domingo, 9 de febrero de 2020

ESNOFRU Y LAS PIRAMIDES




En contra de lo que podría pensarse, el mayor constructor de pirámides de la historia de Egipto no fue Keops, el faraón al que se debe la Gran Pirámide de Gizeh. Ese título corresponde en realidad a su padre Esnofru, quien, según han calculado los estudiosos, empleó para la construcción de las tres pirámides que se le atribuyen un cuarenta por ciento más de metros cúbicos de piedra que su hijo Keops, el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh. Esnofru, además, fue el primer soberano egipcio que levantó una pirámide perfecta de caras lisas y que desarrolló la estructura clásica de los complejos funerarios egipcios, que perduraría durante varios siglos.
Los tres grandes monumentos funerarios creados por Esnofru coronaron el sensacional desarrollo de la arquitectura funeraria egipcia a partir de la dinastía III. El rey Djoser, gracias a su conocido arquitecto Imhotep, fue el primero que construyó su tumba totalmente en piedra, ofreciendo así un sentido de eternidad a unos edificios que anteriormente se hacían de adobe y que por ello se desvanecían al poco tiempo. Además, en esta gran obra que llevó a cabo en Saqqara (una necrópolis próxima a Menfis, la capital de Egipto), Imhotep prescindió de la típica mastaba, un edificio funerario rectangular con paredes en talud. La sustituyó por una pirámide escalonada, compuesta por un total de seis niveles que alcanzaban los 62 metros de altura. Cabe señalar que éste fue el edificio más alto del mundo hasta el reinado de Esnofru.
Gesta de la ingeniería y plasmación del poder del Estado faraónico, la pirámide escalonada tenía una estructura característica, en la que los estudiosos han visto el reflejo de un simbolismo estelar propio de la cultura egipcia en esa época.

 Así, el eje principal del complejo, de 544 metros de longitud, se orienta de norte a sur y la entrada a la pirámide se sitúa en el lado norte, al igual que el templo funerario del faraón, adosado a la pirámide sobre una base de dos metros de altura. Además, el denominado serdab –una habitación en el lado norte de la pirámide en la que estaba colocada la estatua del ka del faraón (su espíritu o fuerza vital) poseía dos orificios a través de los cuales una estatua de Djoser podía observar Dubhe y Kochab, dos importantes estrellas circumpolares. La propia forma de la pirámide, como un edificio de seis escalones, evoca las escaleras por las que el espíritu del faraón ascendía al cielo.


Durante la dinastía III, los reyes Sekhemkhet y Khaba levantaron en Saqqara y Zawiyet el-Aryan construcciones similares a la pirámide escalonada de Djoser. Lo mismo hizo Esnofru en su pirámide de Meidum, una necrópolis situada 55 kilómetros al sur de la pirámide escalonada de Saqqara. Allí el faraón erigió un gran monumento funerario a modo de pirámide de ocho escalones, con una torre central de mampostería y paredes en talud, a la que se añadieron capas superpuestas también en talud con una inclinación de 75º.
Sin embargo, a finales de su reinado Esnofru puso en marcha una tercera fase constructiva que cambiaría radicalmente la fisonomía de la pirámide de Meidum. En la base, los obreros levantaron una plataforma nivelada de bloques de caliza, y sobre ésta fueron colocando sucesivas hiladas horizontales de piedra. Por último, toda la construcción recibió un revestimiento exterior de fina caliza de Tura. De este modo se obtuvo una pirámide perfecta, con cuatro caras lisas de 51º de inclinación, 144 metros de base y 92 de altura.



La innovación arquitectónica impulsada por Esnofru en Meidum está relacionada con el auge del culto solar durante la dinastía IV, que promovió la identificación del faraón con el dios sol Ra. No es casualidad que Huni, el predecesor de Esnofru, fuese el primer monarca en inscribir su nombre y títulos en un cartucho, el óvalo que simboliza el recorrido de Re; y tampoco que Didufri, nieto de Esnofru, fuera el primer faraón en llamarse Hijo de Re.
De acuerdo con esta visión, la pirámide simbolizaría el benben, la colina primordial, ese primer trozo de tierra que, tras la creación del dios solar Atum, emergió de las aguas del nun, el inerte, oscuro y silencioso océano primordial. La pirámide, como la colina primigenia, representa la creación y el renacimiento y se convierte en el vehículo de la revitalización del faraón difunto. Si las pirámides de la dinastía III simbolizaban escaleras al cielo estrellado, ahora la pirámide, como elemento solar, podía expresar también la idea de los rayos del Sol que permitían el ascenso del rey hasta la divinidad solar. Con sus caras lisas que resplandecían gracias a su recubrimiento con caliza blanca de Tura, los colosales edificios podían ser vistos desde la lejanía y se convertían en perfectos marcadores geográficos y manifestación del poder de Re y del dominio del faraón.
 De acuerdo con esta nueva concepción, el eje de construcción principal del complejo funerario pasó a ser el este-oeste, en lugar del norte-sur anterior. Así se pretendía propiciar la unión del rey con el dios solar en su recorrido diario, desde que se asomaba por el este en forma del escarabajo Khepri, pasando por su culminación al mediodía como Ra, en forma de disco solar, y su ocaso por el oeste en forma de carnero, Atum. 


La pirámide de Meidum marcó el triunfo definitivo de este nuevo modelo de conjunto funerario. La obra de Esnofru incluye por primera vez todos los elementos característicos de los complejos funerarios faraónicos a partir de entonces: una pirámide satélite junto a la principal, un templo funerario, otro templo situado a la orilla del río y una rampa que enlazaba estos dos edificios. De acuerdo con el modelo solar, el templo funerario quedó adosado a la cara oriental de la pirámide, en vez de la septentrional, aunque el acceso al interior se realizaba aún por el lado norte, como en la pirámide de Djoser. Desde esta entrada, a unos 18 metros de altura, parte un corredor descendente de casi 60 metros de longitud y una inclinación de 28º. Este conducto termina en un pasillo horizontal que desemboca en el fondo de un pozo, cuya parte superior da acceso a la cámara sepulcral, construida con una técnica típica de inicios de la dinastía IV: la falsa bóveda por aproximación de hiladas.




Esnofru construyó una segunda pirámide en la necrópolis de Dashur, a 45 kilómetros al norte de Meidum. La forma final que adoptó este monumento es singular. Comenzada como una pirámide de 60º de inclinación, posteriormente se le añadió una envoltura a base de bloques inclinados 6º hacia el interior y una rebaja de la pendiente en cinco grados. A partir de los 47 metros de  altura, se redujo la pendiente de las caras de la pirámide a 43º, dándole así el peculiar aspecto de «pirámide romboidal», como se la conoce. No se sabe si este cambio de pendiente se debió a problemas estructurales que hubo que resolver sobre la marcha o bien tenía un significado simbólico: la doble pendiente representaría, por ejemplo, la unidad del Alto y el Bajo Egipto. Una vez concluida, la pirámide alcanzó los 105 metros de altura, con una base de 188 metros de lado.
La estructura interna de la pirámide Romboidal es inusual a causa de sus dos entradas. Una se halla, como era costumbre, en el lado norte, a 12 metros de altura, y da paso a un corredor de 80 metros de longitud que lleva a un pasillo horizontal; éste, a su vez, conduce a una cámara con falsa bóveda de 17 metros de altura. La segunda entrada, originalmente camuflada tras un bloque de revestimiento, se halla en el lado oeste, a 33 metros de altura. Da a un corredor descendente que al cabo de 65 metros continúa a modo de un pasillo horizontal, donde se dispusieron dos cámaras con bloques de cierre y, finalmente, una cámara funeraria con falsa bóveda de 16 metros de altura.


La tercera pirámide de Esnofru, conocida popularmente como «pirámide Roja», fue construida dos kilómetros al norte de la anterior, en Dashur. Es la segunda pirámide con mayor base (220 metros), sólo diez metros menor que la de la Gran Pirámide. Sin embargo, también es la que tiene menor pendiente de sus caras (43º), por lo que sólo alcanzó los 105 metros de altura. Su acceso se encuentra a 28 metros de altura en el lado norte, y desde allí parte un corredor descendente de 63 metros que termina en un pasillo horizontal. Éste atraviesa dos cámaras con falsa bóveda y luego da acceso a una cámara sepulcral, situada a un nivel superior, también con falsa bóveda y de casi 15 metros de altura. Tal vez el faraón fue enterrado allí.




Recientes investigaciones sugieren que, más allá de teorías fantasiosas, las pirámides de la dinastía IV, edificadas hace casi cinco mil años, pudieron tener una orientación estelar, relacionada con la estancia del faraón difunto en el Más Allá
 Los antiguos egipcios fueron grandes observadores del cielo. Su sistema de medición del tiempo produjo el sofisticado calendario solar que está en la base del nuestro; y también trazaron un completo mapa estelar, pues el firmamento estaba estrechamente vinculado a su religión. Además, alinearon sus templos en busca de la Maat, el orden cósmico, y perfeccionaron patrones de orientación astronómica que los ayudasen en este propósito.
La íntima relación entre el cielo y la tierra se manifiesta igualmente en la orientación de las pirámides. Es sabido que estas construcciones, en particular las que erigieron en la meseta de Gizeh los faraones Keops, Kefrén y Micerinos en torno a 2550 a.C., están orientadas hacia los cuatro puntos cardinales.  La cuestión de cómo las orientaron es una de las más debatidas en la historia de la egiptología.



Los egipcios designaban con el nombre de Meskhetyu el asterismo del Carro, un conjunto de siete estrellas en la constelación de la Osa Mayor. Se lo representaba bien por una pierna de toro, bien por la azada que se empleaba en la ceremonia de la apertura de la boca, ritual con el que se devolvían los sentidos a la momia del difunto. La importancia de Meskhetyu queda de relieve desde épocas muy tempranas, como demuestra su aparición en los Textos de las pirámides, el conjunto de textos religiosos más antiguo de la humanidad; se los llamó así porque aparecieron en las cámaras funerarias de numerosas pirámides desde 2300 a.C. Allí se puede leer: "Yo soy el que vive,  las dos Enéadas se han purificado para mí en Meskhetyu, la Imperecedera", palabras que reflejan el deseo del rey difunto de viajar al firmamento y convertirse allí en un ente estelar junto a las denominadas «estrellas imperecederas» o inmortales: las estrellas circumpolares, que, a diferencia de las demás, siempre son visibles en el cielo nocturno. Esta idea se remontaría, al menos, a principios del Imperio Antiguo, como el autor de estas líneas ha constatado en la pirámide escalonada del rey Djoser en Saqqara, erigida hacia 2650 a.C. Pero posiblemente refleje tradiciones mucho más antiguas, incluso del período Predinástico, hacia 3100 a.C.
La estrecha unión de Meskhetyu con la realeza y el mundo celeste tiene otra vertiente.En una inscripción del templo de Edfú, del siglo III a.C., se lee: «Observando a Meskhet[yu], he establecido las cuatro esquinas del templo de su majestad»; ello significa que el templo se orientó en la dirección en que Meskhetyu era visible en el horizonte. La orientación se efectuaba mediante la ceremonia del «tensado de la cuerda», en la que el rey, en compañía de la diosa del cómputo del tiempo y de la escritura, Seshat, fijaba el eje y el perímetro de un templo mediante ciertas observaciones, seguramente de carácter astronómico.
De hecho, la observación de las estrellas y de otros cuerpos celestes para orientar los edificios sagrados se registra desde los albores de la civilización egipcia, al igual que la propia ceremonia del tensado de la cuerda, citada en los anales de un soberano de la dinastía I. En particular, Meskhetyu pudo ser siempre la referencia de los egipcios para establecer orientaciones meridianas, esto es, basadas en los astros que son visibles en un meridiano (la línea imaginaria que discurre de norte a sur y divide la bóveda celeste en dos mitades, oriental y occidental).



No todas las pirámides de Egipto están correctamente orientadas; en realidad, sólo unas pocas de las más de sesenta que conocemos tienen una orientación precisa. Las pirámides de los faraones de la dinastía IV en Dahshur y Gizeh son las mejor orientadas, con errores que, en términos astronómicos, se sitúan en torno a un cuarto de grado, o 15 minutos de arco;  en algunas, como las de Keops y Kefrén, el error es aún menor. Si pensamos que el sol o la luna llena tal como los vemos a simple vista tienen un diámetro de unos 36 minutos de arco, nos daremos cuenta de que semejantes resultados, con errores tan pequeños, sólo estarían al alcance de un observador muy capacitado, con bastante experiencia y dotado de los más precisos instrumentos de la época.
Resulta curioso que las pirámides más antiguas sean las mejor orientadas. Para explicar este hecho se han propuesto diversas teorías, basadas en el empleo de la observación astronómica a fin de determinar la línea norte-sur.  En el siglo XIX, el astrónomo Piazzi Smyth sugirió que para alinear la Gran Pirámide se había utilizado Thuban, que en aquella época era la estrella polar (la que está más cerca del polo celeste a simple vista). La propuesta fue secundada por Heinrich Karl Brugsch, uno de los más reputados egiptólogos de su tiempo. Thuban alcanzó su posición más cercana al polo hacia 2787 a.C., cuando se llegó a encontrar a unos dos minutos de arco de éste. Sin embargo, en tiempos de Piazzi Smyth y Brugsch se ignoraba que  la Gran Pirámide fue construida por lo menos dos siglos más tarde de lo que entonces se suponía, de manera que deberíamos descartar su orientación en base a Thuban.



También se han propuesto métodos de orientación que descansan en la observación del sol o de las sombras provocadas por este astro. En 1931, Ernst Zinner propuso observar la sombra menor producida por un gnomon (una vara hincada verticalmente en el suelo), ya que, en nuestro hemisferio, la sombra que produce el sol al mediodía es la más corta de toda la jornada y se proyecta hacia el norte. Sin embargo, la dificultad de perfilar las sombras impedía alcanzar la precisión requerida. Pero a finales del siglo XX, el artista estadounidense Martin Isler manifestó que las sombras se podían perfilar de manera adecuada mediante ciertas técnicas que podían haber estado disponibles en época faraónica.
Recientemente, y siguiendo esta idea, el arqueólogo Glen Dash, miembro del Guiza Plateau Mapping Project (cuyo objetivo es cartografiar
exhaustivamente la meseta de Gizeh), ha realizado experimentos que demuestran que el denominado «método del círculo indio» podría haber proporcionado la precisión requerida mediante la observación del desplazamiento de la sombra solar a lo largo de un día; pero no hay pruebas de que los egipcios conocieran este método.



En la década de 1980, el astrónomo Steven C. Haack descubrió que los errores en la orientación de las pirámides de la dinastía IV y de algunas anteriores y posteriores parecían seguir una correlación temporal. Las pirámides más antiguas estaban peor orientadas que las posteriores, pero el error disminuía hasta alcanzar un mínimo en el reinado de Keops y volvía a aumentar en los monumentos posteriores. Según Haack, habría una causa que explica este soprendente comportamiento: la precesión, el cambio paulatino que registra el eje de rotación de la Tierra. Este importante hallazgo pasó sin demasiada gloria porque Haack postuló que las pirámides estaban orientadas según el orto de ciertas estrellas (esto es, el punto en el que aparecen en el firmamento), método del que se ha probado que no sería lo bastante exacto.
Por esta razón, el método que ha obtenido más apoyo en la literatura egiptológica es el propuesto en 1947 por I. E. S. Edwards. Primero se ha de establecer un horizonte artificial (por ejemplo, un muro de piedra) para evitar los problemas causados por la extinción atmosférica (la pérdida de luz de una estrella cuando atraviesa la atmósfera terrestre) y la refracción cerca del horizonte (el cambio de dirección de la luz). A renglón seguido se debe seleccionar una estrella circumpolar, observarla en su movimiento nocturno y marcar sobre el horizonte artificial las posiciones de su salida y su puesta, que nos indicarían de forma precisa la línea meridiana norte-sur. La supuesta exactitud de este procedimiento, que aún no se ha probado de forma experimental, le ha granjeado el apoyo de la comunidad científica aunque no haya evidencias de su uso.
Ésta era la situación cuando la historiadora de la arquitectura Kate Spence redescubrió las ideas de Haack y propuso en el año 2000 una nueva teoría que incluía lo mejor de las propuestas anteriores: usar el tránsito simultáneo de dos estrellas por el meridiano –en el momento en que ambas estuvieran alineadas en forma vertical– para determinar la línea norte-sur. Spence propuso un par de estrellas en lados opuestos del polo: Mizar (perteneciente a la constelación de Meskhetyu, nuestro Carro)  y Kochab (una estrella de la Osa Menor). Su método proponía una nueva cronología para el Imperio Antiguo que ha resultado errónea, lo que sumado a algunos problemas técnicos casi insalvables ha llevado a  cuestionar esta teoría.



La labor de Spence tuvo el mérito de obligar a los especialistas a volver sobre el tema. Así lo hizo el autor de estas líneas, al plantear que los egipcios de la era de las pirámides se habrían servido de la alineación vertical de dos estrellas de Meskhetyu, Phecda y Megrez, para determinar la posición del polo celeste y, por tanto, del norte geográfico y de la línea meridiana en torno a 2550 a.C. Tal hipótesis constata, una vez más, que los arquitectos de las pirámides trabajaban con planes maestros sofisticados, en los que se entretejían las cuestiones prácticas y el simbolismo religioso; en este caso, la íntima relación entre las estrellas circumpolares y la existencia del faraón difunto en el Más Allá. Y aunque no podamos decir que el problema de la orientación de las pirámides se haya resuelto definitivamente, es posible que nos encontremos más cerca que nunca de hallar la respuesta adecuada.
BIBLIOGRIFIA.

José Lull. Egiptólogo. Instituto de Estudios del Próximo Oriente Antiguo. Universidad Autónoma de Madrid
Juan Antonio Belmonte Avilés. Instituto de Astrofísica de Canarias. Autor de «Pirámides, templos y estrellas



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