Es uno de los mayores exvotos del importante santuario albaceteño. Representa a una dama oferente, ataviada según la moda de las damas distinguidas de la sociedad ibérica, que sujeta en las manos el vaso de ofrenda. La Gran Dama ofrece una composición cerrada, de un emotivo hieratismo, que se concentra en el gesto de sujetar en las manos el vaso de ofrenda; pero las carencias del escultor se ponen de relieve si, al contemplarla por los lados, se acusa la colocación imposible de los pies. La espalda apenas trabajada, la escasa correlación entre los planos laterales y el frontal, demuestran una concepción de la estatua como yuxtaposición de relieves, más que como auténtica figura de bulto redondo
Como en el caso de otras grandes culturas del ámbito mediterráneo, la ibérica forjó su tradición escultórica sobre la base de la adopción de una serie de estímulos externos, de diferente intensidad y procedencia, adaptados a las necesidades y capacidades propias. Delimitar con alguna exactitud el proceso en su dimensión temporal, establecer los focos originarios de los impulsos y cuándo y cómo fueron recibidos, determinar en qué medida actuó sobre ellos la propia creatividad ibérica, transformándolos y conformando un producto artístico nuevo, reconocer cuáles fueron las claves del progreso o de la renovación de la plástica ibérica, son algunas de las muchas cuestiones no del todo resueltas, sometidas en la actualidad a un rico -y sin duda interesante- debate entre los especialistas. No es el caso exponer aquí el denso panorama de la discusión en todos sus extremos e implicaciones, pero es preciso sentar desde el principio la idea de que la escultura, sin duda la más brillante expresión de la cultura ibérica, y quizá la más estudiada o atendida, es también la más problemática de sus facetas.
Entre los comparativos de superioridad que la distinguen puede añadirse el de ser la conocida de más antiguo. Desde que en 1830 empezaron a aparecer las esculturas del Cerro de los Santos, en Montealegre del Castillo (Albacete), que fueron tomadas en principio por visigóticas, los estudiosos nacionales y extranjeros fueron cayendo en la cuenta de que hubo aquí una antigua cultura con notable personalidad artística, de lo que fue un certificado definitivo el hallazgo, en 1897, de la célebre Dama de la Alcudia de Elche (Alicante). Y, en relación con lo anterior, valga decir que esta excepcional escultura, tenida justamente desde su aparición como pieza emblemática del arte ibérico, ha recibido valoraciones tan dispares -iconográficas, formales, cronológicas-, que es también todo un símbolo de las dificultades que entraña la valoración histórica, artística y cultural de la escultura ibérica.
En cuanto a la vestimenta de las Damas iberas ,los tejidos utilizados en su confección eran la lana y el lino, habiendo distinguido E. Llobregat en La Albufereta diversos tipos de tejidos, entre los que destacan unos tejidos gruesos de contextura como de lanilla actual y lienzos finos similares al hilo posiblemente para fabricar la ropa interior.
Para los colores, si tenemos que hacer caso de la pintura de las estatuas, se utilizaba el rojo púrpura para los mantos masculinos y el azul cobalto y la combinación de varios colores en las mujeres. Para Presedo es probable que el ajedrezado que aparece en algunos mantos como el de la Dama de Baza se deba a que están realizados con fibras previamente teñidas.
Hasta el presente las aportaciones de Nicolini son las más completas a la hora de analizar estos extremos, por lo que es una obra de utilización obligatoria para quien quiera acercarse con mayor profundidad al tema. Las damas ibéricas que conocemos por la arqueología llevan unos vestidos y tocados ricos y barrocos, en los que predomina la acumulación de joyas. Cuatro son los elementos a analizar dentro de la estética de las mujeres iberas: el tocado, el traje, los adornos y el calzado. El tocado de la cabeza de las damas iberas es muy complicado, como puede verse por la de Elche o la menos compleja de Baza. También los bronces ofrecen una gran variedad de tipos, aunque con menos complicación que las Damas. Las iberas usaban diademas y mitras, altas o bajas, que, aun pudiendo ser un producto autóctono, estarían inspiradas en modelos greco-orientales.
Velo, manto y túnica son los tres elementos del traje femenino ibero. El velo a veces se confunde con el manto, aunque el triangular que cubre la parte posterior de la cabeza y llega hasta los hombros es inconfundible. Hay, además, un velo propio de las "sacerdotisas" que va sobre la mitra y llega hasta los muslos. El manto es la prenda que envuelve toda la figura llegando hasta los pies, que aparece sobre todo en las estatuas de piedra. Nicolini ha distinguido hasta cuatro tipos de túnica, traje de mangas cortas que cubre toda la figura hasta los tobillos, atendiendo a la forma de terminar la prenda. Aunque tienen parecidos con prendas similares de la cuenca del Mediterráneo, su origen parece local.
Hay, además, toda una serie de adornos que servían para realzar la belleza de las mujeres iberas, destacando entre ellos los variados collares de las grandes Damas (Elche, Baza y El Cerro de los Santos) y los también abundantes de los bronces y terracotas. También son frecuentes los cinturones, pendientes, brazaletes y pulseras.
Por la Dama de Baza podemos deducir que el calzado de estas grandes damas consistía en unos escarpines que parecen de cuero, pintados en su totalidad de color rojo. Tanto en el caso de las mujeres corno en el de los hombres debía usarse también calzado de esparto, tan típico de la zona. También tenemos suficiente información arqueológica para conocer el traje utilizado por los hombres. Se compone de manto o capa, con distintas variedades, túnicas, largas y cortas, adornos y calzado.
Los mantos se hacen de una pieza y se sujetan normalmente con una fíbula anular al hombro derecho, dejando casi siempre libre el izquierdo. Nicolini ha descubierto abundantes variedades de este manto (sin vuelta, de vuelta corta, con una punta en la espalda, etc. ). Las túnicas son la prenda que lleva normalmente el ibero debajo del manto, aunque, a veces, se trate de otro tipo de prendas.
También entre los hombres hay una serie de adornos, que aparecen sobre todo en los bronces: cordones cruzados sobre el pecho, cinturones que ciñen el vestido al cuerpo y sujetan las armas, que aparecen abundantemente en todas las excavaciones de necrópolis ibéricas.
El calzado de los hombres lo tenemos en las pinturas de los vasos de Liria, donde aparecen jinetes calzados con zapatos de media caña. Otras veces aparecen como botos abiertos. Tanto unos como otros debían estar hechos en cuero, aunque los menos ricos usarían, como en el caso de las mujeres, alpargatas de esparto.
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