jueves, 1 de agosto de 2019

ARQUITECTURA Y ARTE EN LA ANTIGUA ASIRIA


"Se han abierto las puertas de los ríos, y el templo ha sido arrasado. Ha sido llevada cautiva su reina y las mujeres conducidas a la esclavitud, gimiendo como palomas, y lamentándose en sus corazones. Y Nínive con las aguas ha quedado hecha una laguna. Huyeron sus defensores, y ninguno volvió a mirar atrás. Devastada ha quedado ella, y desgarrada, y despedazada".  
                                                                                                               Libro de Nahúm.

(Nota previa: todas las fechas indicadas son a.C.).
Pocos pueblos han pasado a la historia con tan mala fama como los asirios. Lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en ellos es en la crueldad que mostraron mientras extendían su enorme imperio. ¿Responde esta imagen tan peyorativa a la realidad? Posiblemente; es innegable que los asirios llevaron a cabo una serie de actos del todo despiadados. Pero si bien es cierto que los asirios han sido sinónimo de brutalidad, de grandes conquistadores; hay otros aspectos mucho más positivos y menos conocidos que denotan la extraordinaria riqueza de este pueblo: fueron arquitectos, artistas y comerciantes.
Abarcar todo el arte asirio en unas pocas páginas es poco menos que una aberración, es del todo imposible, con lo que esta articulo tratará de realizar una panorámica general que sirva como acercamiento al tema. En ese sentido, y para no perder la perspectiva, contextualizaremos a los asirios tanto en el espacio como en el tiempo y a continuación abordaremos el núcleo central de este artículo, que no es sino el urbanismo asirio (con especial atención a los complejos palaciegos y a los templos) y los relieves que se encuentran en muchos de sus palacios. Para facilitar la comprensión de lo expuesto, y para no convertir esto en una simple enumeración de templos y dioses construidos por reyes de nombres impronunciables, he optado por tratar de forma independiente y consecutiva cada una de las cuatro capitales que tuvo el Imperio asirio en sus distintas fases: Assur, Kalakh, Dar-Sharrukin y Nínive, hablando en cada una de ellas de sus principales edificaciones.


Relieve que representa al gran héroe Gilgamesh (S. VIII) en el Palacio de Sargón II en Dur Sharrukin. Museo del Louvre.
Contexto geográfico e histórico.
Mesopotamia significa ‘’tierra entre ríos’’, y designa a todos los territorios bañados por el Tigris y el Éufrates. Esta gran unidad está formada por dos regiones separadas por una franja desértica situada al norte de la actual Bagdad: Una mitad meridional, caracterizada por altas temperaturas y escasas lluvias en las que se desarrollaran Sumeria y Babilonia, y una mitad septentrional, caracterizada por un clima continental con inviernos fríos y lluviosos que será la cuna de Asiria.
Antes de nada, debemos dejar bien clara una cosa, el término ‘’asirios’’, no es sino una etiqueta politica creada . Nos sirve para identificar una determinada cultura, pero en ningún caso tiene una connotación étnica. Bajo esa designación nos encontramos un pueblo híbrido de gentes de origen no sumerio y emigrantes semitas.
Los historiadores han dividido la historia de Asiria en tres grandes períodos: el Imperio asirio antiguo (1800-1375), el Imperio asirio medio (1375-1047) y el Imperio asirio nuevo (883-612). Respecto a ese primer período, hay que entender el ascenso asirio a partir de la decadencia de la III Dinastía de Ur, que produce una serie de conflictos entre diferentes reinos que tratan de llenar el vacío dejado. Durante esta etapa, la capital se sitúa en Assur (que recibe su nombre del dios epónimo), ciudad que se ubica en un punto estratégico controlando las rutas comerciales. El rey gobernaba con el título de ‘’representante del dios Assur’’; no ejercía un poder absoluto, sino que estaba limitado por una asamblea ciudadana (puhrum). La segunda gran etapa, la del Imperio asirio medio, se caracteriza por una gran expansión, que llevará al Imperio a controlar los territorios situados entre el Mediterráneo y las montañas de Armenia, llegando incluso a las costas del Mar Negro.
Por fin, la última etapa, la correspondiente con el Imperio asirio nuevo, es la más breve y a la vez la más brillante en todos los ámbitos, entre ellos el artístico. El rey Asurnasirpal II (883-859), que encarna esa imagen cruel de los asirios, doblega a Babilonia y crea una nueva capital en Kalakh (la actual Nimrud). Bajo sus sucesores, serán incorporados al territorio imperial,Damasco, Fenicia, Israel y Edom. En el 722, sube al trono Sargón II (722-705), que derrota a babilonios, hititas y egipcios y funda una nueva ciudad conocida como Dur Sharrukin, cerca de Kalakh. Su sucesor, Senaquerib(704-681), somete Judá y destruye Babilonia; además, bajo su reinado Nínive se convierte en la ciudad más importante del Imperio. Pero todo este esplendor no duraría: El odio de los pueblos sometidos, los desórdenes internos y la presión de los escitas del norte terminaron por debilitar al Imperio, que acabó siendo definitivamente derrotado por una alianza de medos y babilonios. En cosa de pocos años, el Imperio asirio se derrumbó para siempre, siendo sus principales ciudades destruidas, Assur en 614 y Nínive en 612.


El Imperio asirio en su momento de máxima extensión.

Plano de Assur

Assur
La ciudad, que recibe su nombre de la principal divinidad asiria, se ubicaba al sur de la actual Mosul, a orillas del Tigris. Situada en un lugar privilegiado para el control de las rutas caravaneras, desempeñó un papel importante bajo dominio acadio.
Una de las primeras construcciones de las que tenemos constancia es el templo de Innana (nombre sumerio de la diosa conocida más popularmente como Ishtar, el mismo término pero en acadio), que como veremos más adelante experimentó múltiples reformas a lo largo de los siglos.
Nos interesa especialmente el templo de Assur, de modestas dimensiones en un principio, que sería concluido por el rey Shamsi-Adad I (1813-1781). Presenta un esquema longitudinal heredado del período paleobabilónico, con un vestíbulo de acceso, un patio central precedido por un propileo o entrada monumental y una cella alargada. El edificio se encontraba dominando una plaza de forma irregular, rodeada por una muralla, doble en el sector Este y triple en el Oeste. Al lado del templo, nos encontramos el conocido como Palacio viejo, la morada de los primeros monarcas asirios. Contaba con una plaza trapezoidal. La estructura seguía el mismo patrón que la casa mesopotámica, con un patio central (10 en este caso), al cual se abrían el resto de estancias. En tiempos del mismo monarca citado unas líneas más arriba, se restauró el zigurat dedicado al dios Enlil.
Debemos avanzar algo más de dos siglos, hasta tiempos de Assur-nirari I (1547-1522), para encontrarnos con el templo de Sin y Shamash (del Sol y de la Luna). Esta construcción, que se elevaba sobre un alto podio, es más bien un recinto religioso que albergaba dos templos gemelos separados por un patio cuadrado en el centro. Es de gran importancia, ya que todas sus estancias estaban distribuidas en torno a un eje axial, convirtiéndose en el prototipo para todos los palacios asirios posteriores, especialmente los del I milenio. No podemos dejar de mencionar tampoco eltemplo doble de Anu y Adad (dioses del Cielo y de la Tormenta respectivamente).
En lo referente a los palacios, destaca el de Adad-Nirari I (1307-1275), que presentaba una estructura muy influenciada por la arquitectura hurrita (pueblo de origen indoeuropeo). Rodeado por una muralla irregular, estaba distribuido de acuerdo con diversos sistemas de patios, a los cuales se abrían las demás instancias. Ya en el Imperio nuevo, el gran rey Senaquerib (704-681), mandó construir un palacio secundario, el conocido como Palacio del príncipe, para uno de sus hijos
Con el paso de los siglos, Assur sería desplazada como capital política por otros centros, pero nunca perdió su importancia debido a su condición de ciudad sagrada. Prueba de lo anterior es que muchos reyes asirios continuaron construyendo palacios y templos o ampliando los ya existentes, como por ejemplo en tiempos de Sin- shar-ishkun (623-612), último rey asirio, que llevó a cabo la reforma del antiquísimo templo de Ishtar. En 614, la ciudad fue destruida por los medos, poniendo fin a su milenaria historia.

Lamassus procedentes del Palacio de Assurnasirpal II en Kalakh (S. IX a.C.). British Museum.

Kalakh
Fundada por el rey Salmanasar I (1274-1245), su suerte cambió completamente con el ascenso al trono de Assurnasirpal II (883-859), quién la convirtió en la nueva capital del Imperio. Fue la primera ciudad en iniciar la tendencia de las ciudades-palacio asirias.  Dicho monarca llevó a cabo una ingente actividad constructora, que incluía una acrópolis, un zigurat, una muralla y una residencia palaciega, el denominado Palacio del noroeste. Este palacio, que se comenzó a excavar a mediados del siglo XIX, es uno de los mejor conocidos del panorama asirio. Ocupaba la zona más occidental de la acrópolis que comentábamos antes y tenía unas dimensiones de 200 x 100 m. Estaba compuesto por dos grandes patios conectados entre sí y rodeados de estancias, por lo que obedece en buena medida a la tradición acadia anterior. La gran novedad introducida por los asirios consiste en la acentuación de la división entre la zona pública (babanu; viviendas de funcionarios, archivos etc.) y la parte residencial (bitanu). Las estancias de representación, y especialmente el salón del trono (50 x 10 m.), servían de separación entre ellas. Otro aspecto característico de este palacio es la decoración escultórica de las principales estancias a base de ortostratos, grandes bloques de piedra tallada con relieves, que son seguramente una influencia recibida de Anatolia, donde los arquitectos hititas y sirios los habían empleado en el II milenio. Su iconografía tenía como fin la exaltación de la realeza, mediante una programación basada fundamentalmente en escenas de guerra y caza; otro aspecto de gran importancia es que en dichas escenas vemos como el rey era el protagonista, desplazando progresivamente a los dioses.
Junto a estos relieves, otro elemento que caracteriza a este palacio son sus lamassus, unas gigantescas figuras aladas, que tenían cabeza humana y cuerpo de león o toro (lo más seguro es que sean de nuevo una influencia sirio-hitita del II milenio). Se ubicaban en las principales entradas y accesos del palacio, siendo su función la de solemnizar el paso a las principales estancias de función representativa (se sabe que en la tradición mesopotámica se consideraban genios protectores). No llegaban a ser esculturas de bulto redondo, ya que se unían al bloque de piedra en el que habían sido esculpidas, el cual formaba parte del edificio.
Como vemos, en el mundo asirio la arquitectura y el arte en general desempeñaban no sólo un papel funcional, sino también uno de tipo simbólico y propagandístico destinado a consagrar la figura del rey como garante del orden universal y a transmitir a todos los visitantes el poderío del Imperio asirio.
El sucesor de Assurnasirpal, Salmanasar III (858-824), emprendió también importantes obras arquitectónicas en la nueva capital, como por ejemplo el conocido como Fuerte Salamansar, un espacio multifuncional erigida en el sector este de la ciudad, fuera de la ciudadela. La construcción se alzaba sobre una terraza y estaba amurallada. Sus estancias se distribuían en torno a seis patios, que definían dos grandes áreas: la del arsenal (destinada a residencia del ejército y como almacén para el material bélico) y la del palacio propiamente dicho (que en esta ocasión carece de relieves). Todavía se construyeron más palacios, pero por motivos de espacio continuemos con nuestro recorrido.

                          Recreación de Dur Sharrukin.



Dur Sharrukin   
La construcción de Dur Sharrukin obedece a la voluntad de un solo hombre, el rey Sargón II (722-705), famoso por sus campañas militares que le llevaron a combatir a medos, egipcios, hititas y babilonios.
La ciudad fue construida de nueva planta en tan sólo diez años y constituía un auténtico monumento al poder del monarca. Estaba completamente fortificada, cumpliendo un papel tanto defensivo como propagandístico. Su finalidad no era otra que transmitir el poderío militar y el poder de aquél que la había mandado hacer. Su muralla nos habla del gusto por la regularidad y la simetría. Ejemplo de lo anterior, es el modo en que se dispusieron las puertas de su reciento (siete en total, cada una de ellas custodiada por lamassus), dos en cada lado, a excepción del lado noroeste donde se hallaba la ciudadela. Respecto a ésta, podemos decir que estaba también amurallada y que constituía el núcleo del poder político religioso. Consuelo Gómez afirma que ‘’obedece al deseo del proyectar una imagen del carácter y poder de la monarquía asiria a través de una arquitectura de carácter militar’’.
Dentro de la ciudadela, la construcción más destaca es el palacio real, que ocupaba 10 hectáreas de superficie y que se hallaba rodeado de su propia muralla. Se componía de un sector oficial, en el que destacaba como no podía ser de otra forma el salón del trono, y un área privada de carácter residencial destinada al monarca, con estancias distribuidas en torno a un gran patio. Era, como el conjunto de la ciudad en sí, una oda al poder del rey y de Asiria. Los que deseasen llegar al salón del trono debían atravesar el gran patio, flanqueado por lamassus de cuatro metros de altura y revestido de grandes relieves en los que se representaba al rey y a su séquito a tamaño natural. Cercano a estas áreas se encontraba un tercer sector, de carácter religioso, conformado por un zigurat y cuatro templos. Ya para terminar, dentro de la ciudadela, pero al margen del palacio, existía otra zona religiosa conectada directamente con el palacio presidida por el templo de Nabu.
A pesar de su magnificencia, y por motivos que no están del todo claros, lo cierto es que al morir Sargón II su sucesor, Senaquerib (704-681), abandonó la obra de su padre y trasladó la capital a Nínive.


Nínive
Nínive es seguramente la más famosa de todas las capitales asirias, su enorme tamaño, la opulencia de sus palacios y templos y su gran población la llevaron a ser la más importante de las ciudades de Oriente Próximo, solo por detrás de Babilonia.  
La que fue la última capital asiria, ubicada frente a orillas del Tigris frente a la actual Mosul, ya existía allá por el V milenio, pero fue en el Nuevo Imperio cuando alcanzó su momento de esplendor, justo en el momento en que, como ya dijimos, Senaquerib fijo aquí su capital. Los primeros documentos escritos que hacen referencia a la urbe datan del III milenio a.C. cuando se introdujo en la ciudad, de manos de los acadios, el culto a Ishtar. Paradójicamente, Nínive no fue capital durante más de 100 años (más o menos desde 705 a 612), pero fue aquí donde el arte asirio alcanzó las mayores cotas de esplendor y quizá es también la más conocida a nivel popular de las capitales del antiguo Imperio, quizá por ser nombrada en varias ocasiones en la Biblia, como el pasaje en que es visitada por Jonás.
Pero vayamos a lo que nos interesa, Senaquerib no quería ser menos que su padre y levantó el que él mismo se encargó de denominar como el Palacio que no tiene igual, y realmente lo era. Después de demoler un palacio anterior, creó una extensa terraza de 500 por 42 metros sobre la cual levantó su palacio. Desgraciadamente, no se conservó íntegramente, por lo que presenta problemas de interpretación, pero de lo que no cabe duda es que fue el más grande y lujoso de todos los palacios asirios. Contaba con setenta habitaciones y tres mil metros de decoración mural, sobre lajas de alabastro talladas con relieves y adosadas a los muros de adobe. Como todos los palacios de la época, se caracterizaba por ese doble espacio público y privado separado por la sala del trono. La principal novedad que introdujo Senaquerib fue realizar varias modificaciones para hacer más fluido el paso de uno a otro ámbito, objetivo que logró mediante el aumento de estancias y patios que dieron al reciento una mayor cohesión. Los relieves estaban también presentes, siendo muchos de ellos crónicas de las grandes victorias del rey.


Assurbanipal matando al león (S. VII a.C.). Lo que se transmite es el poder del rey, capaz de derrotar a la más poderosa de las fieras sin siquiera inmutarse, frena la acometida del felino con una mano y con la otra lo atraviesa con su espada. British Museum.
Pero en contraste con lo anterior, el más famoso de todos los palacios asirios fue muy probablemente el que mandó construir Assurbanipal (668-630), rey bajo el cual Asiria alcanzó la cima de su esplendor con la conquista de Egipto y Elam. Aunque era menos extenso que el de su abuelo Senaquerib, seguía teniendo un gran tamaño de aproximadamente 200 por 120 metros, estando organizado en módulos, con la tradicional y ya repetida hasta la saciedad sala del trono como elemento separador entre el ámbito público y el privado. En un tercer espacio se encontraba la entrada principal, estando los tres ámbitos conectados entre sí a través de largas avenidas ricamente decoradas. Los relieves presentan una novedad con respecto a los de su antecesor, con Assurbanipal los temas que se van a representar son mayoritariamente pacíficos, con abundantes representaciones de la vida cotidiana: músicos, banquetes reales, ceremonias religiosas o bien escenas de caza. De especial belleza son los relativos a la caza de leonesque se complementan con escenas secundarias donde aparecen gacelas y otros animales siendo acosados por perros y cazadores. La naturalidad que transmiten estas escenas nunca fue hasta entonces superada, el realismo del dolor, el sufrimiento y la agonía de los animales que se transmiten constituye una alegoría del poder del rey asirio y del castigo de aquellos que osen poner en duda su autoridad. De entre todas, quizá la escena más conmovedora es la leona herida, que lleva una flecha clavada en la columna vertebral que le impide incorporarse, debiendo arrastrarse mientras ruge de impotencia. Ya para terminar, hacer por lo menos una mención a la famosa biblioteca formada por el mismo Assurbanipal. El monarca pedía a los funcionarios que tenía en las principales ciudades del Imperio que hiciesen copias de las tablillas de valor y que las enviasen a Nínive; en total, se calcula que hay alrededor de treinta mil tablillas, entre las que se encontraban textos de enorme importancia, como la Epopeya de Gilgamesh o el Enuma Elish, el poema babilónico de la Creación, en el que se inspirará el libro del Génesis. La grandeza de Nínive acabaría muy pronto, en el 612 la gran capital asiria era destruida por el rey Nabudocosonor II de Babilonia, poniendo fin al Imperio asirio y borrándolo de la faz de la tierra.


Relieve que representa al rey Assurbanipal II cazando leones. S.VII.
Los restos de las grandes capitales asirias permanecieron enterradas durante milenios, ajenas al paso del tiempo, hasta que comenzaron a ser excavadas en el siglo XIX revelando al mundo auténticas maravillas. Pero lo que no pudieron hacer las armas de egipcios, hititas, medos, elamitas, babilonios, hurritas o simplemente el paso de los siglos –el hacer desaparecer el legado artístico y cultural de un pueblo- si lo está logrando con sus acciones salvajes el Estado Islámico, que en una demostración de fanatismo, barbarie e ignorancia, ha destruido en los últimos meses los restos de Kalakh, Dur Sharrukin y Nínive, además de saquear el museo de la ciudad de Mosul y destruir innumerables piezas de un valor incalculable. Con este artículo esperamos haber ofrecido una perspectiva distinta a la que suele presentar de los asirios, pedimos disculpas por habernos centrado tan exclusivamente en los templos y palacios y haber dejado de lado maravillas como el Obelisco negro de Salmanasar III, la glíptica, las riquísimas pinturas murales o los trabajos en marfil y joyería, pero abordar todos esos aspectos habrían al menos triplicado la longitud de la exposición.


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