Goethe en la campiña romana (1787), por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein
Durante el último cuarto del siglo XVIII y el primer cuarto del siglo XIX, Goethe se entregó con una energía aparentemente inagotable a la búsqueda de la belleza y el conocimiento, dejando una profunda huella en la cultura germánica y europea. Goethe encarna el ideal romántico de intelectual anticipado ya por los maestros renacentistas, tan preocupado por la práctica de las artes como por su análisis y estudio, e igualmente apasionado por las letras y las ciencias.
Conocido sobre todo por su obra literaria, Goethe destacó en 1774 con su novela Las desventuras del joven Werther, y, sobre todo, con la primera parte de Fausto, su obra más famosa, terminada en 1806. Sin embargo, dedicó su tiempo a numerosas áreas y disciplinas, tanto artísticas como científicas y filosóficas, destacando en todas ellas. De sus variadísimos intereses, interesa aquí resaltar dos muy concretos, uno científico y otro filosófico, que se complementaron entre sí. Me refiero a su interés por la óptica y por la estética.
Fruto de este interés científico y estético por la luz y el color fue su libro Zur Farbenlehre (Teoría de los colores), escrito en 1810. Opuesto en muchos aspectos a la óptica newtoniana, que criticó duramente (causando no poca polémica en su tiempo), ha quedado parcialmente desacreditado por la física moderna, pero la importancia de sus muchos hallazgos ópticos no se puede minusvalorar, y algunas de sus explicaciones siguen vigentes hoy en día. De todos modos, no entraremos aquí a reseñar sus hallazgos científicos ni a explicar sus discrepancias, a menudo mal encaminadas, con Newton, sino que nos centraremos en sus consideraciones sobre la percepción, la psicología y la estética del color.
Goethe fue el precursor de la psicología del color. En su tratado se opuso a la visión puramente física y matemática de Newton, proponiendo que el color depende también, en realidad, de nuestra percepción, en la que se halla involucrado el cerebro, y de los mecanismos del sentido de la vista. Aquí hay que reconocer que el genio alemán se columpió bastante, ya que Newton sí que había prestado atención a estas cuestiones, a diferencia de los físicos contemporáneos del propio Goethe, contra los que podría haber arremetido con más razón. Pero, aún así, sus comentarios al respecto revisten un gran interés.
De acuerdo con sus teorías, lo que vemos de un objeto no depende sólo de la materia que lo constituye, ni tan sólo de la luz tal como la entendió Newton, sino que depende de una tercera variable que es nuestra percepción del objeto. El problema a tener en cuenta aquí es la subjetividad inherente a la percepción individual. Goethe intentó deducir las leyes que rigen la armonía de los colores, atendiendo a sus efectos fisiológicos —es decir, al modo en que los colores nos afectan en tanto que seres vivos, organismos que responden a estímulos—, haciendo hincapié, en general, en el aspecto subjetivo de la visión. Este concepto ha tenido una gran trascendencia y sigue siendo válido hoy en día
Siendo así que la percepción del color depende de cada cual, y teniendo cada uno sus propias preferencias y gustos en materia de colores, es difícil negar que todos percibimos, en mayor o menor medida, reacciones físicas ante ciertos colores, sensaciones como la de frío en una habitación pintada de azul claro o la de calor en otra pintada de naranja, amarillo y rojo.
Los colores cálidos estimulan la mente, alegran y hasta excitan, mientras que los colores fríos aquietan el ánimo; los negros y grises pueden resultar deprimentes, mientras que el blanco refuerza los sentimientos positivos.
Aunque estas sensaciones son puramente subjetivas y dependen de la percepción de cada cual, las investigaciones de Goethe y de seguidores suyos como Wittgenstein, por ejemplo, vinieron a demostrar que son comunes a la mayoría de los individuos, y están determinadas por reacciones inconscientes de estos, así como por asociaciones inconscientes de estos colores con determinados fenómenos físicos.
Para Goethe era de la mayor importancia comprender las reacciones humanas al color, y su investigación marca el inicio de la psicología moderna del color. Goethe creía que su triángulo era un diagrama de la mente humana y conectó cada color con ciertas emociones. Por ejemplo, asoció el azul con el entendimiento y la razón y creía que evocaba un estado de ánimo tranquilo, mientras que el rojo evocaba un estado de ánimo festivo y sugería la imaginación. Goethe escogió los primarios, rojo, amarillo y azul, basándose en su contenido emocional, así como también en los fundamentos físicos del color, y agrupó las distintas subdivisiones del triángulo por “elementos” emocionales y también por niveles de mezclado. Este aspecto emocional de la disposición del triángulo refleja la preocupación de Goethe por que el contenido emocional de cada color fuese tenido en cuenta por los artistas.
Conocido sobre todo por su obra literaria, Goethe destacó en 1774 con su novela Las desventuras del joven Werther, y, sobre todo, con la primera parte de Fausto, su obra más famosa, terminada en 1806. Sin embargo, dedicó su tiempo a numerosas áreas y disciplinas, tanto artísticas como científicas y filosóficas, destacando en todas ellas. De sus variadísimos intereses, interesa aquí resaltar dos muy concretos, uno científico y otro filosófico, que se complementaron entre sí. Me refiero a su interés por la óptica y por la estética.
Fruto de este interés científico y estético por la luz y el color fue su libro Zur Farbenlehre (Teoría de los colores), escrito en 1810. Opuesto en muchos aspectos a la óptica newtoniana, que criticó duramente (causando no poca polémica en su tiempo), ha quedado parcialmente desacreditado por la física moderna, pero la importancia de sus muchos hallazgos ópticos no se puede minusvalorar, y algunas de sus explicaciones siguen vigentes hoy en día. De todos modos, no entraremos aquí a reseñar sus hallazgos científicos ni a explicar sus discrepancias, a menudo mal encaminadas, con Newton, sino que nos centraremos en sus consideraciones sobre la percepción, la psicología y la estética del color.
Goethe fue el precursor de la psicología del color. En su tratado se opuso a la visión puramente física y matemática de Newton, proponiendo que el color depende también, en realidad, de nuestra percepción, en la que se halla involucrado el cerebro, y de los mecanismos del sentido de la vista. Aquí hay que reconocer que el genio alemán se columpió bastante, ya que Newton sí que había prestado atención a estas cuestiones, a diferencia de los físicos contemporáneos del propio Goethe, contra los que podría haber arremetido con más razón. Pero, aún así, sus comentarios al respecto revisten un gran interés.
De acuerdo con sus teorías, lo que vemos de un objeto no depende sólo de la materia que lo constituye, ni tan sólo de la luz tal como la entendió Newton, sino que depende de una tercera variable que es nuestra percepción del objeto. El problema a tener en cuenta aquí es la subjetividad inherente a la percepción individual. Goethe intentó deducir las leyes que rigen la armonía de los colores, atendiendo a sus efectos fisiológicos —es decir, al modo en que los colores nos afectan en tanto que seres vivos, organismos que responden a estímulos—, haciendo hincapié, en general, en el aspecto subjetivo de la visión. Este concepto ha tenido una gran trascendencia y sigue siendo válido hoy en día
Siendo así que la percepción del color depende de cada cual, y teniendo cada uno sus propias preferencias y gustos en materia de colores, es difícil negar que todos percibimos, en mayor o menor medida, reacciones físicas ante ciertos colores, sensaciones como la de frío en una habitación pintada de azul claro o la de calor en otra pintada de naranja, amarillo y rojo.
Los colores cálidos estimulan la mente, alegran y hasta excitan, mientras que los colores fríos aquietan el ánimo; los negros y grises pueden resultar deprimentes, mientras que el blanco refuerza los sentimientos positivos.
Aunque estas sensaciones son puramente subjetivas y dependen de la percepción de cada cual, las investigaciones de Goethe y de seguidores suyos como Wittgenstein, por ejemplo, vinieron a demostrar que son comunes a la mayoría de los individuos, y están determinadas por reacciones inconscientes de estos, así como por asociaciones inconscientes de estos colores con determinados fenómenos físicos.
Para Goethe era de la mayor importancia comprender las reacciones humanas al color, y su investigación marca el inicio de la psicología moderna del color. Goethe creía que su triángulo era un diagrama de la mente humana y conectó cada color con ciertas emociones. Por ejemplo, asoció el azul con el entendimiento y la razón y creía que evocaba un estado de ánimo tranquilo, mientras que el rojo evocaba un estado de ánimo festivo y sugería la imaginación. Goethe escogió los primarios, rojo, amarillo y azul, basándose en su contenido emocional, así como también en los fundamentos físicos del color, y agrupó las distintas subdivisiones del triángulo por “elementos” emocionales y también por niveles de mezclado. Este aspecto emocional de la disposición del triángulo refleja la preocupación de Goethe por que el contenido emocional de cada color fuese tenido en cuenta por los artistas.
Teoría de los colores (título original en alemán: Zur Farbenlehre) escrito en 1810. Contiene algunas de las primeras y más precisas descripciones de las sombras coloreadas, la refracción y el acromatismo / hipercromatismo.
Muchos filósofos y físicos, entre los que se encuentran Arthur Schopenhauer, Werner Heisenberg, Ludwig Wittgenstein y Hermann von Helmholtz quedaron fascinados por la teoría de Goethe. Mitchell Feigenbaum estaba convencido de que Goethe estaba en lo cierto. Su influencia se extendió al mundo del arte, en especial a la obra de J. M. W. Turner. Turner la estudio e hizo referencia a la teoría en los títulos de muchas de sus obras (Bockemuhl, 1991).
Muchos filósofos y físicos, entre los que se encuentran Arthur Schopenhauer, Werner Heisenberg, Ludwig Wittgenstein y Hermann von Helmholtz quedaron fascinados por la teoría de Goethe. Mitchell Feigenbaum estaba convencido de que Goethe estaba en lo cierto. Su influencia se extendió al mundo del arte, en especial a la obra de J. M. W. Turner. Turner la estudio e hizo referencia a la teoría en los títulos de muchas de sus obras (Bockemuhl, 1991).
Ilustración de la Teoría de los colores del poeta y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe, 1809.
Goethe consideró que su propia teoría era una explicación más general, y que las observaciones de Isaac Newton eran casos especiales dentro de su teoría. La obra de Goethe no recibió mucha aceptación entre la comunidad física de la época normalmente no se trata en los trabajos modernos de historia de la ciencia. Los físicos han aceptado, sin embargo, que hay que distinguir entre el espectro óptico tal y como lo observó Newton y el fenómeno de la percepción humana. Los descubrimientos acerca del modo en el que el cerebro interpreta los colores, por ejemplo la constancia de color y la teoría retinex de Edwin Land tienen muchas similitudes con la teoría de Goethe(particularmente su énfasis en el brillo y el contraste como factores determinantes de la percepción del color).
Teoría de los colores no sólo rompe radicalmente con las teorías ópticas newtonianas de su tiempo, sino también con toda la metodología de la ilustración concerniente al reduccionismo científico. Aunque la teoría no fue bien recibida por los científicos, Goethe(considerado una de las figuras intelectuales más importantes de la Europa moderna) concluyó que su teoría del color era su mayor logro. Teorizadores holísticos (1) y científicos como Rupert Sheldrake todavía nombran la Teoría de los colores como un ejemplo inspirador de la ciencia holística. En la introducción del libro destaca la filosofía de la ciencia única de Goethe.
El holismo (del griego ὅλος [hólos]: “todo”, “entero”, “total”) es una posición metodológica y epistemológica que postula que los sistemas (ya sean físicos, biológicos, sociales, económicos, mentales, lingüísticos, etc.) y sus propiedades, deben ser analizados en su conjunto y no a través de las partes que los componen (en especial, enfermedades), consideradas éstas separadamente. Es el sistema como un todo integrado y global el que en definitiva determina cómo se comportan las partes; mientras que un mero análisis de estas no puede explicar por completo el funcionamiento del todo. Esto es así porque el holismo considera que el “todo” es un sistema más complejo que una mera suma de sus elementos constituyentes o, en otras palabras, que su naturaleza como ente no es derivable de sus elementos constituyentes.
Teoría de los colores no sólo rompe radicalmente con las teorías ópticas newtonianas de su tiempo, sino también con toda la metodología de la ilustración concerniente al reduccionismo científico. Aunque la teoría no fue bien recibida por los científicos, Goethe(considerado una de las figuras intelectuales más importantes de la Europa moderna) concluyó que su teoría del color era su mayor logro. Teorizadores holísticos (1) y científicos como Rupert Sheldrake todavía nombran la Teoría de los colores como un ejemplo inspirador de la ciencia holística. En la introducción del libro destaca la filosofía de la ciencia única de Goethe.
El holismo (del griego ὅλος [hólos]: “todo”, “entero”, “total”) es una posición metodológica y epistemológica que postula que los sistemas (ya sean físicos, biológicos, sociales, económicos, mentales, lingüísticos, etc.) y sus propiedades, deben ser analizados en su conjunto y no a través de las partes que los componen (en especial, enfermedades), consideradas éstas separadamente. Es el sistema como un todo integrado y global el que en definitiva determina cómo se comportan las partes; mientras que un mero análisis de estas no puede explicar por completo el funcionamiento del todo. Esto es así porque el holismo considera que el “todo” es un sistema más complejo que una mera suma de sus elementos constituyentes o, en otras palabras, que su naturaleza como ente no es derivable de sus elementos constituyentes.
JMW Turner (1775-1851). El último viaje del Temerario remolcado a amarre para su desguace, 1839. Óleo sobre lienzo.National Gallery de Londres.
El cuadro favorito de Turner lleva por título “El Temerario" remolcado a su último atraque para el desguace (en inglés, The Fighting Temeraire tugged to her Last Berth to be broken up)” Se trata de un óleo sobre tela que mide 91 centímetros de alto por 122 centímetros de ancho. Actualmente se conserva en la National Gallery de Londres (Reino Unido).
La pintura representa una escena de la que el propio Turner fue testigo en 1838: el destino final del HMS Temeraire, en el momento en el que fue remolcado desde la base de la flota, Sheerness, en la desembocadura del Támesis, hasta su destino final: el desguace.
Es una obra extraña, fascinantemente romántica y repleta de significado. Bajo la superficie se encuentra una nostálgica reflexión sobre ese buque tan antiguo y chatarrero, de como los días de gloria ya han pasado y el que fuera uno de los mayores símbolos del poder de la Marina Real Británica, navega rumbo a su muerte: los astilleros de la flota, donde será desarmado. El ocaso del sol coincidiendo con el ocaso del navío… El cuadro también sugiere una reflexión sobre la suplantación de la vejez por la juventud así como el enfrentamiento de valores entre la modernidad de la máquina de vapor (rápida, técnica, eficaz… pero sin gloria) y la tradición ya pasada de la navegación a vela (grande, gloriosa, hermosa, noble), que representada en el cuadro por el Temeraire se ve humillantemente halada por la máquina de vapor que la lleva a la muerte.
Este cuadro era uno de los preferidos de Turner. Ha sido interpretado también como una reflexión del pintor sobre su propia vejez.
Con independencia a estas alusiones que se refieren a la biografía de Turner, dentro de la producción de Turner el cuadro significa también un punto culminante en cuanto al empleo del color.
El cuadro no podría ser construido de un modo más claro. Muestra casi exclusivamente los colores básicos azul y amarillo, así como las tonalidades que resultan de iluminarlos o ensombrecerlos. A partir del sol brillante se condensan los colores de las nubes (amarillo, naranja y rojo), hasta llegar al negro de los botes en contraluz en el extremo derecho y del insoslayable noray (En la jerga marinera, el término noray se utiliza para hacer referencia a un tipo concreto de amarre en tierra que permite fijar la embarcación. Recibe también el nombre de bolardo (del inglés bollard) o bita) del primer plano.
La pintura representa una escena de la que el propio Turner fue testigo en 1838: el destino final del HMS Temeraire, en el momento en el que fue remolcado desde la base de la flota, Sheerness, en la desembocadura del Támesis, hasta su destino final: el desguace.
Es una obra extraña, fascinantemente romántica y repleta de significado. Bajo la superficie se encuentra una nostálgica reflexión sobre ese buque tan antiguo y chatarrero, de como los días de gloria ya han pasado y el que fuera uno de los mayores símbolos del poder de la Marina Real Británica, navega rumbo a su muerte: los astilleros de la flota, donde será desarmado. El ocaso del sol coincidiendo con el ocaso del navío… El cuadro también sugiere una reflexión sobre la suplantación de la vejez por la juventud así como el enfrentamiento de valores entre la modernidad de la máquina de vapor (rápida, técnica, eficaz… pero sin gloria) y la tradición ya pasada de la navegación a vela (grande, gloriosa, hermosa, noble), que representada en el cuadro por el Temeraire se ve humillantemente halada por la máquina de vapor que la lleva a la muerte.
Este cuadro era uno de los preferidos de Turner. Ha sido interpretado también como una reflexión del pintor sobre su propia vejez.
Con independencia a estas alusiones que se refieren a la biografía de Turner, dentro de la producción de Turner el cuadro significa también un punto culminante en cuanto al empleo del color.
El cuadro no podría ser construido de un modo más claro. Muestra casi exclusivamente los colores básicos azul y amarillo, así como las tonalidades que resultan de iluminarlos o ensombrecerlos. A partir del sol brillante se condensan los colores de las nubes (amarillo, naranja y rojo), hasta llegar al negro de los botes en contraluz en el extremo derecho y del insoslayable noray (En la jerga marinera, el término noray se utiliza para hacer referencia a un tipo concreto de amarre en tierra que permite fijar la embarcación. Recibe también el nombre de bolardo (del inglés bollard) o bita) del primer plano.
Desglosando el oleo observamos las diversas partes...El horizonte se oscurece iluminándose hacia arriba primero en un tono azul y luego en el blanco mortecino de las nubes. Como si estuviesen abreviadas en una fórmula, encontramos aquí una serie de oposiciones cromáticas en el vapor, en el agua y en el luminoso “Temerarire”. El tema de los colores de Goethe, es el fenómeno primigenio del color.
Delante de un objeto claro, un objeto oscuro aparecerá de color amarillo, si aumenta la oscuridad aparecerá de color naranja, luego de color rojo, hasta que se llegue a la completa oscuridad del negro.
En cambio, ante un fondo oscuro, aparecerá un objeto claro de color azul o violeta, según la iluminación. Sólo esta última escala no aparece en el cuadro. Su colorido podría tomarse como una iluminación de las características que, según Goethe, corresponden a las tonalidades de azul y amarillo, demostradas por él en la luz solar, las nubes, el humo y el cielo.
La clave para entender la magnífica armonía de este cuadro, nos la ofrecen las múltiples y sutiles relaciones que los colores guardan entre sí. El cuadro muestra una tonalidad en la que se manifiesta la ley fundamental de los colores. Toda pintura consiste en colores y no más que colores. Aunque no pueda observarse tal cual en un paisaje, aquí está en vigor esta ley, puesto que los colores corresponden a las tendencias observadas en la naturaleza
En cambio, ante un fondo oscuro, aparecerá un objeto claro de color azul o violeta, según la iluminación. Sólo esta última escala no aparece en el cuadro. Su colorido podría tomarse como una iluminación de las características que, según Goethe, corresponden a las tonalidades de azul y amarillo, demostradas por él en la luz solar, las nubes, el humo y el cielo.
La clave para entender la magnífica armonía de este cuadro, nos la ofrecen las múltiples y sutiles relaciones que los colores guardan entre sí. El cuadro muestra una tonalidad en la que se manifiesta la ley fundamental de los colores. Toda pintura consiste en colores y no más que colores. Aunque no pueda observarse tal cual en un paisaje, aquí está en vigor esta ley, puesto que los colores corresponden a las tendencias observadas en la naturaleza
Luz y color, óleo de Joseph Mallord William Turner, inspirado en la teoría del color de Goethe.
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