Champollion dio el pistoletazo de salida a la egiptología tras el descubrimiento de la piedra Rosetta y su desciframiento. El siglo XIX significó, por lo tanto, el inicio de lo que podríamos denominar un “renacimiento” de la cultura del Antiguo Egipto.
El comienzo con Champollion, tras la campaña napoleónica y el descifrado de la piedra Rosetta, implicó un vuelco en la aventura. Es decir, el turismo como lo conocemos hoy en día no existía. Desde el siglo XVIII, muchos jóvenes adinerados ingleses marchaban durante unos meses a Italia o Grecia, para visitar los antiguos vestigios conocidos hasta el momento de la antigüedad clásica. El llamado Grand Tour fue precursor del turismo moderno y daba pie a la aventura y el descubrimiento de las joyas artísticas del mundo pasado. Pero la campaña de Napoleón cambió el destino de muchos viajeros con busca de vivir grandes aventuras. Cuando el todavía no emperador francés llegó a Egipto en 1798, llegó acompañado de un grupo de más de 100 personas que no eran soldados, si no hombres del saber. Matemáticos, físicos, geólogos, químicos, botánicos, biólogos, ingenieros, geógrafos, historiadores… Todos estas personas le ayudaron a conocer mejor la región en la que estaba y para descubrir nuevas cosas de ella y darlas a conocer en Europa. La obra Description de l’Ègipte (1809-1822), compiló todos los conocimientos que el grupo no militar recogió: dibujos de edificios, descripciones de localizaciones, especies autóctonas… Se convirtió en un manual de viaje para los futuros “egiptólogos”. Con estos descubrimientos, más el trabajo de Champollion, Egipto volvió a existir para el mundo occidental.
Durante las décadas siguientes, hasta 1840, muchos hombres de gran fortuna decidieron explorar aquellas antiguas ruinas. Durante esas décadas, italianos, ingleses, franceses, suizos… pasaron por la antigua tierra de los faraones para admirar lo que los franceses en su momento habían redescubierto. A pesar de encontrar muchos de los templos, edificios o estatuas cubiertos por las arenas del desierto, no les impidió excavar para poder entrar en alguno de esos tesoros arquitectónicos. Un ejemplo sería el Templo mayor de Abu Simbel o las ruinas de Luxor. Sin embargo y por desgracia, estos aventureros se vieron demasiado excitados y embelesados por la belleza que observaban que decidieron llevarse consigo parte de ella. El expolio se convirtió en tendencia común de estos “aventureros” y primeros “arqueólogos” que se llevaron a Europa muchos tesoros, pequeñas piezas obviamente, que luego o bien se quedaban o bien las vendían por muy alto precio.
Con el tiempo, y con la influencia británica en la región ya extendida (a pesar de ser territorio otomano), se financiarían las primeras grandes excavaciones ya con motivos de investigación histórica y arqueológica. Figura fundamental será la de Flinders Petrie, considerado uno de los primeros arqueólogos en usar un método propiamente dicho, ya hacia la década de 1880.
Pero nosotros nos vamos a retrotraer en el tiempo e iremos de nuevo hasta la década de 1830-1840, cuando Egipto estaba siendo redescubierto poco a poco y cuando en el año 1839 pasó por ahí una figura fundamental para el conocimiento futuro e incluso mitificación del Antiguo Egipto: David Roberts.
Retrato de David Roberts en una ilustración de su obra Egypt and Nubia (1842)
¿Quién fue este hombre al cual ya fué mencionado con anterioridad en el título?
David Roberts fue un pintor, grabadista y litógrafo británico, de origen escocés, nacido en Edimburgo en 1796 y fallecido en Londres en 1864. Fue discípulo del mismísimo Joseph Mallord William Turner, con el cual aprendió la temática característica del romanticismo inglés: el paisaje. Además, durante su juventud, trabajó como escenógrafo, lo cual le dio conocimientos muy prácticos acerca del uso de la perspectiva, que obviamente usaría para desarrollar su pintura. Turner, por otro lado, le animó a viajar y descubrir mundo para que le sirviese de aprendizaje e inspiración de cara a su formación y carrera pictórica.
Roberts inhaló el romanticismo durante toda su vida. Al ser Inglaterra uno de los focos más importantes de esta corriente cultural, pudo desarrollar fácilmente sus habilidades. El romanticismo como tal, pregonaba la ruptura con las reglas neoclasicistas, la búsqueda de la libertad como esencia natural del ser humano o la exaltación de la conciencia individual, otorgando mayor importancia a los sentimientos, las pasiones, la originalidad o la creatividad. Dentro del arte, esos rasgos se plasmaron, rompiendo la belleza ideal y el racionalismo del XVIII, para dar lugar a lo irracional, lo imaginario, las pasiones, los sentimientos, el individualismo, la importancia de la temática de representación del ser humano o el paisajismo. El romanticismo bebió de las culturas de Oriente, del norte de África, de la Edad Media o de la mitología nórdica para buscar inspiración y modelos artísticos. A su vez, el romanticismo fue muy importante en dos movimientos muy importantes del siglo XIX: el liberalismo y el nacionalismo.
En el caso de Roberts, aunaba ese espíritu romántico de amor por lo exótico de Oriente y las temáticas paisajísticas, además de verse influenciado por esa ruptura con lo anterior y las tendencias establecidas en el XIX. Se podría afirma que David Roberts era un orientalista, sólo que un pequeño matiz: el Orientalismo era la representación del mundo de Oriente (Próximo, Medio y en menor medida Lejano) y de sus rasgos culturales, que contribuyeron a la mitificación y creación de estereotipos de esas regiones. Principalmente, lo que más influía e inspiraba era el mundo islámico. Y aquí llegaría el matiz. David Roberts, si bien si mostró gran intriga por el mundo del Islam, se vio conectado y admirado por una cultura que se ha englobado dentro de esta tendencia: el Antiguo Egipto.
Sin embargo, antes de Egipto, Roberts necesitó dinero. Un viaje costoso, ya que tenía que viajar y cruzar Francia hasta llegar a Marsella, para poder coger un barco que le llevara hasta casi la otra punta del Mediterráneo. Para costearse el viaje, Roberts realizó su primer viaje. A España, más concretamente, y un breve paso por Marruecos. Entre 1832 y 1833, Roberts se dirigió a su primer viaje, por consejo de su maestro Turner, para que pudiera aprender más y mejor. Y así lo hizo. Una travesía más barata y que pudo costear y durante un año, viajó por España, principalmente Andalucía, ya que allí se encontraban los restos del paso de los musulmanes por ese país, lo que añadió a su ya espíritu romanticista. La experiencia y, sobre todo, las obras que realizó (tanto pinturas como grabados) le ayudaron a aprender y a costearse su futuro viaje. Durante los 5 años posteriores, vendió las obras que fue haciendo además de grabados de diferentes temas que le fueron encargando.
El Guadalquivir y la Torre del Oro (1833), David Roberts
Su ambicioso viaje iba a comenzar. Tras reunir el suficiente dinero para costearse el viaje, marchó hacia Egipto. Tardará un mes, desde agosto de 1838 hasta el mes de septiembre, para llegar a Alejandría. A lo largo del trayecto, irá escribiendo su diario, que su hija compilará tras la muerte de su padre y publicará con posterioridad. Llegó a un Egipto otomano, pero que poco a poco y gracias a la alianza que mantenían británicos y turcos, ya se empezaba a notar el peso de ciertas instituciones occidentales. Fue precisamente una institución de esas, el Instituto Británico de Alejandría, el cual recibió a Roberts con los brazos abiertos y financió su expedición por el propio país, ayudándolo con la entrega de un barco para navegar el Nilo, además de la tripulación y manutención.
El Egipto que conoció David Roberts dista mucho de lo que después verían Petrie o Howard Carter, aunque había diferencias con respecto a la llegada de los franceses en 1798. La arena seguía cubriendo los antiguos vestigios, aunque algunos lugares ya eran conocidos por los europeos que habían puesto sus manos por allí, como el caso de las grandes pirámides de la Necrópolis de Guiza o el Templo Mayor de Abu Simbel. Además, muchos restos eran bien visibles, como Luxor, ya que era prácticamente una pieza más en el paisaje de aquel país. Los egipcios de la época vivían sin la conciencia de aquel pasado glorioso, pero con los antiguos restos como testigos de su vida cotidiana.
Luxor (1839), David Roberts
El primer paso que dio Roberts fue entre Alejandría y El Cairo, antes de embarcarse hacia el sur. En la capital, pudo dibujar lo que se conocía hasta el momento de la Necrópolis de Guiza y usando varias perspectivas, Roberts aprovechó la situación para realizar grabados de la localización, que muestra que todavía quedaba mucho que excavar.
La Necrópolis de Guiza (1839), David Roberts
Tras estar a caballo entre esas dos ciudades, Roberts partió hacia el sur, hacia el Alto Egipto. A lo largo del viaje se dedicó a dos cosas fundamentales: la escritura de su diario, en el cual cada paso que daba y cada monumento que veía le hacía enamorarse más y más del antiguo mundo que estaba descubriendo (se le puede comparar incluso con Stendhal cuando salió de la Santa Croce en Florencia, en el sentido de la impresión que se llevaron tanto uno como el otro cuando descubrieron las maravillas de periodos más antiguos) y sobre todo al dibujo. Dibujó todo lo que estuvo en su mano y que fue descubriendo a lo largo del año que se mantuvo allí. Roberts llegó hasta la antigua región de Nubia (actualmente Egipto y Sudán), donde, obviamente, también aprovechó para plasmar todos los monumentos en sus dibujos.
Templo Mayor de Abu Simbel (1839), David Roberts
Su viaje continuó de nuevo hacia el norte, marchando de Egipto y cruzando el Sinaí, para también visitar la zona de Palestina, Jordania, Siria, Arabia o el Líbano, en los cuales se empapó de la cultura islámica, finalizando su viaje en 1840. Volvió a Londres, donde tras su exitosa aventura fue incluido con honores en la Royal Academy al año siguiente y mantendría la membresía hasta su muerte en 1864.
Los colosos de Memnón de espaldas (1839), David Roberts
Tras su vuelta y su investidura con honores, publicó dos obras donde recogió y compiló todos sus grabados de su viaje. A lo largo de siete años, entre 1842 y 1849, publicó las dos obras que, mes a mes, iban publicando todos sus dibujos. Para hacerlo posible contó con la ayuda del también litógrafo Louis Haghe, pasando cada uno de los dibujos a litografías. Reunió un total de 250 que serían publicadas en sus dos obras, como ya se ha dicho. Sus nombres serían por una parte The Holy Land, Syria, Idumea, Arabia, Egypt and Nubia (1842-1849) y Egypt and Nubia (1846-1849). La primera compila en exclusividad todas las litografías, mientras que la segunda por su gran amor, es específica y se centra únicamente en su viaje a tierras egipcias.
Retrato de David Roberts, por Robert Scott Lauder (1841-1842)
Gracias a su viaje y estas publicaciones, la popularidad y reputación de Roberts fue en aumento. Tanto como artista, pero sobre todo como la persona que “recuperó” el arte perdido del mundo egipcio. Sus dibujos sirvieron para dar a conocer un mundo que se estaba redescubriendo entre las élites letradas, pero que la mayoría de la población no conocía. Ahí reside la importancia. Supo dar un impulso mayor al conocimiento ya no solo para las clases más altas, si no que también la publicación de sus obras permitió el conocimiento del antiguo Egipto a gente de menor clase social. Su obra muestra un mundo que si bien han pasado siglos desde su desaparición, ha quedado dentro de la impronta del paisaje de Egipto y todavía estaba por descubrir todas las maravillas que contenía. Roberts contribuyó de manera fundamental al conocimiento de los restos artísticos e históricos de la tierra de los faraones, mostrando un testimonio de primera mano con sus dibujos y con sus descripciones en su diario, si bien éstas últimas ayudaron también a la mitificación debido a lo embobado que se encontraba su autor al idealizar cada cosa que iba viendo.
Tras esto, la idealización y los nuevos conocimientos mostrados del mundo egipcio, dieron paso a un buen número de aventureros, dibujantes o incipientes “arqueólogos” que mostrarían un gran interés en todo lo que Roberts visitó y plasmó en sus dibujos. La obra de éste sería utilizada como inspiración pero también como una especie de “guía de viajes” para los occidentales que irían a Egipto tras la década de 1840.
Esta mitificación e idealización trajo de por si que el mundo egipcio cobrara algo de mayor importancia en las corrientes orientalistas, siendo añadido como tal dentro de ellas. Además, en el arte y en la historia, el mundo egipcio pasó a ser un mundo del que se podía imaginar, elocubrar o mitificar hasta casi la extenuación. La pintura histórica de segunda mitad del siglo XIX reverdeció viejos laureles de primeros de siglo y fines del XVIII y dio paso a figuras como Jean Leon Gerome o el mismo Sir Lawrence Alma-Tadema, que pintarían obras de temática historicista basada en algunos casos a ejemplos del mundo egipcio.
Napoleón ante la Esfinge (1867-1868), Jean Leon Gerome
David Roberts es una figura algo olvidada tanto dentro de la historia como del arte. Su aventura de un año permitió que se diera un impulso posterior al redescubrimiento de una de las culturas más fascinantes y duraderas de la antigüedad y su labor permitió una mejor perspectiva del olvidado arte egipcio, del que tantos siglos lo habían hecho un desconocido a ojos de los occidentales.
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