Sevilla se va
a constituir a lo largo del XVII en principal foco pictórico
de la época, alumbrando durante el primer tercio del siglo
a tres de las figuras más importantes del Barroco español,
junto con Velázquez: Zurbarán, Alonso Cano y Murillo.
De todos ellos,
será el extremeño Francisco de Zurbarán el
primero en iniciar esta nueva andadura, siendo recordado a día
de hoy principalmente como el "pintor de los monjes".
Zurbarán
se hace grande en el retrato y en la sencilla representación
de la realidad, encontrándose sin embargo en apuros cuando
tenga que lidiar con perspectivas y composiciones, que procurará
siempre que sean simples. Así, es posible observar en sus
pinturas seriadas toda una galería individualizada de rostros
y expresiones, pertenecientes a, en ocasiones, figuras monolíticas
de perfiles casi geométricos que se recortan contra fondos
poco elaborados pero que destacan por la luz que las envuelve, realzando
ese característico blanco empleado por este artífice
en los hábitos.
Francisco de
Zurbarán nace en el año de 1598 en el pueblo pacense
de Fuente de Cantos, hijo de un mercero que le enviará antes
de cumplir veinte años a Sevilla, a estudiar con el pintor
Pedro Díaz de Villanueva. Una vez completado su aprendizaje,
que no durará mucho, Zurbarán regresará a su
Extremadura natal, a la localidad de Llerena, donde contraerá
matrimonio por dos veces y se establecerá, hasta la fecha
de 1626 en que es reclamado a Sevilla para llevar a cabo la ejecución
de un importante encargo.
La orden de
los Dominicos deseaba una serie de cuadros acerca de la vida monástica
para su convento de San Pablo, convirtiéndose la buena realización
de los mismos en el detonante para la consecución de otro
encargo más, proveniente en este caso del convento de la
Merced en 1628, transmitiendo el Ayuntamiento de Sevilla al pintor,
un año más tarde, su deseo de que se instalara de
forma definitiva en la ciudad, siendo aceptada la propuesta por
éste.
Lo cierto es
que Zurbarán gozó de fama en su época, algo
que propició que nunca le faltaran los encargos, en mayor
o menor medida, los cuales se sucedieron a lo largo de los años
en forma de peticiones de grandes series pictóricas por parte
de diversas órdenes religiosas (Jerónimos, Cartujos…),
aunque también llegará a enfrentarse al tema mitológico
durante la breve estancia que pase en Madrid participando en la
decoración del Palacio del Buen Retiro, no saliendo demasiado
airoso de esta prueba, y al género del bodegón, del
que se revelará maestro.
Hacia la mitad
de su vida la desgracia le alcanzó en la forma de la defunción
de su segunda esposa (tras lo que se volvió a casar), una
disminución de trabajo y el sufrimiento de la peste de 1649,
que se llevará a uno de sus hijos, Juan el pintor.
Además,
con el paso de los años Francisco habrá de ser testigo
de cómo el nuevo estilo de un cada vez más apreciado
Murillo se va imponiendo poco a poco, en detrimento de su propia
elección. Finalmente decidirá partir de nuevo a Madrid
a la vera de su amigo Velázquez, instalándose de forma
definitiva hasta su muerte en esta ciudad, casi una década
después y rodeado de estrecheces económicas, en el
año de 1664.
Principales
obras de Zurbarán
Zurbarán,
como ya se ha señalado, va a representar con una gran claridad
la religiosidad que impregnará la vida española del
s.XVII (es ésta la época de la Contrarreforma y las
órdenes religiosas habrán de salir beneficiadas de
dicha circunstancia, adquiriendo un mayor relieve), componiéndose
la mayor parte de su obra de series dedicadas a mostrar la vida
monástica:
San Hugo en el refectorio
La misa de
fray Pedro de Cabañuelas
El adiós de fray
Juan de Carrión a sus hermanos
La Cartuja de Jerez,
San Pablo el Real, el Monasterio de los Jerónimos de Guadalupe
o la Merced de Sevilla fueron algunos de los sitios para los que
llevó a cabo sus principales series.
Su obra adeuda
los contrastes tenebristas de Ribera, protagonizados por una tendencia
naturalista típica de la época, algo que se aprecia
excepcionalmente bien en sus sencillas y táctiles naturalezas
muertas (en la actualidad Zurbarán ha sido redescubierto
como bodegonista). Sin embargo, lo más característico
de este pintor son sus representaciones de religiosos y santas,
a las que viste a la manera de la época, desplegando todas
sus cualidades como retratista y ejerciendo un dominio absoluto
en rostros y telas (a pesar de la aparente sencillez de su pintura,
Zurbarán disfruta con la suntuosidad de las telas).
Uno de sus mejores
cuadros, La visión de San Pedro Nolasco (1628), procedente
del sevillano Convento de la Merced, ejemplifica a la perfección
el lenguaje de este pintor, de una sencillez a la búsqueda
de la realidad concreta de las cosas. Formas dibujadas, distintos
tonos de blanco, contrastes entre sombras y luces, cabezas expresivas…en
un marco muy sencillo que acoge la representación de un milagro
protagonizado por el fundador de la orden.
A esta misma
serie pertenece también uno de sus cuadros más perturbadores,
la Aparición de San Pedro Apóstol a San Pedro Nolasco,
donde el el apóstol aparece representado en una violenta
posición en escorzo, boca abajo y envuelto por un halo de
luz anaranjada.
Destacable asimismo
es su representación de Santa Catalina (1640), una
de las obras más hermosas de este artista, en la que efectúa
un espléndido ejercicio de maestría en la ejecución
de los paños, las pinturas de vírgenes niñas,
caso de La Virgen niña durmiendo (1635), su temprano
Cristo en la Cruz, que tanta fama le dará, o el San
Serapio ejecutado para la Merced.
Ángel turiferario
Forma parte de las tablas realizadas por Zurbarán para la Cartuja de Jerez, una de las mejores series del artista.Beato John de Houghton
Agnus Dei
Destacan la sencillez de la composición, la sensación de quietud que transmite y el asombroso naturalismo de la imagen. Pertenece a la etapa de madurez artística de Zurbarán.La Virgen de las Cuevas
A lo largo de su trayectoria como pintor, Francisco de Zurbarán
realizó en su taller grandes encargos para diversas órdenes monacales.
Esta obra es un ejemplo.
Santa Faz o Paño de la Verónica
Francisco de Zurbarán, que encarna la visión más pura de la
mística hispana, pintó numerosas versiones de este tema y en esta
consiguió un tratamiento y una disposición magistrales.
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