haber sido un retrato del fagotista Désiré
Dihau, pero finalmente se convirtió en una composición en la que
algunos de sus amigos, como el compositor Emmanuel Chabrier y otros
músicos -pintados casi a la manera de Ingres-, se encuentran coronados
por un friso de bailarinas decapitadas. Tras la visión instantánea y
objetiva de encuadre espontáneo se esconde un complejo artificio
compositivo que reclama el derecho a establecer nuevas reglas para la
representación realista de la imagen de una época.
Las
relaciones de Degas con el movimiento impresionista fueron bastante
complejas. A pesar de que participó en siete de las ocho exposiciones
del grupo y mantuvo diferentes contactos con todos los pintores que lo
constituían, se negó sistemáticamente a practicar la pintura al aire
libre y su obra posee indudables resonancias realistas e incluso
clásicas.
El padre de Degas escuchando a Lorenzo Pagans (1869)
La captación visual del instante en Degas no
puede asociarse al paisaje, que apenas practicó, aunque sí puede
reconocerse en algunas pinturas relacionadas con la música, el baile o
la escena. El padre de Degas escuchando a Lorenzo Pagans (1869,
Museo de Orsay, París), representa un momento preciso de una de las
veladas musicales que su padre organizaba en su propio domicilio; el
instante es retenido, pero no sólo a través de la referencia visual,
sino también por medio del gesto del cantante y guitarrista Lorenzo
Pagans -boca abierta y mirada perdida-, así como por el movimiento
capturado de sus manos durante la ejecución de una pieza y la expresión
de ensimismamiento del padre.
Tras la guerra
franco-prusiana, en la que participó alistándose en la Guardia Nacional,
Degas regresó a París y frecuentó el ballet de la Ópera de la calle
Peletier, iniciando sus primeras y míticas series de bailarinas hacia
1872. Dos años después, cuando participó en la primera muestra
impresionista, su pintura fue una de las menos criticadas debido al
perfecto dominio del dibujo, entendido éste sólo como un análisis de la
realidad.
En la tercera exposición impresionista que se celebró en
1877, en cuya organización Degas participó activamente, su pintura se
decantó momentáneamente hacia los temas sociales como consecuencia de la
influencia de Zola y de las tertulias en el café Guerbois. De esa época
cabe destacar Las planchadoras (1884, Museo de Orsay, París) y La absenta
(1876, Museo de Orsay, París), obra en la que el artista se solidariza
con dos personajes marginales, un mendigo y una prostituta, cuyos
atuendos crean una sutil relación cromática y metonímica con sus
respectivas bebidas. La perspectiva oblicua que introduce al espectador
en la escena no es más que un recurso de verosimilitud pictórica que
apunta hacia la objetividad y preocupación por lo social.
La absenta (1876)
Sin embargo, Degas, que seguía el código de la buena
sociedad tan elocuentemente descrito por Proust, no habría de pasar a la
historia de la pintura por sus reivindicaciones sociales, sino,
principalmente, por los efectos del movimiento que logró plasmar tan
magistralmente en su obra, sobre todo en la serie de las bailarinas, de
planchadoras o de figuras femeninas en general: mujeres bailando,
bañándose o secándose, captadas en ese instante preciso de la realidad.
Su pintura se interesó por la figura femenina, a la que consagró la
mayor parte de su obra.
A partir de los años ochenta, Degas realizó numerosas
variaciones sobre el tema de las bailarinas; sin embargo, la idea de la
mujer estuvo muy vinculada a su vida artística y privada. Degas perdió a
su madre cuando contaba apenas trece años. No se casó nunca y no se le
conoció ninguna relación amorosa -Mademoiselle Volkonska y Marie Dihau
no son más que meras suposiciones-; ante ello el artista comentó en una
ocasión: "Hubiera sufrido durante toda mi vida el temor de que mi esposa
dijera: Te ha quedado bonita, después de haber acabado una pintura."
Clase de baile (1872)
Al margen de las connotaciones misóginas de semejante
afirmación, lo cierto es que sus complejas relaciones con las mujeres
influyeron notablemente en su arte y propiciaron su curiosidad a través
de la mirada, un "voyeurismo" que se manifiesta en esos cuerpos que, en
realidad, parecen haber sido robados a la intimidad femenina, mientras
las mujeres se preparan para la escena, como en Clase de baile (1872, Museo de Orsay, París), Bailarina sentada frotándose el tobillo izquierdo (1881-1883, Museo de Orsay, París) y Bailarinas entre bastidores (1890, Museo de Orsay, París), o mientras realizan sus aseos cotidianos como en Mujer peinándose (1887-1890, Museo de Orsay, París) o Mujer secándose el pelo al aire libre (1903, Museo de Orsay, París).
Mujer peinándose es uno de sus más clásicos desnudos. En una versión posterior del mismo tema, Doncella peinando a la señora
(1896, National Gallery, Londres), los contornos de la mujer y la
criada surgen de un campo cromático rojo anaranjado que parece anticipar
el Estudio rojo de Matisse (1911, MOMA, Nueva York) quien, curiosamente, fue propietario de esta pintura de Degas.
Mujer peinándose (1887-1890, Museo de Orsay)
Degas fue un pintor clásico de la vida moderna que
mantuvo una apasionada relación con la pintura del pasado: "Está muy
bien copiar lo que uno ve; pero es mucho mejor dibujar lo que ya no ve,
salvo en el recuerdo. Es una transformación en la que la imaginación y
la memoria trabajan juntas. Sólo se reproduce lo que llamó la atención,
es decir, lo realmente necesario. De este modo los recuerdos y las
fantasías se liberan de la tiranía de la naturaleza. Por este motivo los
cuadros hechos así, por un hombre que tiene una memoria cultivada y que
conoce tanto su oficio como a los viejos maestros, son casi siempre
obras notables." De hecho, muchas de las figuras que parece haber
plasmado con objetividad paseando por alguna calle de París pueden
reconocerse en obras de Ingres, Watteau o algún pintor desconocido de
los siglos XVII o XVIII.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/degas.htm
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