viernes, 25 de octubre de 2019

HANS MENLING Y EL JUICIO FINAL


A comienzos del siglo XV y paralelamente al desarrollo del Renacimiento en Italia, surgió en Flandes el gótico flamenco, una última manifestación del arte gótico. Este nuevo estilo trajo consigo dos grandes innovaciones, en primer lugar el uso de la pintura al óleo, que permitía al pintor trabajar sin prisas y realizar múltiples correcciones, por lo que en los cuadros cada elemento estaba pintado con el máximo detalle. En segundo lugar la representación con perspectiva perdida durante la Edad Media, para ello se utilizaron diferentes métodos como la perspectiva caballera, la lineal o incluso la aérea, logrando simular tridimensionalidad. No obstante, estas novedades convivieron con otros rasgos propios de la tradición gótica como la desproporción jerárquica de las figuras (los personajes más importantes se representaban a mayor tamaño), el carácter didáctico de la pintura tanto en su temática religiosa como caballeresca, o el uso de elementos con un cargado simbolismo.
Las grandes figuras de este estilo fueron Jan van Eyck, Roger van der Weyden o Jeroen Bosch, pero hubo otros grandes artistas que dejaron su huella, uno de ellos es Hans Memling. Se trata de un pintor de origen alemán pero afincado en Brujas, una ciudad que se había convertido en un centro artístico de primer orden en el norte de Europa. Allí se formó como aprendiz en el taller de Roger van der Weyden, para después convertirse en miembro de la corporación de pintores de la ciudad y amasar una gran fortuna con su obra. Sus pinturas fueron muy cotizadas por toda Europa, de hecho fue uno de los pintores favoritos de Isabel la Católica que compró varios de sus cuadros.
El retablo de El Juicio Final fue un encargo de Angelo di Jacopo Tani, un florentino que fue director del banco Medici en Brujas. El tema representado era muy frecuente en la Edad Media, basado en el Apocalipsis, según el cual con la llegada del fin del mundo, anunciado por un grupo de ángeles tocando trompetas,  los muertos saldrán de sus tumbas para ser juzgados por Jesucristo, sus almas serán pesadas por el arcángel Miguel, y finalmente serán premiados con el cielo o condenados en el infierno. Hans Memling ha utilizado todos los elementos clásicos de este tema pero unidos en una composición muy equilibrada, tomando como referencia el arco iris (aquí representado como un círculo), las figuras se disponen a su alrededor de forma concéntrica. Además el empleo del óleo, en este caso sobre tabla, consigue el máximo detalle para cada figura y una mayor intensidad de los colores, como se aprecia en las ropas de los apóstoles, en el arco iris o en el reflejo de la luz sobre la armadura de San Miguel.


La figura de Jesucristo actuando como juez supremo, preside toda la escena desde el cielo, sentado sobre el arco iris y con sus pies apoyados en un orbe de oro, realiza un gesto de bendición. Aparece rodeado por los doce apóstoles, a quienes se suma la Virgen y Juan el Bautista, tratando de interceder por las almas pecadoras. Junto a ellos vemos una serie de objetos de marcado simbolismo, el lirio de la misericordia, la espada ardiente de la justicia, sin olvidar otros relacionados con la Pasión, desde la túnica roja de Jesús, las llagas de su cuerpo, la herida de su costado... hasta la corona de espinas, la cruz, el látigo, la columna, la esponja con vinagre y la lanza, que traen un grupo de ángeles.


Justo debajo de la figura de Jesús, pero posado sobre la tierra, aparece el arcángel Miguel, vestido con una armadura dorada, sus alas con las plumas de un pavo real, sostiene un báculo y una balanza en la que pesa las almas de humanidad. En el plato izquierdo aparece un bienaventurado que ha superado la prueba, su gesto orante nos indica que la fe le ha salvado. Sin embargo en el plato de la derecha vemos a un condenado que se retuerce negándose a afrontar su destino. Angelo Tani, el donante de la obra, pidió a Memling que esta figura tuviese los rasgos de su rival Tommaso Portinari, a modo de venganza por arrebatarle el puesto de director del banco Medici en Brujas.


A lo largo de todo el valle vemos como los muertos, respondiendo al sonido de las trompetas, salen de sus tumbas, desnudos, para someterse a juicio. Cada uno de ellos nos muestra una reacción diferente, en algunos casos vemos resignación y súplica, en otros humildad y sumisión, también asombro y desconcierto. Además el artista ha incluido otros detalles entre las figuras del cuadro, como una disputa entre un ángel y un demonio por una de las almas. Se trata de un hombre al que zarandean agarrándole por cada brazo, símbolo de la lucha entre las fuerzas del bien y del mal.

En el panel izquierdo del tríptico los justos son recibidos por San Pedro a los pies de una escalera de cristal que asciende hasta las puertas del paraíso. El pintor ha utilizado el pórtico de una catedral para representar dichas puertas, señalando a la Iglesia como fuente de salvación. Un grupo de ángeles visten a los bienaventurados desnudos acorde a la dignidad que tuvieron en vida. Desde los balcones otro grupo de ángeles les recibe tocando sus instrumentos, cantando y tirando flores. Cada uno de los rostros de las figuras que entran al paraíso son retratos de las amistades de Angelo Tani.


Un rasgo característico del arte medieval es la recreación de escenas truculentas que causen un gran impacto en el espectador para aleccionarle espiritualmente. El panel de la derecha del tríptico representa el infierno, ofrece  un contraste absoluto con la ascensión al cielo. Aquí reina el caos, los condenados se niegan a entrar en la boca del infierno, sus gestos están cargados de angustia. Tienen que ser arrastrados y golpeados por los demonios, representados como unas atroces bestias negras con garras, cuernos y rabo.
La composición central con el Juicio, las reproducciones de ciertos personajes y, sobre todo, su dibujo subyacente, son tributarios del Juicio final de Rogier van der Weyden (Hôtel-Dieu, Beaune, Francia). Prolongó la tradición de sus antecesores y continuó tomando de sus composiciones cierto formalismo en las posturas de los personajes y fórmulas de los retratos de Weyden. Su obra aparece como síntesis en donde la tradición eyckiana está presente: el sentido de la luz, del color, de la fiel ejecución, de las materias, de la imitación de los objetos, así como la atención que presta al paisaje y a la naturaleza. Sin embargo, la asimilación de estas influencias desemboca en la creación de un estilo muy personal, caracterizado por la búsqueda del equilibrio y la preocupación por la integración de las figuras y de los grupos en su entorno. Hans Memling busca la depuración de las formas y de las emociones para llegar a representar un mundo armonioso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario