Aunque el edificio no está en el mejor estado posible, ni mucho menos, se conserva la mayor parte de las construcciones, incluida la enorme muralla rectangular que rodea el recinto de la antigua cartuja. La orden fue fundada por San Bruno hace más de 900 años y en Aragón llegó a tener tres monasterios. Pues antes de nada, vamos a hacer un breve viaje por las tres cartujas aragonesas. Las tres fueron abandonadas por los monjes tras la Desamortización de Mendizábal (1835), pero a una de ellas volvieron y han estado hasta hace poco tiempo.
- A partir de 1564 don Hernando de Aragón (arzobispo de Zaragoza) construye la Cartuja de Aula Dei, en las afueras de la ciudad. Los monjes volvieron en 1901, pero se acaban de volver a ir y puede que definitivamente (se ha instalado en el edificio una orden francesa llamada Chemin Neuf). Su iglesia está decorada con unas pinturas que son la primera gran obra de madurez de Goya.
- La última que se construyó es la de la Concepción, conocida como Cartuja Baja. Hoy es la más singular de las tres, porque cuando los cartujos la abandonaron se convirtió en el núcleo del actual barrio: las galerías de los claustros se convirtieron en calles, los patios en casas, el cementerio de los cartujos en parque… Recorrerla, y más de noche, es una experiencia única.
De las tres cartujas aragonesas la menos conocida es, seguramente, la más antigua: la Cartuja de las Fuentes. Situada en medio de los Monegros, solamente abre los domingos por la mañana y además está en un estado… digamos que no está en el mejor estado posible. Después de que los monjes la abandonaran tras la Desamortización de Mendizábal, en el siglo XIX, pasó a manos privadas e incluso fue transformada en un balneario (que no tuvo éxito, a pesar de “las fuentes” que lleva en el nombre). Actualmente sigue perteneciendo a unas ancianas señoras que no pueden hacer frente a la restauración del edificio y vive en un largo “impasse”, a la espera de que el Gobierno de Aragón pueda hacerse cargo del monumento e inicie una restauración que va siendo urgente.
Es un lugar único, y no sólo por el paisaje de los Monegros. El edificio conserva todas las características que diferencian a una cartuja de los monasterios de otras órdenes. Cuando San Bruno fundó la Cartuja creó una comunidad de solitarios. Sí, suena raro, pero es así. Eran gentes que querían pasar su vida en total soledad, aislamiento y silencio, pero San Bruno era un hombre práctico y era consciente de que la mayoría eran incapaces de algo así. Por lo que creó una orden formada por gente que pasara su vida sola pero al lado de otros, para que así pudieran sentirse respaldados por la comunidad. Cada monje vivía solo en su celda, de la que prácticamente no salía (eran grandes, y además cada una tenía un pequeño huerto en la parte de atrás), pero las celdas estaban una al lado de otra, por si acaso era necesario contar con el apoyo de los demás. Además, algunos de los rezos diarios eran en comunidad (en la iglesia), comían juntos una vez a la semana e incluso un rato del lunes podían hablar entre ellos. Todo perfectamente organizado.Y todo perfectamente reflejado en el plano del monasterio.
Para empezar, una muralla que rodea el recinto y lo aísla del mundo. El único punto de contacto es la puerta, y en la zona más alejada de esta está el gran claustro, alrededor del cual están las celdas de los monjes. En el corazón del conjunto, la iglesia, y a cada uno de sus lados dos pequeños claustros. Alrededor de uno se organizaban las dependencias comunitarias, como la sala capitular (donde se reunían a tratar cuestiones relacionadas con el funcionamiento de la comunidad) o el refectorio (donde comían juntos los domingos). Alrededor del otro había pequeñas capillas, para que los monjes pudieran celebrar misa a diario en soledad con Dios.
Sin embargo, lo más sorprendente no es el edificio, sino el hecho de que Fray Manuel Bayeu lo cubrió de pinturas de arriba a abajo. 2.000 metros cuadrados de frescos que, en gran parte, pueden verse en un estado de conservación sorprendentemente bueno.
Fray Manuel Bayeu era el pequeño de los Bayeu. El mayor era Francisco, un extraordinario pintor que de no haber nacido Goya, su cuñado, hubiera sido el mejor de la España del siglo XVIII. Francisco se encargó de enseñar el oficio a sus hermanos: Ramón, que dejó una obra de gran calidad, y el pequeño, Manuel, que se metió cartujo. Y precisamente por eso pintó muchísimo, pues a la Orden le salía barato. Bueno, más que barato, le salía gratis.
Su autorretrato está escondido en una capilla tan oscura que es necesaria una linterna para poderlo ver, pero aún así es una muestra de soberbia impensable en un cartujo. Seguramente estaba satisfecho de su obra y quiso dejar constancia de ello. Fray Manuel no sólo pintó en la Cartuja de las Fuentes, su obra más importante, y en la de Valldemossa, en Mallorca. Obra suya se puede encontrar en otros lugares, como la catedral de Jaca, algunas iglesias zaragozanas, el monasterio de Sijena… eso sí, al ser cartujo sabemos poco sobre su vida, salvo lo que él mismo cuenta en la correspondencia que mantiene con su amigo Martín Zapater (el amigo de su cuñado Goya).
La Cartuja de las Fuentes es todo esto y mucho más, uno de los lugares más sorprendentes de Aragón, seguramente porque nadie se espera encontrar toda esta belleza en medio de un paisaje tan duro y con un envoltorio tan austero.
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