jueves, 22 de octubre de 2015

SAINTE-CHAPELLE....EL TRIUNFO DE LA LUZ EN EL GÓTICO



Para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo que había adquirido, Luis IX de Francia mandó construir en el corazón de París uno de los más fascinantes templos góticos de la historia

Todo empezó hacia 1237, cuando Luis IX de Francia recibió una carta del último emperador latino de Constantinopla en la que éste, asfixiado económicamente, le ofrecía comprar la corona de espinas de Cristo. El rey francés, conocido por su devoción y ascetismo, decidió adquirir la codiciada reliquia. La corona fue traída a Troyes en agosto de 1239 dentro de un arca de plata, acompañada del sello que certificaba su autenticidad. El rey la trasladó desde allí hasta la ciudad de Sens en devota peregrinación con los pies descalzos, tras lo que fue depositada en la capilla de San Nicolás del palacio Real de París. El monarca decidió comprar más reliquias de la Pasión, de las que llegó a reunir diez, y mandó erigir una nueva capilla en su residencia para custodiar su preciada colección. La construcción de la Sainte-Chapelle comenzó hacia 1242, y el templo fue consagrado seis años más tarde. 


Un relicario de piedra

Se desconoce la identidad del arquitecto que dirigió los trabajos, aunque se suele considerar  que fue Pierre de Montreuil, responsable de la ampliación de la catedral de Notre Dame. La capilla se concibió como un gran joyero destinado a contener las reliquias, y por ello se inspira en las obras de orfebrería que servían habitualmente de relicario, hechas en metales nobles y decoradas con piedras y esmaltes coloristas. 
El dominio de la técnica constructiva permitió horadar el muro hasta límites desconocidos en la época, logrando reducir la estructura a un simple esqueleto cubierto por grandes vanos en los que se disponen las vidrieras. La luz, como símbolo de Dios, se convierte en la gran protagonista del espacio interior, adonde llega transformada por los vitrales de ricos colores, creando una atmósfera de elevación e ingravidez poderosamente espiritual. Gracias a su audacia y al sabio uso de la técnica, el arquitecto logró dotar al edificio de un aspecto desmaterializado que evocaba la Jerusalén celeste, al tiempo que trataba de dar un carácter sagrado a la dinastía de los Capeto. 
En la corona de espinas, que los soldados romanos pusieron sobre la cabeza de Cristo para mofarse de él, los cristianos veían un instrumento de martirio y al mismo tiempo el origen de la salvación, puesto que Cristo sufrió y murió para que Dios perdonase los pecados de la humanidad. Era una reliquia especialmente importante porque, además de rememorar la Pasión de Cristo, representaba su reinado  sobre los Cielos y permitía equiparar la soberanía mundana con la celestial: simbolizaba la propia Corona francesa y el origen divino de su poder. De hecho, la construcción de la capilla fue todo un desafío de la Corona al poder eclesiástico, ya que, gracias a un privilegio de la monarquía francesa, su clero gozó de autonomía respecto del obispo parisino, que ni siquiera fue invitado a la ceremonia de consagración del templo.



El rey santo

Extraordinariamente devoto, Luis IX dedicó gran parte de sus esfuerzos a la oración, el ascetismo y la participación en las cruzadas. El rey perteneció a la orden franciscana y gustaba de practicar actos de piedad, como compartir su mesa con leprosos y lavar los pies de los pobres cada Jueves Santo. Luis concibió la Sainte-Chapelle como una especie de refugio espiritual, donde llegó a practicar actos de mortificación. Sabemos que siempre llevaba consigo las diez relicarios, y que en ocasiones se postraba ante ellos desde la medianoche hasta la hora de maitines (el momento de los primeros rezos del día, al amanecer). Llegó a ser criticado por las largas horas que pasaba en su capilla, y decía estar a disgusto si tenía que escuchar la misa en cualquier otro lugar. 
En 1297, casi tres décadas después de su muerte, ocurrida en 1270, Luis IX fue canonizado por el papa Bonifacio VIII. Con este motivo, la basílica de Saint-Denis acogió una gran ceremonia el 25 de agosto de 1298, aniversario de la muerte del soberano; la presidió Felipe III el Atrevido, hijo del rey. El cuerpo de san Luis, en un sarcófago de plata, fue llevado en procesión hasta la Sainte-Chapelle, aunque se depositó en el panteón real de Saint-Denis. Más tarde, en 1306, su nieto Felipe IV el Hermoso trasladó la cabeza del monarca a la capilla que éste había fundado para exponerla en una urna como una reliquia más.
La Sainte-Chapelle, tan querida por el soberano y que atesoró parte de sus restos, se organiza a partir de la superposición de dos pisos, como era habitual en las capillas palatinas medievales. La iglesia inferior cumple la función de pedestal y soporta el peso de la construcción, por lo que tiene escasa altura e iluminación, mientras que la espléndida parte superior estaba destinada a las reliquias, a las que únicamente podían acceder el rey de Francia y la corte.

  

Una caja de vidrio

La iglesia superior alcanza los veinte metros de altura. Las bóvedas de crucería canalizan el peso de la cubierta hacia los pilares laterales, con lo que las paredes, que no sustentan el techo, son suprimidas y reemplazadas por los  ventanales. La única superficie mural continua es la bóveda, que parece flotar ingrávida, ignorando las leyes de la materia, mientras que nervios y pilares –sobre los que se disponen las estatuas de los apóstoles–  se adelgazan hasta el límite para ceder todo el protagonismo a la luz. De este modo, la capilla se convierte en una urna de vidrio, en un santuario etéreo que custodia la corona de espinas y las otras reliquias de la Pasión.
En concordancia con las reliquias atesoradas en la capilla, la vida y Pasión de Jesucristo tienen un desarrollo especial en sus 15 vidrieras. Los reyes bíblicos y cristianos están profusamente representados y hay continuas alusiones a la monarquía francesa, que aparece ligada a la estirpe de Cristo y situada al nivel de santos y profetas para reforzar su carácter sacro. También por esta razón, la historia sagrada se mezcla con el presente: se narra tanto el Antiguo Testamento –empezando por la Creación– como el traslado de la corona de espinas hasta París. 


La mística de la luz

La arquitectura de la capilla está completamente pintada con los colores y motivos heráldicos de la familia real, lo que aumenta el efecto estético de la luz coloreada que inunda el recinto. La vidriera gótica supone la culminación de una larga tradición teológica sobre la mística de la luz: la declaración de Cristo en la Biblia, «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8, 12), ya había llevado a orientar las iglesias hacia el este, donde nace el sol. Para los pensadores góticos, la luz es el más noble de todos los fenómenos naturales, un elemento a la vez material e inmaterial. Por todo ello, la luz de la iglesia gótica comporta un simbolismo divino: la vidriera permite que el espacio arquitectónico quede mágicamente coloreado, y con ello transporta a los fieles desde el mundo terrenal hasta una dimensión espiritual y ultraterrena.
El carácter único de esta capilla la ha convertido en una obra admirada sin reservas durante cientos de años, conservando el derecho a ser designada con su nombre francés en todas las lenguas. Muy dañada por un incendio en 1630, y privada de sus reliquias durante la Revolución Francesa, en el siglo XIX fue objeto de una restauración extraordinaria. Y aunque la Sainte-Chapelle que hoy contemplamos procede en buena medida de aquella centuria, el monumento conserva con extraordinaria fidelidad el espléndido aspecto que tuvo en su origen.
BIBLIOGRAFIA
 Inés Monteira Arias. Profesora de Historia del Arte de la Universidad Nacional de Educación a Distancia  
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/10396/sainte-chapelle.html?_page=2

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