Hoy vamos a visitar una obra fascinante, La Visión de Tondal, atribuida a un seguidor de El Bosco y situada cronológicamente entre fines del siglo XV y el primer cuarto del XVI. Se trata de un óleo sobre tabla conservado en el Museo Lázaro Galdiano.
Iconografía de La Visión de Tondal por Amparo López
Os presento aquí una pintura de uno de los seguidores de la obra de El Bosco cuya simbología no es fácilmente reconocible a primera vista.
La tabla de la Colección Lázaro lleva en su ángulo inferior izquierdo la inscripción en letras góticas Visio Tondali,
que da nombre al cuadro y sobre esa leyenda aparece dibujado el
caballero dormido acompañado en su visión por un ángel con alas
flamígeras de aspecto semejante a los que pinta Bosch.
En 1484 se imprime en ´s-Hertogenbosch la Visión de Tondalus una de las obras de referencia en la composición del paisaje diabólico. En ella se fabula el viaje iniciático de Tondalus,
un caballero del siglo XII de origen irlandés, que visita durante tres
días el más allá y a su vuelta opta por la vida monacal.
Toda la obra participa del repertorio iconográfico moralizante y de la forma compositiva del espacio de Hieronymus Bosch,
y nos remite por tanto a un discípulo o a un buen conocedor de su obra
que, al igual que el maestro, resulta difícilmente descifrable en su
totalidad.
En el centro de la composición,
constituyendo parte del paisaje, como si se tratara de una montaña,
surge una gigantesca cabeza humana, que siguiendo la idea renacentista
se sitúa en el centro del universo, tanto paisajístico como moral, y
sirve también para ordenar la lectura general de la obra. A sus cuencas
vacías, como lagos tenebrosos, se asoma una rata negra,
símbolo medieval de la lujuria, transmisora de la peste, que aquí alude
al sentimiento de culpa del hombre tras el pecado. Sobre su frente hay
un paño blanco como el sudario de Cristo que pende de dos árboles que surgen de las orejas del hombre. En la cabeza-montaña reposa perezosamente Eva con la serpiente enroscada al cuello y acomodándose en un cojín que le prepara una mona, símbolo de la inconstancia, la mentira y la diabólica soberbia, y que desatiende los consejos de la sabiduría encarnada por la lechuza.
De la nariz del hombre salen monedas,
en clara referencia al pecado de la avaricia, que caen en una gran cuba
en la que retozan mujeres y monjes desnudos y un ballestero. Estos
personajes simbolizan los pecados capitales de la lujuria y la codicia,
que se completan con la gula y la ira que habitan el interior de la
enorme toca que está a su derecha y con la pereza que está representada
sobre ella imitando La muerte del avaro de El Bosco.
El contrapunto a esta escena infernal lo encontramos en el lado izquierdo de la tabla: sobre los cuerpos de Adán y Eva lacerados por la serpiente
y por extraños monstruos demoníacos, vemos una figura femenina desnuda
que rechaza la oferta de la vanidad que le hace una figura cadavérica
con un espejo. Tras ella, el Edén como un luminoso
lago de delicias en que disfrutan las almas presidido por una esfera
humeante que se nos antoja como una alusión al Cristo Prometeo y cuyo discurso de redención vemos reforzado en la figura de un caracol.
Los novísimos aparecen completados por el personaje que reposa sobre el dado
con la cara que señala el número tres y en los sufrimientos que se le
infligen. A su derecha encontramos al hombre que cabalga a lomos de una
extraña ave acompañado por un demonio con alas de fuego refiriéndose al viaje iniciático de Tondal, resumiendo las visiones que tuvo y hemos descrito.
Los significados de las obras flamencas de
esa época no resultan, como en este caso, evidentes para nuestros ojos
del siglo XXI pero sin embargo desentrañarlas además de ser divertido
nos ilustra sobre las ideas de aquel momento, sobre sus miedos y sus
sueños y sobre la invención y recreación de sus mitos.
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