Ingres resultó un asiduo lector de la literatura clásica, medieval y renacentista, distinguiéndose como un magnífico intérprete de los que serían posteriormente los temas del Romanticismo. Para este lienzo se inspiró en un pasaje de la obra "Orlando Furioso", escrita por Ariosto en el año 1516. Resulta una reinterpretación del tema cristiano de San Jorge, el dragón y la princesa. Aquí sin embargo, se ha desviado la escena hacia el erotismo desenfrenado, justificado con el nombre de un gran escritor del siglo XVI. A juzgar por los estudios preparatorios que se han conservado, el motivo que más interesó al artista fue la figura de Angélica, de la cual realizó numerosos bocetos previos. El resultado final es el de una figura retorcida artificiosamente, con piel de un blanco irreal destacado contra la rugosidad de la roca, encadenada. Mientras, el héroe impávido y cubierto de arriba abajo viene a rescatarla del dragón.
A comienzos del siglo XIX en Francia, tras la vorágine de acontecimientos de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico, se puso de moda la recuperación de la literatura medieval, especialmente si era de tipo caballeresco y estaba ambientada en suelo patrio. Una de las obras más demandadas fue el Orlando Furioso del italiano Ludovico Ariosto, cuya versión definitiva se acabó de escribir en 1532. Se trata de un poema épico de tipo caballeresco, escrito en lengua romance, ambientado en tiempos de Carlomagno y protagonizado por varios de sus caballeros, como el propio Orlando, también llamado Roldán (famoso por su heroica muerte ante los vascones en la batalla de Roncesvalles, narrada en la Canción de Roldán).
Entre los admiradores del poema se encontraba uno de los principales pintores neoclasicistas franceses, Dominique Ingres, que utilizó uno de los pasajes de la obra como inspiración para pintar este cuadro en 1819. Según el canto X del poema, la princesa Angélica la Bella, hija del rey de Catay, un remoto reino del extremo Oriente, fue secuestrada por los habitantes de la Isla de Llanto, junto a las costas de Hibernia, para ofrecerla como tributo a un monstruo marino que les atormentaba. Despojada de sus ropas y encadenada a una roca en medio del mar, la princesa esperaba su horrible final cuando el azar hizo que el caballero Roger, a lomos de un hipogrifo -un animal híbrido, mitad caballo y mitad águila-, sobrevolase aquél territorio y viese a la joven en apuros. Fiel a sus votos de caballero y tras caer enamorado por su belleza, se lanzó sobre el monstruo, que comenzaba a salir de las aguas, dispuesto a dar su vida por la de la doncella. Tras un duro combate, y al ver que sus armas eran incapaces de causar herida alguna a la bestia, acaba usando una treta, ciega con el reflejo de su escudo al monstruo y aprovecha su desconcierto para desatar a la joven y huir con ella.
El trinomio héroe-doncella-monstruo es un clásico tanto de la literatura como del arte, símbolo del triunfo de la voluntad del hombre o de la fe, frente a la adversidad o el mal. Los mejores ejemplos son los de Perseo, el héroe griego rescatando a lomos de Pegaso a la joven Andrómeda cuando iba a ser devorada por otro monstruo marino; y el de San Jorge, el caballero cristiano, muy afamado en la Edad Media gracias a la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine, que salva a la princesa de un maligno dragón. Las similitudes con la historia de Roger y Angélica son claras, pero también hay curiosas diferencias, ya que Roger no llegó a matar al monstruo como habían hecho sus predecesores; y la bella y pura princesa, que es el premio por sus esfuerzos, ni siquiera era doncella, pues había tenido aventuras amorosas con numerosos caballeros a lo largo del poema, además no correspondió al amor del caballero, al que engañó y abandonó en cuanto tuvo la primera ocasión.
Igualmente la pintura de Ingres está llena de peculiaridades, discípulo del aclamado Jacques Louis David, máxima figura del Neoclasicismo, su estilo no acabó de encajar en el taller del artista y se pasó la mayoría de sus años en Roma, estudiando directamente a los clásicos. En unos tiempos en los que los elogios iban a parar a las obras que exaltaban las victorias militares de Francia, sus cuadros de temas medievales o sus odaliscas medio desnudas ocupaban un papel secundario. Sin embargo su técnica, basada en el papel dominante del dibujo frente al color es plenamente neoclásica. Paradójicamente fueron los pintores impresionistas, sobretodo Renoir y Degas, que defendían la postura opuesta, la preponderancia del color frente al dibujo, quienes más le admiraron.
Los esbozos del cuadro muestran que preparó a conciencia la figura de Angélica, dedicándola la mayoría de sus dibujos. Está situada en el centro, entre Roger y el monstruo, concediéndola el foco de atención, a pesar de no ser la protagonista de la acción. Ingres fue un especialista en la representación del desnudo femenino, tema recurrente en su obra. La princesa tiene todas las características de sus desnudos: con la piel blanca, marmórea, deslumbrante; la postura del cuerpo siempre forzada, en una posición casi irreal, en este caso marcada por la contorsión exagerada del cuello; y por último la fuerte expresión del rostro femenino, en esta pintura mostrando desmayo, destacando sobremanera los ojos, totalmente en blanco.
A su izquierda se encuentra el héroe justo en el momento de cargar contra la bestia, volcado hacia delante y marcando una fuerte diagonal con su lanza que nos lleva hasta la cabeza del monstruo. Viste una capa blanca que ondea al viento y brillante armadura dorada que sin embargo no destaca en exceso al difuminarse con el color de la roca y las alas de su montura. El hipogrifo por su parte muestra el movimiento contrario, hacia atrás, en una postura extraña, casi rampante, imitando a las figuras heráldicas. Se aprecia perfectamente su origen híbrido, con la cabeza, alas y garras de águila, y los cuartos traseros de un caballo.
El monstruo apenas ocupa un pequeño espacio en la esquina del cuadro, surgiendo de las aguas, su aspecto es más el de una serpiente marina. No parece excesivamente terrorífico ni poderoso ni amenazante. Parece que el pintor prefirió ceder el protagonismo al entorno, que es el que consigue esa sensación dramática y de tensión: en mitad de la noche, con el cielo totalmente oscurecido, la roca con Angélica encadenada, solitaria en medio de un mar embravecido, el oleaje que golpea con fuerza los pies de la joven...
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