"Mujeres de la vida" fue el primer cuadro de Jose Gutierrez Solana que entró a formar parte de una colección pública del país. También conocido como Las prostitutas y El portal de las chicas, representa a cuatro mujeres de diferentes edades que, acompañadas de la celestina, esperan a sus clientes. La escena tiene lugar en un callejón situado junto a una plaza en la que un grupo de hombres y mujeres se reúnen en corro. Pese a que forman un conjunto compacto, las figuras de las mujeres del primer plano –entre las que se destaca, por su altura, la celestina– tienen una apariencia estática y están aisladas unas de otras; dos de ellas miran en la misma dirección que aquélla, quizás sugiriendo una reflexión moral sobre el paso del tiempo. La figura situada a la derecha, que se dirige al espectador con expresión retadora, parece un hombre pese a sus ropas femeninas, por lo que se ha supuesto que se trate de un travestido. En el personaje de la celestina, que aparece en otras obras de Solana, el pintor retrató a la dueña de un burdel santanderino a la que pudo conocer cuando residió en esa ciudad entre 1909 y 1917.
Por su parte, Taller de caretas presenta uno de los numerosos establecimientos que en esa época se dedicaban en Madrid a la confección de máscaras de Carnaval. En el angosto espacio del local, de cuyas paredes cuelgan gran número de máscaras, un artesano, vestido con un blusón blanco, y una mujer terminan de dar los últimos retoques a unas caretas. Se cree que el espacio corresponde a un taller situado en el madrileño barrio de Las Vistillas, que Solana acostumbraba a visitar, y, de hecho, el constructor de caretas y su taller fueron retratados por el pintor en otro lienzo y en una litografía. El interés de Solana por la fiesta del Carnaval fue constante a lo largo de su carrera, aunque fue entre 1939 y 1945 cuando realizó la mayoría de sus carnavaladas, que le relacionan tanto con la obra de Goya como con la de Ensor.
Aunque con mayor modernidad formal, Solana es continuador de la estética de la España Negra, que a comienzos de siglo tuvo en Regoyos y Zuloaga a sus mejores representantes. Su lenguaje plástico conecta también con la tradición expresionista y anticlásica de la pintura barroca española y, sobre todo, con el Goya de las Pinturas negras, de quien tomó su característica paleta cromática de negros, ocres y pardos. Los asuntos relacionados con la muerte, los ritos religiosos, los personajes marginales, la fiesta de los toros, los bailes de pueblo y las escenas de suburbio constituyeron su repertorio temático favorito. Además de pintor, fue un conocido escritor de libros de asuntos costumbristas y durante los años treinta del pasado siglo realizó aguafuertes y litografías.
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