Poca información o casi nula, poseemos sobre el carácter, el pensamiento o la personalidad de El Greco. Importante documentación de tipo meramente biográfico fue hallada en los años setenta del siglo pasado rastreando en archivos toledanos. Su espíritu curioso y su afán por el estudio le llevaron a Italia, donde se empapó de los grandes maestros venecianos y de Miguel Ángel en Roma. ¿Fue su espíritu curioso y estudioso, o fue una huída por un crimen como se ha llegado a especular? Fernando Marías y Álvarez Lopera esclarecieron que Doménikos Theotokopoulos no fue solamente un lunático, un paranoico o un místico, como se creyó hasta casi bien entrado el siglo XX, sino que su extensa biblioteca y sus concisos e inteligentes apuntes sobre Vitruvio o Palladio, muestran a un Greco culto, cosmopolita, y no tan autodidacta como se pensó en un principio.
Llevada por la imaginación, transportada por la claridad de las salas del Museo del Prado, sentada en uno de los bancos y observando cada pieza, cierro los ojos. La luz del sol entra por los ventanales del complejo de los Jerónimos. Sería impensable reunir ahora a cuatro genios de la pintura universal, pero la mente humana es caprichosa y no conoce límites. Y menos aún la mente del historiador del Arte...
El pintor Diego Rivera se sienta a mi lado y nos miramos largo rato. Siempre tuve ganas de conocerle. Se interesó desde bien temprano por la pintura del cretense de su período toledano. Junto con el orfismo que abanderaron los Delaunay y el Cubismo de Picasso, fueron sus principales referentes a la hora de pintar. Ambos volvemos la vista hacia su Adoración de la Virgen y el Niño. Está llena de vida, de color, de esperanza. Como la del pintor de Candía. Su sombra fue alargada y cruzó el charco, atravesó fronteras. La exposición “El Greco y la pintura moderna” ha sorprendido por su frescura y porque aporta una nueva visión de la obra de El Greco a través de la producción pictórica de diferentes artistas a lo largo de los siglos.
Adoración de la Virgen y el Niño. Diego Rivera. Encáustica sobre tela, 150 x 120 cm. 1913. Colección María Rodríguez de Reyero |
Todos ellos le admiraron, se inspiraron y ahora... le entrevistan.
Picasso entrevista al Greco. El Entierro de Casagemas
Picasso cita a Doménikos en la calle Montsió, en el local Els Quatre Gats de Barcelona. Es una cervecería que hace las funciones de hostal y también de café modernista. Construido por el arquitecto Josep Puig i Caldafach, Doménikos entra curioso en el espacio “caótico” que albergaba además, las pinturas de Ramón Casas, Isidro Nonell o el mismo Pablo Picasso. Esa noche, en Els Quatre Gats, se escuchan de fondo las teclas del piano de Joaquim Nin.
Transcurre plácidamente una velada nocturna de final de verano. No hay espectáculo de títeres, ni cabaret, ni marionetas. Tan sólo las notas del compositor cubano, que se oyen a modo de canción de cuna para los clientes asiduos que solían varar por allí. Quizá por ello le invitó aquel día, para poder conversar con él sin interrupciones, y para que pudiera perderse el griego entre las mesas de ese amable cobijo y observar a cada uno de los personajes que se dejaban caer.
Salió a su encuentro el andaluz, y estrechándole la mano con una sonrisa acogedora y entusiasta, le condujo a una de las mesas bajo la atenta mirada de camareros, hombres curiosos y el dueño, Pere Romeu, que se preguntaba quién era aquel viejo despistado, pálido y ojeroso que acompañaba a la joven promesa del arte cubista.
Allí, bajo una pintura de Ramón Casas, y teniendo como compañeros de mesa a Santiago Rusiñol y al pianista Isaac Albéniz, enfrascados en una conversación sobre la magia de la música impresionista del francés Debussy, ambos genios empiezan a conocerse.
- El Greco: Qué sitio más pintoresco, cómo cambian los tiempos... -mientras dice esto, va fijando la vista cansada en los dibujos modernistas que cuelgan de las paredes, en las jóvenes muchachas que venden cigarrillos y puros, en las bebidas de colores que tintinean en pequeños vasos de cristal.
- Pablo Picasso: ¡Es el sitio de moda! -contesta el cubista con los ojos relucientes- ¿Qué quiere tomar, maestro?
- E. G.: Pues nada, no se moleste... Bueno, sí, un pellejo de vino, si se puede...
- P. P.: Eso está hecho.
El malagueño se acerca a la barra y pide un vaso de absenta rebajado y un chato de vino tinto. Mientras tanto, Doménikos observa a una de las chicas en silencio. Piensa que sus pestañas son muy largas y muy negras. Ella le mira y responde a su mirada con descaro haciendo círculos con las pupilas. Suelta una sonora carcajada y se aleja contoneando las caderas hacia el salón privado del fondo del local, con la bandeja de tabaco entre las manos. Doménikos permanece impávido, descolocado y sorprendido a partes iguales. Se le antoja todo un sueño. Regresa Picasso a la mesa con la bebida, y enseguida le acribilla a preguntas.
- P. P.: ¿Doménikos, Domingo, Doménico? ¿Cómo puedo dirigirme a usted, maestro?
- E. G.: Llámeme Domenikos, por favor. Y si me lo permite, ¿cómo puedo dirigirme yo a usted? Porque antes de acordar la entrevista con mi representante, leí su biografía y tengo entendido que le bautizaron como Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso...
- P. P.: Ni yo mismo me acordaba, dejémoslo en Pablo, de lo contrario, se hará demasiado larga.
- E. G: De acuerdo, Pablo. Pues yo quisiera preguntarle por su entierro. No por el suyo, claro está, sino por el de su amigo Casagemas. Yo siempre pensé que el que yo pinté del Conde Orgaz tenía fama de místico, de difícil... Y me lo querían bajar de precio, ¿sabe? Fue un encargo para la Iglesia de Santo Tomé de Toledo, y el párroco al final me pagó lo que convino en un principio... Pero lo suyo es distinto, Casagemas fue amigo...
- P. P.: Cierto, fue mi mejor amigo. Lo sentí muchísimo. Estaba en un período muy melancólico, muy íntimo. ¿Sabe cómo lo llaman ahora los historiadores del Arte? Período azul. Puede que tengan razón. Fue muy azul. Muy triste. Lo quise tanto... Y me inspiré en usted, porque quise que fuera algo grandioso, pero muy etéreo, lo que él hubiera querido que fuese el Cielo. Mujeres desnudas, un beso sobre un caballo, bailarinas del Moulin Rouge... No me entienda mal, maestro Doménikos, su cuadro fue la inspiración de lo que sería el Cielo para una persona como Carlos.
El Entierro del Conde de Orgaz. El Greco. Óleo sobre lienzo, 480 x 360 cm. 1586-1588. Iglesia de Santo Tomé, Toledo Evocación. El Entierro de Casagemas. Pablo Picasso. Óleo sobre lienzo. 150,5 x 90,5 cm. 1901. Museo de Arte Moderno, París Picasso bebe un trago del licor verde que se había puesto de moda unos años antes en París y que, según él, le confería inspiración para entregarse al desenfreno artístico. Doménikos lo contempla fascinado.
- E. G.: Sí, claro, los tiempos cambian... -se pone pensativo y posa los largos dedos índices sobre sus labios- pero las mujeres desnudas... no... no... no sé... claro, que yo viví la Contrarreforma y tuvimos que tapar todo. Pero son otros tiempos, Pablo.
- P. P.: Don Doménikos, a mí me gustan las personas extraordinarias. Y usted lo fue. Fue un incomprendido, un excéntrico, un raro... bueno, así se le ha palpado a lo largo de los siglos. Pero al mismo tiempo sus obras desprenden un halo de misticismo mágico, de estudio concienzudo, de pincelada experta, de quien sabe de dónde procede el color, la entraña de la luz y de la sombra...
- E. G.: Yo siempre he sido un nómada. He aprendido de aquí y de allí. La mezcla de culturas -griega, italiana y española- me ha hecho valioso. Me he formado con los clásicos en Italia, con la tradición bizantina en Creta, con los grandes españoles... Y me he hecho a mí mismo. He creado mi mito, mi propio estilo, mi manierismo, el que yo quería. A veces no a gusto del cliente, pero... siempre con mi sello. Como usted, Pablo, un incomprendido para muchos.
- P. P.: Cierto es. Sabe, yo me he atrevido con otras artes menores como la cerámica o también con la escultura. ¿Usted ha experimentado con otro tipo de expresión del arte?
- E. G.: Algo hice, algo hice con el taller. Modelitos en barro, en arcilla, réplicas de santos, pequeñas hagiografías. Pero la pintura para mí era la máxima expresión. Nada se podía comparar a ella. La levedad que quería transmitir con mis figuras, la llama viva de los Crucificados que miran al Padre, los mártires atormentados deseando ser asuntos. Sólo la pintura me permitió llegar a esos niveles. Aunque me interesó también en gran medida la arquitectura. Leí a los grandes, a Vignola, Palladio, Vitruvio... Pero nunca me apasioné por lo convencional, por lo que se hacía en la Corte en aquel momento, los postulados reales, Juan de Herrera... No casaban con mi pensamiento. Realicé también algunos modelos de arquitecturas para retablos, como el de María de Aragón... Ese fue un gran trabajo...
El ajenjo -como también era conocida la absenta o el “hada verde”- empieza a hacer efecto en el organismo de Picasso, y le vuelve más disperso. La mirada se pierde entre los azulejos de las paredes y las caras semiconocidas de los allí presentes. El rostro de Doménikos se hace puntiagudo para Picasso, y los contornos de su figura se desdibujan y se desvanecen poco a poco... Se sumerge en un sueño muy profundo y despierta, a la mañana siguiente, en su estudio de la calle de la Plata, sin saber si lo que sucedió anoche fue realidad o simplemente fruto de aquella bebida verde.
Egon Schiele entrevista a El Greco. La figura humana
Los árboles trazaban líneas hacia
la lejanía,
desplomándose sensualmente en su largura
pensé en mis visiones pintadas
y tuve la impresión
de haber hablado, aunque sólo fuese una vez,
con cada una de ellas”
“...Te llamo para mostrarte todo lo que está permitido;
pequeños y grandes ojos infantiles miran
hacia el interior riendo
y hablan de mí...”
Egon Schiele, “Yo, eterno niño”
El próximo encuentro de Doménikos es con el artista austríaco Egon Schiele. La cita tiene lugar en Viena, en el Leopold Museum. Inaugurado en el año 2001, alberga el mayor número de obras pictóricas, grabados y literatura del artista vienés (41 pinturas y 188 dibujos). El fundador de la colección Leopold, Rudolf Leopold, declaró en 1950, que la pintura de Schiele era comparable a la de los grandes maestros europeos de siglos pasados, por su calidad, emomtividad y destreza técnica.
Egon Schiele entra en la primera sala de la planta del museo a él dedicada. Allí se encuentra esperando Doménikos. Ambos tienen muchas cosas en común. Los dos son muy delgados -Schiele es escuálido-, de caras afiladas y ojos oscuros grandes. La vejez pesa en un Greco anciano, y la enfermedad ha hecho mella en un enclenque y triste Egon Schiele. Las arrugas del candiota se marcan mucho en un rostro que ya ha visto todo, y unos ojos que han pintado demasiado. Se miran despacio. Hablan el lenguaje universal del arte, y no necesitan de un intérprete. Se saludan respetuosamente frente al Autorretrato con farolillo chino que Schiele realizó en 1912.
Autorretrato con farolillo chino. Egon Schiele. Óleo y gouache sobre tabla. 32,4 x 40,2 cm. 1912. Leopold Museum, Viena |
- Egon Schiele: Gracias maestro Theotokopouli por aceptar mi invitación y venir hasta aquí. Perdone si le he citado en el tiempo presente, pero es que la Viena que yo viví, la de 1914, estaba en pleno conflicto mundial y quise que nos encontrarámos en este espacio atemporal que es mi museo.
- El Greco: Es un placer haber viajado hasta esta tierra fría, que no conocí en vida, pero que, con el espíritu aventurero que poseo, estoy encantado de conocer.
- E. S.: Además, esta invitación tiene un segundo propósito. El primero es que quería conocerle personalmente ya que su obra, como se puede comprobar, ha tenido gran influencia en la mía a pesar de la diferencia de los siglos. Y el segundo propósito era que usted conociese el movimiento expresionista. Con el que, inconscientemente, usted tuvo mucho que ver.
- E. G.: Me deja usted sorprendido con esa afirmación. Pero a la vez, impaciente por ver qué tiene en común este expresionismo con mi pintura, realizada hace tantos años. Cuénteme, se lo ruego.
Franz Hauer. Egon Schiele. Punta seca sobre papel, 13 x 11 cm (plancha). 1914. Albertina, Viena - E. S.: Maestro Theotocopouli, ambos coincidimos en que rompimos moldes con el estilo artístico que imponía la sociedad y los artistas que la servían. Fuimos libres en el estilo y en la composición, en el color y en la forma. Eclécticos, autodidactas e independientes. ¿Cómo consiguió usted llegar a serlo en el siglo XVI?
- E. G.: Muchacho, fue Toledo. Como siempre le dije a mi gran amigo Paravicino, Toledo fue mi mejor patria. Allí me acogieron y supieron entender mi forma de ver el arte. Hice mis contactos, monté mi propio taller y formé mi propia familia. Allí fui muy feliz. Y realicé la obra y el arte que siempre quise. Libre de ataduras, de imposiciones clasicistas. Con infinidad de encargos, como usted.
- E. S.: Sí, yo conseguí esa libertad en Krumau y en Neulengbach, fuera de Viena. Me busqué a mí mismo y saqué lo mejor, el Egon más auténtico. A pesar de las críticas hacia mi manera de pintura, muchos historiadores y expertos en el mundo artístico han parangonado las anatomías que pintamos. Ambas tienden a alargarse, a elevarse, al misticismo más depurado.
- E. G.: Es cierto. Interpreté los postulados del manierismo “alla mia maniera”. Me inspiré en la escuela de mi maestro, Tiziano, y también en mis viajes a Venecia, Padua, Vicenza, Verona, Florencia... Claro, aprendí también el clasicismo romano. Pero en Toledo es cuando mi obra se hizo más verdadera, más auténtica. Un poco como las anatomías de sus figuras, muchacho, escorzos hasta el paroxismo, rostros alargados y barbillas apuntadas, órganos visuales grandes, que dejan asomar el alma... Sus desnudos y las figuras humanas las pinta con una agresiva distorsión figurativa. Qué grandeza. Qué pena que muriera usted tan joven...
Laocoonte. El Greco. Óleo sobre lienzo. 137,5 x 172,5 cm. 1610-1614. National Gallery of Art, Washington, D. C.
La casa de la curva. Egon Schiele. Óleo sobre lienzo. 110,5 x 140,5 cm. 1915. Leopold Museum, Viena - E. S.: Sí, señor. Pero la enfermedad, la tristeza... También yo iba a tener un hijo, ¿sabe? Me convertí en uno de esos grandes mitos que mueren jóvenes. Fui el expresionista más puro. Y usted, si me permite decirlo, fue el primer expresionista. Igual que en mis dibujos y obras, el espacio que recreamos se convierte en una suerte de vacío dimensional. Por no hablar de los paisajes. De fondos infinitos, árboles y colinas melancólicas... ¿Y qué me dice de las anatomías? Nuestras anatomías desprenden luz, la luz no es natural, emerge del propio cuerpo. Siempre he dicho que mis cuadros deberían colocarse en templos. Como los suyos.
- E. G.: Sí, bueno, pero... no se confunda, hijo. A mí todos me quieren clasificar. No se han enterado todavía de que soy especial, de que soy inclasificable. Usted es todavía un chiquillo para entenderlo...Los dos pintores siguen paseando por las salas del Leopold Museum. Caminan en silencio, callados, observando grabados, dibujos en diferentes soportes, originales de poesías infinitas de letra picuda... Doménikos contempla aquella libertad de expresión con gesto aprobador. A veces esboza una sonrisa. Y piensa que quizás sí, que de algún modo, su pintura y la de ese muchacho tienen mucho que ver.
Paul Cézanne entrevista a El Greco. La dama del armiñoEn su relato breve Naïs Micoulin, el escritor Émile Zola describe la pequeña localidad de L'Estaque, en el extremo norte de Marsella. Destaca su magnífica bahía rodeada de montañas, los campanarios de las iglesias, y las altas chimeneas que se alzaban sobre las azoteas de las casas del pueblecito hacia un cielo despejado y sin nubes. Describe también las colinas pobladas de verdes arboledas, y se muestra sobrecogido por el reflejo de los islotes en el agua cristalina. L'Estaque fue, durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta 1920, refugio e inspiración para infinidad de artistas que transcurrían sus horas observando las maravillas que la Madre Naturaleza había donado al golfo marsellés. Uno de los primeros en sentirse atraído por la zona fue el pintor Paul Cézanne, pero también fue L'Estaque de Renoir, Braque, Derain o Dufy. Cercana a Collioure -bastión de Matisse- la pequeña población de L'Estaque se basó en la fabricación y el comercio de la teja artesanal. Es a este pintoresco lugar donde se desplaza nuestro Doménikos para charlar con el padre de la pintura moderna, Paul Cézanne.L'Estaque. Zona de Riaux L'Estaque visto desde el puerto
L'Estaque visto desde el Golfo de Marsella. Paul Cézanne. Óleo sobre lienzo. 58 x 72 cm. 1878-1879. Museo d'Orsay, París. © RMN-Grand Palais (Musée d'Orsay) / Hervé Lewandowski
Sentados cara a cara en una terracita junto al puerto, se encuentran el padre y el abuelo de la pintura moderna, como sentenció Henri Matisse el siglo pasado. El francés es muy desconfiado. Al hacerse anciano, su carácter se ha agriado y no soporta largas conversaciones. La última que tuvo fue con el artista Émile Bernard. Tiene miedo al ridículo. Es huraño. Zola le traicionó y lo esperpentizó en su novela La obra. El personaje del pintor fracasado Claude Lantier estaba sospechosamente inspirado en el artista provenzal. Le separa del griego que casi hasta el final de sus días tuvo que luchar por el reconocimiento de su pintura. Tan sólo en los siete últimos años de su existencia su figura y su obra comenzaron a ser apreciadas. Pero tienen en común muchas cosas. El arte moderno nació con ellos.- El Greco: Estimado monsieur Cézanne, antes que nada me gustaría agradecerle la invitación a este maravilloso lugar. Es verdaderamente evocador, y tengo entendido que han vivido aquí innumerables pintores atraídos por estos paisajes mediterráneos tan luminosos y llenos de color. Me recuerda en su justa medida a mi Creta natal...
- Paul Cézanne: Es todo un honor que esté usted aquí hoy. A través de los siglos, a través de los tiempos, unidos por la pintura. La guerra me llevó a refugiarme en este paraíso en la tierra. En un comienzo, la paleta de color que utilicé era más oscura, más apagada, pero con el paso del tiempo se convirtió en “mi tierra prometida”, como le conté a mi amigo Pissarro en una carta. La segunda vez que estuve aquí todo cambió y vislumbré la verdadera pintura que yo estaba buscando, la que quería hacer realmente. Los colores se volvieron claros, la luz del sol entraba a raudales por los poros de la tela. Ya no había impresionismo. Había creado algo nuevo. Suprimí la perspectiva y simultaneé los planos. ¿Y sabe qué? Con una de estas marinas de L'Estaque conseguí entrar en las colecciones de los museos de Francia. Al principio, los visitantes de la colección quedaron desconcertados, pero fue un cuadro que fascinó a artistas y pintores. Por eso luego visitaron L'Estaque fauvistas, expresionistas... Fue un triunfo.
- E. G.: Es apasionante su historia. Pero tengo una curiosidad desde hace tiempo, y querría que usted me la resolviese, si fuera posible.Mientras Doménikos habla, Cézanne tuerce el gesto y desvía la mirada al suelo, asintiendo con la cabeza.
- E. G.: Usted, que por lo que he leído y me han contado, y he visto sobre su obra, siendo tan “avant-gard”, y queriendo dejar atrás a maestros que rompieron con la pintura clasicista e ir más allá, eligió una de mis obras más, digamos, “clásicas” para inspirarse y reformularla. ¿Por qué?
- P. C.: ¿Se refiere usted a La dama del armiño?
- E. G.: Exactamente.
La Dama del Armiño. El Greco? Óleo sobre lienzo. 63 x 50 cm. 1577-1579? Stirling Maxwell Collection, Glasgow La Dama del Armiño según El Greco. Paul Cézanne. Óleo sobre lienzo. 53 x 49 cm. 1885-1886. Colección Particular, Londres - P. C.: Es una buena reflexión. Creo que lo hice porque usted no lo hizo. La pensé de nuevo. Y fui más allá. No la quisieron nunca. Nunca tanto como a la suya. Hasta ahora. La mirada de las dos señoras es la misma, el gesto, el encontrarse con el espectador. Pero no fue sólo la Dama. Su influencia ha estado en mi pintura siempre. El color, la luz, la pincelada... La mirada del personaje, la cotidianidad del refugio. En mi caso fue, aquí, en L'Estaque, en el suyo, Toledo. Siempre fuimos unos incomprendidos ambos. Usted siempre buscó algo más, y lo encontró hacia el final de sus días. Su propio estilo. Yo también lo encontré. Y fue en el neoimpresionismo. Sobrepasé la “impresión”, el “momento”, la captura instantánea, y utilicé los avances que me permitió mi tiempo para hacer otro tipo de pintura. La óptica, el color, Pissarro, Manet, Sisley... A ellos también los superé. Y usted superó a otros. Como pude escuchar en la inauguración de la exposición que hay actualmente en el Museo del Prado de Madrid sobre su influencia en la pintura moderna, al director del Museo, Miguel Zugaza; usted tomó el testigo de Velázquez, y superó a Goya y a Rafael. Es el maestro de maestros.
- E. G.: Qué gran responsabilidad me concede usted, monsieur Cézanne. Yo con Toledo me conformaba. Toledo y yo. Me fui de todas partes, de todos los sitios huí. Y ahora todos quieren de mí. Pues no voy a ser yo quien se lo quite.
El sol de la sobremesa se refleja en las mesas de la solitaria terraza de L'Estaque. Y retomo la carta que envió el francés en 1876 a Camille Pissarro en la que le hablaba del “espantoso sol” que transforma los “objetos” en “siluetas”. Alzo la vista y puedo ver esos árboles sobre la colina, pinceladas que se yuxtaponen las unas sobre las otras. La luz del Golfo de Marsella ciega mis ojos. Los cierro para no exponerlos demasiado. Puedo escuchar el agua chocando suavemente contra las rocas, como pidiendo permiso. Abro los ojos y vuelvo a estar en el Museo. Frente a mí, la poderosa Visión de San Juan, traída del MET. Y a su lado, y con su permiso, las bañistas de Cézanne. Me levanto entumecida, como si hubiese viajado a un lugar muy, muy lejano, a través de los siglos y los continentes.
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