Desde 1845, Baudelaire animaba a los artistas a pintar asuntos de la vida
moderna, alejándose de los temas clásicos. Manet irá recogiendo estas
propuestas y sus cuadros tienen cada vez más algo de contemporáneo. Sin
embargo, la pasión por Velázquez
aparece plasmada en esta obra al tomar como modelo una escena similar
que se guarda en el Louvre, erróneamente atribuida al sevillano. Así
pues, Manet vuelve a unir tradición con modernidad, como ya había hecho,
de manera más solapada, en Caballeros españoles o en Muchacho con espada.
El tema elegido es un concierto en las Tullerías, al que acude lo más
granado de la burguesía parisina. Por supuesto que el propio artista se
incluye - en la zona de la izquierda - junto a sus amigos: su hermano
Eugène es la figura inclinada del centro; Baudelaire, Gautier y el barón
Taylor conversan detrás de las mujeres; tras ellos, el pintor Fantin
Latour observa curioso. Las dos damas sentadas son Mme. Loubens - la
mayor, con el velo - y Mme. Lejosne. La sensación de muchedumbre se
consigue perfectamente. Los críticos del momento consideraron que la
obra carecía de composición, al distribuir las figuras por la superficie
sin ofrecer ningún punto focal de interés. Le consideraban un pintor de
fragmentos, desprovisto de ideas y facultades como dibujante, pero la
composición está muy bien estudiada: la línea de sombreros la divide
aproximadamente por la mitad, ocupando la parte superior con el follaje
de los árboles, lo que da un aspecto más plano; los troncos marcan el
ritmo horizontal y unen ambas mitades del cuadro, incluso el árbol
central pone en contacto los planos primeros e intermedios. El
espectador se coloca al mismo nivel que los personajes, reduciéndose la
profundidad y creando cierto aspecto teatral en las figuras, que dejan
poco espacio en primer plano. Emplea una luz natural muy fuerte que cae
sobre los protagonistas, de modo que tenemos la impresión de estar ante
una escena al aire libre. Pero se trata de una obra de estudio, tanto
por los tonos empleados como por los retratos de los amigos de Manet,
para los que se valdría de fotografías. Respecto al color, el artista
renuncia a la utilización de tonos intermedios, interesándose por el
fuerte contraste entre blancos y claros con el negro puro, color
rechazado por los pintores académicos. Por esto se consideraba el arte
de Manet como fragmentario, ya que abandonaba la coherencia que otorga a
un cuadro el claroscuro. Para las zonas superiores aplica el color con
espátula, mientras que en el resto emplearía el pincel, interesándose
por el abocetamiento que se observa en obras como el Bebedor de absenta o Muchacho con cerezas. Sería ésta la primera vez que Manet nos muestra de cerca la vida burguesa de París, iniciando una línea de trabajo que continuarán Degas y Toulouse-Lautrec. Cuando la obra fue expuesta, al año siguiente, en la Galerie Martinet escandalizó a los visitantes.
http://www.artehistoria.com/v2/obras/1526.htm
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