miércoles, 19 de febrero de 2020

NICOLAS POUSSIN Y EL RETORNO A LO ANTIGUO

A partir de la última década del siglo XVI, los artistas ven el mundo clásico como un modelo de perfección donde se puede encontrar el ideal de belleza. En el siglo XVII, el clasicismo se afirma pero provoca una polémica tanto con el manierismo como con el naturalismo caravaggesco, encontrando formulaciones muy precisas, en particular con Bellori y en el entorno de la Academia francesa. Para Giovan Pietro Bellori en sus “Vidas de los pintores, escultores y arquitectos” (1672), la verdad en el arte depende de la idea entendida como un producto cultural y fundada sobre la selección de los aspectos naturales. La perfección ya no es presentada, como opinaba Vasari, por el arte de Miguel Ángel, sino por el arte más sereno de Rafael, en el cual la grandeza de la Antigüedad retoma vida. En pintura, la experiencia del clasicismo se lleva a cabo por los Carracci, Guido Reni, Domeniquino, Guercino en su última época y Maratta, pero el artista más representativo fue quizás el francés Poussin, donde la visión lírica se vio acompañada de la exigencia de una rigurosa racionalidad.
Nicolas Poussin se formó probablemente en Rouen al lado de Quentin Varin, y más tarde en París donde pudo profundizar sus conocimientos de los manieristas de la escuela de Fontainebleau. Hombre de gran erudición, su vocación artística parece ligada a una profunda nostalgia del mundo antiguo y al estudio de la pintura italiana que pudo observar en las colecciones reales francesas. Después de una primera estancia en Venecia, Poussin llega a Roma en 1624. En el medio artístico romano, el artista superó sus dificultades iniciales gracias al apoyo de Casiano del Pozo consiguiendo imponerse como un artista de primer orden. Manifestó una singular afición por la pintura veneciana que fascinaba igualmente a artistas de orígenes diversos como Pietro da Cortona y que favorecía la presencia en Roma de las «Bacanales» de Tiziano realizadas para los Este de Ferrara, pero que pasaron a pertenecer al cardenal legado Aldobrandini. En las primeras obras italianas de Poussin es evidente la influencia de Tiziano, pero un verdadero rigor en el dibujo lo distingue ya de la sensibilidad de un Pietro da Cortona, quien se orienta hacia efectos luminosos más libres. De principios de los años 1630 datan: “El triunfo de Flora”, “La inspiración del poeta” “Bacanal con  tañedora de laúd”, “Bacanal delante de una estatua de Pan” y “Diana y Endimión”.

Bacanal delante de una estatua de Pan, hacia 1631-1632,(Londres, National Gallery). Los árboles que cierran esta composición se inspiran de “La Bacanal” de Tiziano. En este caso, el conjunto está estructurado de manera armónica: el tronco inclinado forma una línea diagonal que coincide con el movimiento del grupo hacia la ninfa recostada en el suelo; En la lejanía aparece un delicado paisaje sobre un fondo de montañas. Los colores se difuminan en el horizonte, en el cielo iluminado por la dorada aurora.En esta pintura, Poussin realiza una síntesis entre la escultura clásica, la gracia de Rafael y el colorido veneciano en un espectáculo de belleza ideal, llevado por el armonioso ritmo de la danza. El color es una variedad de amarillos fríos, azules cambiantes y amarillos plateados, que revela el gusto por la abstracción y contribuye al orden sereno y monumental de la obra.

Acis y Galatea, hacia 1627, (Dublín, National Gallery of Ireland). En los años 1627-1631 Poussin multiplica en sus cuadros las poesías silenciosas inspiradas a menudo de Ovidio, vibrantes trozos de pintura como homenaje a Tiziano, con sus formas rutilantes y sus colores saturados como en esta pintura. Poussin situa en primer plano a la izquierda, como si se tratara del interior de un joyero rojo y azul, Acis y Galatea prodigándose tiernas caricias de amores adolescentes; a la derecha, una bacanal marina con la embriaguez de los cuerpos blancos y cobrizos de tritones y nereidas sorprendidos en pleno retozo; en el plano posterior y a la luz del crepúsculo, se perfila la sombría silueta de Polifemo, el cíclope enamorado de Galatea que canta su amor y su pena con su flauta, y la figura del cual viene a dar unidad a la composición y a la fábula.

El jardín de Flora, 1631, (Dresde, Gemäldegalerie). En el centro del cuadro aparece Flora, la diosa de las flores, bailando en su jardín rodeada de las figuras de héroes y semidioses griegos, quienes a su muerte han sido metamorfoseados en flores. A la izquierda, Ajax se suicida clavándose su espada porque no ha obtenido las armas de Aquiles. De su sangre derramada nace una flor, el jacinto. La joven que levanta los ojos al cielo, hacia el carro de Apolo, es Clitia, una ninfa amante celosa del dios del sol que se verá metamorfoseada en girasol para poder seguirlo siempre con la mirada.El joven que mira su reflejo en el agua de un gran jarrón es Narciso, quien enamorado de su propia imagen, murió consumido de amor. La joven que sostiene el  jarrón es la ninfa Eco, enamorada de Narciso pero rechazada por el joven; su amor no correspondido la consumirá hasta tal punto que no quedará de ella más que su voz. En el extremo derecho, aparece un joven armado con una lanza y acompañado de perros, es Adonis: herido mortalmente por un jabalí, de su sangre nacerá la anémona. A su lado aparece Jacinto, el hermoso joven amado por Apolo, quien lo mata accidentalmente con su disco durante una competición y lo metamorfosea en la flor que lleva su nombre. El bello Crocus y la joven Smilax, enamorados pero desdichados en su amor, serán metamorfoseados respectivamente en azafrán (crocus sativus) y en la flor que lleva su nombre «Smilax áspera».
La poesía lírica del pincel y los colores de Tiziano y el ideal clásico de Rafael (por ejemplo, los últimos frescos de la Farnesina) son los dos polos entre los cuales crece la creatividad artística de Poussin, estimulada por los mismos temas, aunque la ilustre memoria del repertorio greco-romano aparezca también en los temas históricos y religiosos. Ello se refleja en el equilibrio simple y solemne de las composiciones, capaz de disciplinar su elocuencia dramática en una puesta en escena de la perspectiva y de la forma, dignas de las tragedias de Racine: destacan obras emblemáticas como “El rapto de las Sabinas” de 1637 y la primera serie de los Sacramentos realizados para Cassiano del Pozo entre 1636 y 1640. En este enfoque del mundo clásico, Poussin se muestra un hombre de su época: la excesiva tensión moral que acompaña la observación de las civilizaciones del pasado, bajo la bandera del orden, claridad y sencillez, son igualmente los fundamentos de la ciencia y la filosofía del nuevo siglo.

El rapto de las Sabinas, hacia 1637-1638, (Nueva York, Metropolitan Museum). Según la leyenda, Rómulo para poblar la recién creada ciudad de Roma, secuestró a las jóvenes de un pueblo vecino habitado por los sabinos. Para ello utilizó una argucia: organizó una fiesta en honor de Neptuno e invitó a los pueblos limítrofes. Según el historiador romano Tito Livio, las jóvenes sabinas no tardaron en reconciliarse con sus pretendientes latinos. El propio Rómulo, se casó con Hersilia, una de las mujeres secuestradas. La violenta escena, contrasta con la actitud apacible de Rómulo con su bastón de pastor, testigo del suceso que el mismo organizó. A lo lejos, se apercibe el Capitolio, futuro centro del poder romano.

Et in Arcadia ego, 1638-1639, (París, Museo del Louvre). La Arcadia es una región del Peloponeso creada y descrita por poetas y artistas como un paraíso idílico. Este apacible lugar está habitado por pastores que viven en comunión con la naturaleza, todo un contexto para aventuras amorosas, en una vida de ensueño en medio de una lujuriante y acogedora vegetación que se presta a inocentes voluptuosidades. El grupo de pastores intenta descifrar la inscripción que se encuentra sobre la tumba: “Yo, la muerte, también estoy en la Arcadia”.
El interés de Poussin por el paisaje surge durante sus paseos por la campiña romana, redescubriendo en la autenticidad del medio natural, las leyes de armonía universal que unen la historia del hombre con la de la naturaleza. De ello nace una sublime síntesis entre naturaleza e historia, entre naturaleza y mito. Esta síntesis es celebrada con absoluta claridad por medio de la perspectiva que condensa de manera rigurosa los diversos elementos, narrativos o no, que constituyen el cuadro hasta dar sentido a lo infinito, a la inmovilidad en suspenso. Los cuadros “San Mateo y el ángel”, “Paisaje con los funerales de Foción”, y “Las cuatro Estaciones”, pueden ser considerados como sus obras maestras.

El Invierno o El Diluvio, 1660-1664, (París, Museo del Louvre). Este cuadro pertenece a la serie de las Cuatro Estaciones, última obra de Poussin, pintada para el duque de Richelieu. En la lejanía y bajo un cielo tormentoso, se ve la forma clásica del arca de Noé flotando en el agua que ha llegado hasta los tejados de las casas. Es la única forma de salvación y representa la continuidad de la vida más allá de la muerte. El paisaje donde se sitúa el episodio bíblico, pintado con los colores fríos del invierno, expresa la fe en la naturaleza y en su fuerza que es superior a la del hombre.
Poussin vivió toda su vida en Italia, salvo una breve estancia en París, donde fue llamado por el rey para decorar la gran galería del Louvre , y aunque para su inspiración tuviera la necesidad de Roma y de lo antiguo, no por ello permanece como el representante del genio artístico francés. Fue la fascinación que le produjeron las obras de Fontainebleau lo que determinó su vena poética, fue en París donde se encontraban sus coleccionistas más devotos, finalmente fue en París donde los pintores comentaban sus cuadros (discurso de Le Brun en la Academia de Pintura) y desarrollaron sus investigaciones.

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