Para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo que había adquirido,
Luis IX de Francia mandó construir en el corazón de París uno de los
más fascinantes templos góticos de la historia
Todo empezó hacia 1237, cuando Luis IX de Francia recibió una carta
del último emperador latino de Constantinopla en la que éste, asfixiado
económicamente, le ofrecía comprar la corona de espinas de Cristo. El
rey francés, conocido por su devoción y ascetismo, decidió adquirir la
codiciada reliquia. La corona fue traída a Troyes en agosto de 1239
dentro de un arca de plata, acompañada del sello que certificaba su
autenticidad. El rey la trasladó desde allí hasta la ciudad de Sens en
devota peregrinación con los pies descalzos, tras lo que fue depositada
en la capilla de San Nicolás del palacio Real de París. El monarca
decidió comprar más reliquias de la Pasión, de las que llegó a reunir
diez, y mandó erigir una nueva capilla en su residencia para custodiar
su preciada colección. La construcción de la Sainte-Chapelle comenzó
hacia 1242, y el templo fue consagrado seis años más tarde.
Un relicario de piedra
Se
desconoce la identidad del arquitecto que dirigió los trabajos, aunque
se suele considerar que fue Pierre de Montreuil, responsable de la
ampliación de la catedral de Notre Dame. La capilla se concibió como un
gran joyero destinado a contener las reliquias, y por ello se inspira en
las obras de orfebrería que servían habitualmente de relicario, hechas
en metales nobles y decoradas con piedras y esmaltes coloristas.
El
dominio de la técnica constructiva permitió horadar el muro hasta
límites desconocidos en la época, logrando reducir la estructura a un
simple esqueleto cubierto por grandes vanos en los que se disponen las
vidrieras. La luz, como símbolo de Dios, se convierte en la gran
protagonista del espacio interior, adonde llega transformada por los
vitrales de ricos colores, creando una atmósfera de elevación e
ingravidez poderosamente espiritual. Gracias a su audacia y al sabio uso
de la técnica, el arquitecto logró dotar al edificio de un aspecto
desmaterializado que evocaba la Jerusalén celeste, al tiempo que trataba
de dar un carácter sagrado a la dinastía de los Capeto.
En la corona de espinas, que los soldados romanos pusieron sobre la
cabeza de Cristo para mofarse de él, los cristianos veían un instrumento
de martirio y al mismo tiempo el origen de la salvación, puesto que
Cristo sufrió y murió para que Dios perdonase los pecados de la
humanidad. Era una reliquia especialmente importante porque, además de
rememorar la Pasión de Cristo, representaba su reinado sobre los Cielos
y permitía equiparar la soberanía mundana con la celestial: simbolizaba
la propia Corona francesa y el origen divino de su poder. De hecho, la
construcción de la capilla fue todo un desafío de la Corona al poder
eclesiástico, ya que, gracias a un privilegio de la monarquía francesa,
su clero gozó de autonomía respecto del obispo parisino, que ni siquiera
fue invitado a la ceremonia de consagración del templo.
El rey santo
Extraordinariamente
devoto, Luis IX dedicó gran parte de sus esfuerzos a la oración, el
ascetismo y la participación en las cruzadas. El rey perteneció a la
orden franciscana y gustaba de practicar actos de piedad, como compartir
su mesa con leprosos y lavar los pies de los pobres cada Jueves Santo.
Luis concibió la Sainte-Chapelle como una especie de refugio espiritual,
donde llegó a practicar actos de mortificación. Sabemos que siempre
llevaba consigo las diez relicarios, y que en
ocasiones se postraba ante ellos desde la medianoche hasta la hora de
maitines (el momento de los primeros rezos del día, al amanecer). Llegó a
ser criticado por las largas horas que pasaba en su capilla, y decía
estar a disgusto si tenía que escuchar la misa en cualquier otro lugar.
En
1297, casi tres décadas después de su muerte, ocurrida en 1270, Luis IX
fue canonizado por el papa Bonifacio VIII. Con este motivo, la basílica
de Saint-Denis acogió una gran ceremonia el 25 de agosto de 1298,
aniversario de la muerte del soberano; la presidió Felipe III el
Atrevido, hijo del rey. El cuerpo de san Luis, en un sarcófago de plata,
fue llevado en procesión hasta la Sainte-Chapelle, aunque se depositó
en el panteón real de Saint-Denis. Más tarde, en 1306, su nieto Felipe
IV el Hermoso trasladó la cabeza del monarca a la capilla que éste había
fundado para exponerla en una urna como una reliquia más.
La
Sainte-Chapelle, tan querida por el soberano y que atesoró parte de sus
restos, se organiza a partir de la superposición de dos pisos, como era
habitual en las capillas palatinas medievales. La iglesia inferior
cumple la función de pedestal y soporta el peso de la construcción, por
lo que tiene escasa altura e iluminación, mientras que la
espléndida parte superior estaba destinada a las reliquias, a las que
únicamente podían acceder el rey de Francia y la corte.
Una caja de vidrio
La
iglesia superior alcanza los veinte metros de altura. Las bóvedas de
crucería canalizan el peso de la cubierta hacia los pilares laterales,
con lo que las paredes, que no sustentan el techo, son suprimidas y
reemplazadas por los ventanales. La única superficie mural continua es
la bóveda, que parece flotar ingrávida, ignorando las leyes de la
materia, mientras que nervios y pilares –sobre los que se disponen las
estatuas de los apóstoles– se adelgazan hasta el límite para ceder todo
el protagonismo a la luz. De este modo, la capilla se convierte en una
urna de vidrio, en un santuario etéreo que custodia la corona de espinas
y las otras reliquias de la Pasión.
En concordancia con las
reliquias atesoradas en la capilla, la vida y Pasión de Jesucristo
tienen un desarrollo especial en sus 15 vidrieras. Los reyes bíblicos y
cristianos están profusamente representados y hay continuas alusiones a
la monarquía francesa, que aparece ligada a la estirpe de Cristo y
situada al nivel de santos y profetas para reforzar su carácter sacro.
También por esta razón, la historia sagrada se mezcla con el presente:
se narra tanto el Antiguo Testamento –empezando por la Creación– como el
traslado de la corona de espinas hasta París.
La mística de la luz
La
arquitectura de la capilla está completamente pintada con los colores y
motivos heráldicos de la familia real, lo que aumenta el efecto
estético de la luz coloreada que inunda el recinto. La vidriera gótica
supone la culminación de una larga tradición teológica sobre la mística
de la luz: la declaración de Cristo en la Biblia, «Yo soy la luz del
mundo» (Juan 8, 12), ya había llevado a orientar las iglesias hacia el
este, donde nace el sol. Para los pensadores góticos, la luz es el más
noble de todos los fenómenos naturales, un elemento a la vez material e
inmaterial. Por todo ello, la luz de la iglesia gótica comporta un
simbolismo divino: la vidriera permite que el espacio arquitectónico
quede mágicamente coloreado, y con ello transporta a los fieles desde el
mundo terrenal hasta una dimensión espiritual y ultraterrena.
El
carácter único de esta capilla la ha convertido en una obra admirada sin
reservas durante cientos de años, conservando el derecho a ser
designada con su nombre francés en todas las lenguas. Muy dañada por un
incendio en 1630, y privada de sus reliquias durante la Revolución
Francesa, en el siglo XIX fue objeto de una restauración extraordinaria.
Y aunque la Sainte-Chapelle que hoy contemplamos procede en buena
medida de aquella centuria, el monumento conserva con extraordinaria
fidelidad el espléndido aspecto que tuvo en su origen.
BIBLIOGRAFIA
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