En el último tercio del siglo XVIII surgió una nueva forma de concebir el arte, el Neoclasicismo, que se sustenta en tres pilares fundamentales: reaccionar frente al recargado y frío estilo Rococó; seguir las ideas de la Ilustración, llevando la Razón a las obras de arte; y emular las obras de la antigüedad clásica, que en aquellos años estaban en boga gracias a intelectuales como Joachim Winckelmann y su obra Historia del Arte de la Antigüedad (1764).
El juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David, se ha considerado tradicionalmente como el paradigma del estilo Neoclásico. El tema que representa está ambientado en la antigua Roma, durante la etapa monárquica. La familia romana de los Horacios, ha trabado amistad con una familia de la ciudad vecina de Alba Longa, los Curiacios, hasta el punto que se concertaron matrimonios en común. Uno de los Horacios está casado con una curiacia llamada Sabina, mientras que la joven horacia, llamada Camila, está prometida con uno de los Curiacios. Pero esta amistad se ve rota por la guerra que estalla entre ambas ciudades. Tras varios años de lucha, finalmente se decide acabar con la guerra mediante un combate entre tres representantes de Roma y tres de Alba Longa. El destino hace que los elegidos sean los tres hermanos Horacios y los tres hermanos Curiacios. Jacques-Louis David ha pintado el momento exacto en el que los tres Horacios juran delante de su padre defender a Roma, anteponiendo el deber a su patria frente al amor, la familia o la amistad; mientras Sabina y Camila lloran desconsoladas ante la inevitable tragedia que se avecina, sea cual sea el resultado del combate están condenadas al sufrimiento.
Uno de los rasgos más característicos del cuadro y que mayor sensación causó en su época, fue la composición, con un marcado racionalismo que utilizó el número tres como referencia. Tres son los grandes arcos que sirven de fondo a la pintura y que dividen el cuadro en tres zonas: la de la izquierda donde se encuentran los tres hermanos; la del centro donde está el padre, Publio Horacio, con las tres espadas; y la de la derecha donde hay tres mujeres y unos niños. Esa armonía y racionalidad también se aprecia en otros elementos, como el uso de la luz, que ilumina las figuras para darles volumen, pero sin excederse en el claroscuro; el color, natural, nítido, sin estridencias; o el dibujo, muy detallado, que predomina sobre el color, hasta el punto que no se notan las pinceladas sobre el cuadro. La profundidad se consigue gracias al dibujo de las baldosas en perspectiva, de tal forma que el punto de fuga, hacia donde se dirige nuestra mirada, se encuentra entre la cabeza de Publio Horacio y las espadas, el centro justo del cuadro.
La obra también destaca por emplear el binomio ethos y pathos característico de la antigüedad griega. El ethos, es el sentimiento contenido, la serenidad frente a las emociones. En el cuadro aparece representado mediante las figuras masculinas, que a pesar del dramático destino afrontan con tranquilidad su misión, sin mostrar sentimientos. El pintor ayuda a transmitir esta sensación empleando fuertes líneas rectas para representar a los hombres: los brazos extendidos, las espadas, la lanza, las piernas abiertas en forma de "V" invertida.
Por su parte, el pathos es la libre demostración de sentimientos, sin ninguna contención. En el cuadro aparece representado mediante las figuras femeninas, demostrando el sufrimiento que les produce el futuro enfrentamiento que involucra a sus hermanos y esposos. El pintor utiliza en este caso las líneas curvas y sinuosas que forman los cuerpos tendidos de Sabina y Camila, con sus brazos arqueados, las espaldas curvadas, apoyándose la una en la otra en busca de consuelo.
La escena queda completada con un aya cuidando a los hijos que Sabina tiene con uno de los Horacios. Está vestida de negro, preludio de las consecuencias del combate, y parece que intenta evitar que los niños vean la escena. Sin embargo uno de ellos, el mayor, aparta las manos del aya para observar el juramento.
La obra fue un encargo del rey Luis XVI de Francia en 1783, antes de la Revolución Francesa, pero en un momento convulso en el que se empezaba a cuestionar seriamente al monarca. El objetivo del rey era el de fomentar la lealtad a la monarquía por encima de cualquier cosa, como habían hecho en la antigua Roma los Horacios. El cuadro tuvo un éxito inmediato, causando una gran sensación por su planteamiento novedoso y por el fuerte mensaje moral que lanzaba. Sin embargo la jugada le salió mal al monarca, el resultado fue justo el contrario, en vez de fomentar el aprecio hacia el trono, fue interpretado como una invitación al levantamiento, como un mensaje de que era necesario el sacrificio personal para salvar a la patria frente al anquilosado Antiguo Régimen que representaba Luis XVI. La obra pronto se convirtió en uno de los símbolos de la Revolución Francesa.
David realiza este cuadro durante su segundo viaje a Roma. Durante esta larga estancia su pintura giró hacia un clasicismo evidente en lo que se refiere a la técnica. De esta manera se puede advertir en el lienzo claros recuerdos renacentistas al modo de Rafael e, incluso anteriores, enraizados en la escultura clásica. Desde la composición equilibrada y piramidal a la precisión del dibujo, la idealización de los personajes o el propio ambiente arquitectónico y su representación en perspectiva nos están hablando del aprendizaje clásico que realiza en Italia, siendo claves en la posterior evolución de todo el estilo Neoclásico.
Se está buscando un arte preciso y ordenado que devuelva a la pintura el rigor compositivo y el dibujo frente a los ambientes vaporosos y el sentido refinado hasta casi la exageración del rococó (comparar con el Columpio). Para ello, igual que ocurre en la arquitectura (ver Villanueva) o la escultura (ver Cánova), se vuelven los ojos a la Antigüedad clásica y al renacimiento, exagerando incluso sus rasgos en cuando a simetría y desnudez decorativa.
(Curiosamente, algunos elementos como el uso del fondo oscuro, la importancia de la línea, la factura lisa, sin pinceladas evidentes, y el gusto por las texturas pueden recordar vagamente a Caravaggio, autor barroco que, volverá a ser empleado en el siguiente y contrario estilo, el Romanticismo. Ver Balsa de la Medusa). Esta actitud contradictoria –se huye del barroco y se cogen cosas del él- ocurre en otros autores Neoclásicos como Cánova que se inspira en Bernini o Ingres en los venecianos y Rubens).
Además de esto, existe un nuevo y fundamental cambio, la propia misión que debe tener la pintura. Frente a los temas frívolos y cortesanos del Rococó, surgido en los ambientes aristocráticos de los últimos Borbones franceses, David pretende una pintura con contenidos éticos y morales en relación con las nuevas ideas ilustradas que desembocarán en la revolución francesa. Sus temas ya no recrean escenas cortesanas, festivas o mitológicas sino, por el contrario, busca en la historia antigua asuntos que sirvan para expresar la nueva idea del patriotismo, del sacrificio de los individuos a favor del nuevo Estado (los Horacios anteponen los sentimientos a su deber como buenos ciudadanos romanos).
Esta nueva forma de pintar al servicio de los nuevos valores sociales hará de David el perfecto intérprete de los acontecimientos posteriores de la Revolución, retratándola en su Muerte de Marat o convirtiéndose en el pintor de las glorias napoleónicas (Bonaparte atravesando los Alpes o Coronación de Napoleón I), en los cuales, y sin abandonar nunca el gusto por la línea, la factura lisa y las figuras teatrales, poco a poco se irá advirtiendo un mayor gusto por el movimiento, la decoración y el sentimiento heroico, traicionando en parte el propio estilo que él había forjado y abriendo las puertas, aunque muy tímidamente al romanticismo de sus discípulos. (Igual contracción entre clasicismo y sentimentalismo romántico se advierte en el otro gran pintor del Neoclasicismo, Ingres).
Este nuevo estilo se terminará por imponerse en la generación posterior a David, regresando al barroco y a una visión más emocional y visual tanto de los temas como en las técnicas empleadas (comparar este cuadro con los de Delacroix)
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