lunes, 9 de septiembre de 2019

HENRY TOULOUSE LAUTREC



Pintor y litógrafo, Henri de Toulouse-Lautrec ha pasado a la posteridad como el artista que retrató la vida del París de finales del siglo XIX. Hijo de una familia de grandes terratenientes, padecía una enfermedad congénita que marcó toda su vida y que se manifestó en una gran debilidad ósea, una baja estatura y la deformación de los rasgos de su rostro. Tras la rotura del fémur de la pierna izquierda en 1878 y de la derecha un año más tarde, se vio obligado a pasar largos periodos de convalecencia, durante los cuales comenzó a interesarse por el dibujo. Lo que está claro es que nunca se recuperó del todo. A la lesión se sumaron problemas varios de calcificación que impidieron que el joven alcanzase un desarrollo físico pleno y caminase de forma equilibrada con ambas piernas.



En 1882 se trasladó a París para comenzar su formación como pintor en el estudio de Léon Bonnat, y algo más tarde junto a Fernand Cormon, donde conocería a Louis Anquetin, Émile Bernard y Vincent van Gogh. Tras un corto periodo de tiempo en el que se sintió cercano al impresionismo, comenzó a desarrollar un estilo personal muy ligado a preocupaciones comunes con otros artistas contemporáneos, como la atracción por lo japonés y el interés por captar la vida de la ciudad. Sus retratos, en los que están representadas todas las clases sociales, son una clara demostración de la habilidad y crudeza con que captaba la psicología de los personajes a través del lenguaje corporal y de la plasmación de sus expresiones.




En 1884 creó su propio taller en Montmartre, que era frecuentado por artistas desde la década de 1850. Pronto comenzó a alternar las horas en museos y galerías de arte, con visitas a los cafés, circos y cabarets de su nuevo barrio. Estas excursiones nocturnas le proporcionarían los temas predilectos para sus pinturas, dibujos y litografías. Con veintiún años vendía con regularidad dibujos a diversas revistas y periódicos, ilustraba libros y realizaba litografías para los locales que frecuentaba. 


Desde 1886 su obra estuvo colgada de manera permanente en el Cabaret Le Mirliton y una de sus pinturas, En el circo de Fernando: El Equestrienne, 1888 (Chicago, Art Institute of Chicago), se expuso durante la inauguración del Moulin Rouge en 1889. La fama de Toulouse-Lautrec se extendió por París, tanto por su obra como por los escándalos que protagonizaba cada vez con más frecuencia. Finalmente, su familia se vio forzada en 1899 a internarle en un sanatorio para intentar solucionar sus problemas de alcoholismo. Murió en 1901 después de sufrir una apoplejía cuando aún no contaba treinta y siete años.



"Soy feo, pero la vida es hermosa", solía decir, respaldando con su discurso su prisma vital. Henri de Toulouse Lautrec era el máximo de la burguesía, de la educación, de la formación intelectual, y sin embargo prefirió avanzar por un camino secundario, defectuoso, asimétrico e imperfecto. Le dio forma y pinceladas de color a un panorama turbio y excéntrico por igual, retrató con singularidad y maestría retazos del París más bohemio y extremo que ha existido, y se convirtió en el dibujante de las cabareteras, de los cafés-concierto, de las tabernas, los bebedores de absenta, los burdeles y las carpas de circo.


Toulouse,encontró en su desgracia un agujero donde escarbar, y en él, lo que mejor supo hacer el resto de su vida. Empezó esbozando caballos; caballos y bailarinas; y, más tarde, bailarinas y can-canes. Bajo los focos de ese gran molino rojo, clonó en láminas de papel cientos de cuerpos femeninos, calcó sus curvas, recogió toda su entrega, tan rendidas a su enigmático talento estaban ya entonces las féminas (tanto las caras como las baratas) de la noche parisina.


Pintaba affiches, pintaba la oscuridad, pintaba los lupanares y las calles. Pintaba juguetes rotos, encajes, piernas abiertas; un mundo que hoy, un siglo después, 150 años después de su nacimiento, conocemos como si lo hubiésemos vivido gracias a genios como él.



Cuando se apagaron las luces de los cabaréts más turbios y también de los más acaudalados, su espíritu siguió vivo entre sombras en los carteles de Henri de Toulouse Lautrec. La fortuna del enano le permitió hacerse habitual del Mirlinton y el Moulin Rouge, de los hipódromos, de los bailes de disfraces del Courrier Français. Observaba todo sin perder detalle; escudriñaba y palpaba, cataba, respiraba y se sumergía en ese ambiente



Para Henri de Toulouse Lautrec la fama no fue suficiente aliento para superar sus crisis. La vida de este artista, marcada por la tragedia, se truncó demasiado pronto. Sus adicciones y su enfermedad le condujeron por un camino de continua oscuridad. Sus manías y los repetidos episodios depresivos le acompañaron durante buena parte de su corta existencia.


Entre la historia de Henri de Toulouse Lautrec hay escritos algunos capítulos negros. Sirva como ejemplo el extraño suceso que el artista vivió en 1897, cuando se ensañó, revolver en mano, con las paredes de su propia casa, en un intento de acabar con unas arañas que no eran más que un fruto de su propia imaginación. 



Su inmediato ingreso en un hospital psiquiátrico, del que salió pocos años después, no fue suficiente antídoto contra el funesto final. Ya que pocos años después moría en casa de su madre, la condesa Adèle de Toulouse-Lautrec, donde por fin consiguió poner punto y final, de la peor de las formas, a sus propios demonios. En 1952, John Huston contó su historia en la película Moulin Rouge.





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