sábado, 7 de septiembre de 2019

LOS CANTORALES DE LA EDAD MEDIA


Arrumbados, polvorientos, descoloridos, desvencijados sobre sus enormes facistoles, los cantorales presiden el coro de monasterios, catedrales y conventos, testigos de tiempos de gloria cuando el canto llano (con las campanas) marcaba el discurrir de los días.
No había otra forma de alabar a Dios que a través del canto, que resonaba en las bóvedas sin parar.
Podía medirse la importancia de un templo por la riqueza y ornamentación de sus libros corales
Un Cantoral o libro de coro es un manuscrito musical de gran formato utilizado en iglesias y catedrales durante la Edad Media y el Renacimiento.
El tamaño del pergamino es lo suficientemente grande como para que el coro completo pueda leer las notas musicales a distancia.
Durante los tiempos agitados de la Edad Media, el scriptorium de los monasterios se convirtió en un centro neurálgico de difusión de la cultura.
Entre la humedad de sus paredes, concienzudos monjes confeccionaron artesanalmente auténticos tesoros en forma de libros. Entre ellos, destacaban los destinados al canto colectivo de los propios frailes.
En el siglo VI, el papa san Gregorio Magno trató de unificar el ritual romano, y el canto gregoriano se extendió en sustitución de otros repertorios.
Aunque en España comenzó a implantarse a partir del siglo XI, los grandes libros dedicados al canto colectivo surgieron en el siglo XV, y su técnica de elaboración se mantuvo hasta el XIX.

La nueva liturgia que surge del Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, provocó una gran demanda de cantorales.
Todavía impresiona asomarse a esos enormes volúmenes, testigos de tantos momentos únicos de nuestra historia, cuando el canto gregoriano marcaba el curso de los días en los monasterios y en las catedrales.
Como comentamos anteriormente, podía medirse la importancia de un templo por la riqueza y ornamentación de sus libros corales, aunque, como en aquella época se necesitaba mucho dinero para conseguirlos, la mayoría eran de uso cotidiano y apenas tenían adornos.
Sólo en los principales monasterios y catedrales se podían contemplar decorados con bellas miniaturas e iluminaciones.

De proporciones descomunales, sus hojas debían ser de pergamino, de tal forma que, para cada página de un cantoral, se empleaba la piel de un animal, y para un libro entero había que sacrificar un rebaño.
Alguno de los cantorales alcanzan los 90 cm de altura y su peso supera los 30 kilos, por lo que no sorprende que, en determinados casos, necesitaran llevar ruedas y casi siempre debían ser transportados por dos frailes, a los que se les exigía tener las manos limpias, hasta colocarlos en su lugar para la liturgia, sobre los fascistoles, en medio del coro, para poder ser vistos desde la distancia.
La invención de la imprenta apenas afectó a la confección de los grandes cantorales, ya que, por sus especiales características, siguieron siendo manuscritos.

El problema es que, cuando perdieron su utilidad, muchos fueron mutilados y transformados en tulipas de lámparas, o acabaron arrancados de sus soportes y metidos en carpetas.
La BNE atesora una de las colecciones de Cantorales más importantes de España, cerca de un centenar de volúmenes, procedentes, la mayor parte, de monasterios y conventos desamortizados por Álvarez de Mendizábal en 1836, o por Ruiz Zorrilla, en enero de 1869.
Otras piezas vienen de donaciones particulares, o de conventos e iglesias desaparecidos durante la Guerra Civil española.
Muchos han sufrido un complicado trabajo de restauración, porque estaban muy deteriorados.
De todos ellos, destacan los dos más antiguos: fueron encargados por los Reyes Católicos para celebrar el nacimiento del malogrado Príncipe Juan, y su destino no fue otro que el monasterio de San Juan de los Reyes, de Toledo, un convento franciscano fundado en 1477 por los mismos Reyes Católicos.
Su fecha puede datarse, casi con total seguridad, antes de la toma de Granada en 1492, ya que en los escudos no aparecen las características granadas posteriores.

La Biblioteca Nacional ha reunido y expuesto sus cantorales con objeto despertar conciencias sobre el valor de esos grandes libros de música litúrgica, cuyas hojas, con melodías gregorianas únicas, han acabado expoliadas con frecuencia o destinadas a cualquier uso como si fueran papeles inservibles.
Asi  ha logrado restaurar y digitalizar toda su colección de cantorales, más de un centenar y con más de 9.000 melodías gregorianas, procedentes en su mayor parte de monasterios y conventos desamortizados en el siglo XIX.
Libros de música litúrgica  que se trata de “una maravillosa y única colección”, que incluye dos ejemplares realizados durante el reinado de los Reyes Católicos y un manuscrito del siglo XVI recién descubierto del Canto de la Sibila, una representación dramática de carácter litúrgico muy antigua.
Se trata de dos ejemplares exquisitos en su confección y desde el punto de vista iconográfico. A pesar de que uno de ellos fue expoliado en el siglo XIX, la Biblioteca Nacional ha podido reunir, a través de su localización en distintas colecciones, algunas de las hojas que le fueron arrancadas.
Hasta 90 centímetros de altura y 30 kilos de peso pueden tener estos cantorales, muchos de ellos con adornos en pan de oro y una rica iconografía.
El manuscrito del Canto de la Sibila apareció como un cuaderno suelto dentro de un cantoral e incluye textos desconocidos en castellano.
Esta pieza, con mucha difusión en Francia, Italia, Portugal y España, aúna tradiciones paganas y cristianas, por lo que fue prohibida por el Concilio de Trento en la segunda mitad del siglo XVI.
Aunque se conservan algunas versiones en latín y catalán, hay muy pocas en castellano por lo que, según el comisario, el manuscrito de la BNE, probablemente de origen toledano, tiene un enorme valor al ser una fuente única, desconocida hasta ahora, tanto del texto castellano como de la música.




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