Este vaso, descrito como “velón” en el inventario de 1746, es uno de los
pocos del Tesoro del Delfín que se encuentran en su estado original. Se
compone de tres piezas de cuarzo citrino y una, la del remate, de
cuarzo ahumado, unidas por cinco guarniciones de oro esmaltado en negro,
y de dos asas del mismo material. Tiene un cuerpo ovoide con cuatro
protuberancias: dos menores, donde se insertan cartones enroscados que
forman las asas, y otras dos, más abultadas, que rematan en sendas
piqueras de oro esmaltado. La tapa, de boca oval, con perfil levemente
acampanado, está decorada, al igual que el pie, con gallones, y remata
en un cerco de oro con balaustre de formas redondeadas. El cuerpo está
decorado con ondas y volutas labradas profundamente en la masa de cuarzo
y que sugieren una humareda, algo que, junto al tipo de mineral
elegido, refuerza el aspecto del vaso, similar al de un velón y
probablemente concebido para este uso. La rotundidad de esta obra
contrasta con la delicadeza del esmalte excavado que decora las
principales guarniciones, aplicado sobre una superficie finamente
rayada. Los motivos, prácticamente lineales, remiten a esquemas de tipo
antiguo, desarrollados en vertical con un eje axial, como los candeleros
o candelieri renacentistas de tradición romana. Corresponden a la moda de las denominadas silhouettes,
en apogeo entre 1610 y 1620, diseños de cartones finísimos, acabados en
formas picudas, que se publicaban para ser ejecutados en esmalte
monocolor, blanco o negro, como puede verse en los repertorios de
Drusse. Esta tendencia se desarrolla en las dos primeras décadas del
siglo XVII. En 2001 Letizia Arbeteta atribuyó el vaso a Dionysio
Miseroni, último gran lapidario de la tradición milanesa, en posible
colaboración con su padre, Ottavio, director del taller, que proporciono
numerosos ejemplares de ricos vasos al emperador Rodolfo II. El estilo
de la guarnición impide otorgar al vaso una datación más tardía, lo que
plantea un curioso problema, pues, de una parte, este es muy parecido a
las obras de Dionysio en su etapa de madurez artística, entre 1640 y
1650, pero, de otra, en esas fechas la labor de oro que muestra ya había
pasado de moda. Esto nos obliga a replantear la posibilidad de una
colaboración entre el padre y el hijo, o bien a pensar en una obra de
este, temprana pero decidida, que marcara ya las líneas de su peculiar
producción. Son característicos de este artista los vasos modelados como
masas amorfas, típicas del estilo llamado cartilaginoso, decorados con
rítmicas líneas de volutas y planos paralelos unidos por aristas,
síntesis prácticamente abstracta que podría encerrar referencias
esotéricas y representar los Cuatro Elementos: el fuego, implícito en
los tonos del cuarzo; el aire y el agua en las volutas y las ondas; y la
tierra en las aristas que recuerdan las cristalizaciones originales. En
esta pieza han desaparecido los gallones, la decoración fitomorfa y
figurada y los animales fantásticos, quedando solo lo esencial: la
ilusión de un velón que, al encenderse, pierde su corporeidad,
tornándose humo y llamas que se disuelven en el espacio entre los
reflejos del oro y el esmalte negro que resalta como un artístico
pábilo. Es una de las piezas pertenecientes al Tesoro del Delfín, el
conjunto de vasos preciosos que, procedentes de la riquísima colección
de Luis, gran Delfín de Francia, vinieron a España como herencia de su
hijo Felipe V, primer rey de la rama borbónica española. Luis de Francia
(1661-1711), hijo de Luis XIV y María Teresa de Austria, comenzó su
colección tempranamente influenciado por su padre. La adquisición de
obras se producía por diversas vías, desde regalos hasta su compra en
subastas y almonedas. Al morir el Delfín, Felipe V (1683-1746) recibe en
herencia un conjunto de vasos con sus respectivos estuches, que fueron
enviados a España. En 1716 estaban en el Alcázar de Madrid, desde donde
se trasladaron, en fecha posterior, a La Granja de San Ildefonso, lugar
donde se citan a la muerte de Felipe V, conservados en la llamada Casa
de las Alhajas. En 1776 se depositaron, por real orden de Carlos III, en
el Real Gabinete de Historia Natural y continuaron en la institución
hasta el saqueo de las tropas francesas en 1813. La devolución de las
piezas se produjo dos años más tarde y con algunas pérdidas. Fue en 1839
cuando la colección llega al Real Museo, donde sufrieron en 1918 un
robo. Con ocasión de la Guerra Civil española fueron enviadas a Suiza
regresando en 1939, con la pérdida de un vaso, desde entonces se
encuentran expuestas en el edificio Villanueva.
(Texto extractado de
Arbeteta, L.: El Tesoro del Delfín. Catálogo Razonado, 2001, pp. 307-308, y de Idem: Arte transparente. La talla del cristal en el Renacimiento milanés, 2015, pp. 144-147).
https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/vaso-en-forma-de-velon/8903ea36-6515-4891-ae98-fc89ff124891
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