martes, 28 de marzo de 2017

NICOLAS DE LARGILLIERE Y EL RETRATO DE CHARLES LE BRUM




Pintor francés. Después de una primera formación en Amberes, llegó a Inglaterra ya con dieciocho años y frecuentó los sugestivos círculos de pintores como Peter Lely y Antonio Verrio. Hacia 1680, debido al clima anticatólico reinante, abandonó Inglaterra y se estableció en su ciudad natal, donde se consolidaron su fama y su gloria como pintor. En la capital francesa halló rápidamente la benéfica protección del pintor Charles Le Brun y con ello un progresivo encumbramiento en la escena parisina. Así lo revela su entrada en la prestigiosa Academia Real de Pintura y Escultura en 1686, su nombramiento como profesor en 1705 y como director en 1738. Si bien Largillierre ha dejado exquisitas naturalezas muertas y paisajes que en no pocas ocasiones se han considerado precedentes de los de Jean-Antoine Watteau, el género que más cultivó y más éxitos le proporcionó fue el retrato. De hecho, es considerado uno de los máximos exponentes del retrato barroco francés. Si bien la familia real y la corte tuvieron en su competidor, Hyacinthe ­Rigaud, a su retratista predilecto, los personajes retratados por Largillierre fueron, sin duda, distinguidos y de las clases privilegiadas. En ocasiones a Largillierre se le ha denominado «le peintre de la ville», ya que su principal comitente a finales del XVII fue el Consejo Municipal de la capital. Uno de los más interesantes cuadros de Largillierre que conserva el Museo del Prado, el retrato de María Ana Victoria de Borbón, procedente de las colecciones reales, fue encargo de los concejales y oficiales de la ciudad de París. Pero más allá de a quién retratase, Largillierre destaca en su pintura, por rebasar definitivamente la austeridad jansenista de un Philippe de Champaigne, por dotar a sus figuras de una magnífica elegancia y distinción, y sobre todo por su paleta, determinada por un cromatismo diversificado inspirado en Antonio van Dyck, Pedro Pablo Rubens, Tiziano y otros coloristas que tan bien supo entender. De hecho, su delicado y desenfadado color inspiró a la siguiente generación, entre otros a su alumno y colaborador Jean-Baptiste Oudry.
Sus retratos están cargados de una vitalidad y sensibilidad que hacen de él uno de los pintores más grandes del reinado de Luis XV y la Regencia.
Olvidado a la sombra de su amigo y rival Hyacinthe Rigaud, quien era el pintor de moda que atraía a la alta aristocracia, Largillière merece ser recordado como uno de los grandes pintores del arte francés.
En 1683 fue aceptado en la Academia, y en 1686 presentó como su diploma el retrato de Le Brun, ahora en el Louvre. En este trabajo aplica sus métodos flamencos para producir lo que es uno de los retratos más típicos del Gran Siècle. Él crea un nuevo género, el estado-retrato de un artista. Hasta ese momento los artistas se habían pintado a sí mismos sin ninguna instalación o aparato particular. Algunos pintores flamencos y holandeses se muestran en el trabajo en su estudio, rodeado por el mobiliario real del lugar. Poussin había creado un modelo clásico único con un fondo de lienzos principalmente en blanco, una especie de abstracción de un estudio. Largillierre representa a Le Brun rodeado no por los accesorios reales de un estudio, sino por objetos simbólicos de su logro (los modelos clásicos sobre los que basó su estilo, los bocetos o grabados después de sus obras más célebres) como en un retrato real se muestra con los atributos de la Monarquía.
En esta obra sobre un fondo rojo drapeado y una gran armonía de colores (marrón, oro, rojo) participa en el espíritu de la pompa real. La tabla muestra una dinámica en la diagonal de la figura de la Brum. La pintura aquí pretende mostrar la importancia social de Le Brun cuando pierde su posición como Primer Pintor del Rey y director de la Real Academia de Pintura en favor de Pierre Mignard . Se le representa con los atributos de su éxito como solo un rey podría ser. Está acompañado por reproducciones antiguas, modelos ideales de sus composiciones, con un diseño en el lateral, para mostrar que el dibujo es la base de la pintura . A pesar de que Le Brun es un colorista brillante. Está rodeado de libros. Esto refleja la voluntad de los pintores del reinado de Luis XIV para mostrarse a sí mismos como eruditos. También tengamos en cuenta la presencia de un tapiz que representa a Brown como el gran organizador de las artes . Le Brun era en realidad el director de la Real Gobelins y realizó muchos cartones de tapices . Por último, está rodeado por las obras que marcaron su carrera, incluyendo la Tienda de Darío , la obra que le trajo el éxito y la atención de Luis XIV. Detrás de él está la conquista del Franco-Condado en 1674 , una de las composiciones de la sala de los espejos .

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